Encuentro

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El palacio era imponente. Sus muros de mármol  rosado y verde, cubierto de azulejod, hablaban del orgullo de un imperio soberano que nunca había rendido sus puertas ante ningún enemigo jamás. Los jardines extensos dentro de las murallas, cubiertos de tulipanes de los más diversos colores y mimados como niños, gritaban silenciosamente a los vientos y al sol que la belleza era parte intrínseca de este reino soberbio. No era el oro y la seda que brillaba en los ricos tejidos de los sirvientes, en las cortinas, en los tapetes y tapices hechos por manos maestras, era la belleza portentosa de la naturaleza armonizada con las delicadas líneas de los pabellones abiertos a los caminos de parterres floridos y fuentes talladas en piedras preciosas lo que encantaba al visitante incauto. Los guardias con sus sables de media luna nos guiaban imperturbables a través de las galerías que se sucedían. Los hombres, nobles de seguro con sus atuendos de seda e hilos de oro, caminaban con calma en medio de los jardines con susurros, y algunos se veían discutiendo con seriedad en pabellones tapizados con lujo soberbio, pero abiertos a la belleza de la naturaleza de los jardines cuidados. Tras atravesar las puertas doradas y labradas en caligrafía y motivos vegetales, pasamos a un salón amplio y fresco. Hasta el techo estaba cubierto de azulejos con intrincadas pinturas cerámicas, obras de manos mágicas pensé en aquel momento. Al fondo sobre un pabellón más alto en madera  cojines recamados, se encontraba mi amigo.

-Su Alteza el Sha, califa Ali Ben Shankar, Príncipe de los creyentes. Se escuchó la presentación en voz del barbudo visir.

La personas a mi alrededor, miembros de la corte real, bajaron la cabeza y se encorvaron casi hasta tocar la nariz con el piso en genuflexión, los miembros de la diplomacia inglesa por su parte hicieron una profunda reverencia al estilo occidental y se quedaron a una respetuosa distancia del suntuoso pedestal desde donde el Príncipe Regente dirigía la corte imperial. El Príncipe recibía la comitiva extranjera con una serena postura que mostraba el poderío pero también la calma que debía exudar el dueño del trono otomano.A su alrededor, hombres de diversas edades y barbas bien cuidadas con turbantes con formas exuberantes de formas cónicas y de cebolla, que parecían más cercanos a las creaciones de una fantasiosa modista parisina que la de una antiquísima corte si me lo preguntan, lo observaban unos con admiración y reverencia, otros con un desdeñoso respeto que velaba su propia distancia frente al joven y moderno Sultán. Sonreí con disimulo sin poder evitarlo al pensar en la irrealidad del cuadro en que me veía envuelta y para disimular mi gesto, puse una mano sobre mi rostro.  La doncella Charlie no se veía ya por ningun parte, oculta por un joven rubio con apenas bozo en la cara; atuendo en cualquier caso disfrazaba mi aspecto, llevaba un ropaje de cadete, un guardia entre los últimos que cerraban el cortejo, cargada con un pequeño cofre de regalo como excusa de mi presencia, pero no podía darme el lujo de sobresalir entre la comitiva por el bien de mantener mi cabeza sobre mis hombros.

-Bienvenidos al reino otomano, mensajeros del reino inglés, la paz sea con ustedes. -Pronunció el Sultán en perfecto inglés que había aprendido en sus años como estudiante de las más prestigiosas universidades de Inglaterra.

- Gracias por su hospitalidad y gentileza, su Alteza, celebramos su entronización y esperamos con todo corazón sea una oportunidad para cimentar la amistad sincera entre nuestras naciones, este el mensaje del Rey - respondió el capitán Huxley  en compañia del embajador, Lord Kingston, un hombre bastante rechoncho, taciturno de carácter insufrible que apenas hizo una leve flexión de saludo ante Alí, pero no contradijo en su gesto ninguna otra emoción.

- Agradezco la presencia de la comitiva de la embajada inglesa, pues reconozco su presencia como un reconocimiento de la soberanía otomana. -Pronunció en en lengua turca a su corte, mensaje, que tradujo a su lado un noble barbudo con exótico acento, cambiando algunas sutiles pero esenciales palabras de su sentido.

-Su Majestad, se alegra ante la amabilidad del gesto de parte del reino Inglés a su coronación como Soberano de estas tierras a lo largo ancho del imperio Otomano.

Los emisarios de la comitiva inglesa repitieron con ligereza la genuflexión, y Lord Huxley aprovechó para presentar los regalos.

Su Alteza, de parte de nuestro rey, Su Majestad el rey Jorge IV, le presentó este humilde obsequio.- Con ello, aproveché la señal para acercarme y dejar en manos del guardia real la preciosa caja lacada que llevaba, a su vez este la revisó y abrió con delicadeza ante su majestad el Príncipe de los creyentes. Era un libro por supuesto. Las tapas dejaron ver los rollos que uno de los pajes del Sultán abrieron ante la vista de Alí y toda la corte: unos rollos de pergamino antiguo protegidos en un tubo de cedro repujado en plata; no eran tesoros en oro y piedras preciosas, sin embargo su valor no se tasaba en la riqueza del material tan solamente, sino en el arte con que los versos del Corán trazados con arte caligráfico eran trazados allí desde hace siglos, su valor estaba en la obra misma, en el sello que la adornaba. Hubo un largo silencio, seguido de susurros de cortés confusión. ¿ Un simple libro para el Príncipe de los creyentes? en la corte fue palpable la tensión ante la respuesta que daría el Sultán, hasta que el propio Alí con la mayor delicadeza tomó el cofre entre sus manos y lo puso con un gesto de sumo respeto sobre su cabeza con una sonrisa amplia que llegó hasta mi corazón, pues sin más era evidente que había comprendido de manos de quien realmente venía y el mensaje que entrañaba esa reliquia.

Ya Alláh, bendecido sea, tienen la gratitud del imperio de los creyentes al restituir esta joya de nuestra fe hasta nuestras manos. El sagrado manuscrito del Corán de Muṣḥaf 'Uṯmān. El talismán de nuestra fe que se creyó perdido por tanto tiempo en las guerras taifas del siglo X. Ningún regalo hubiera podido ser más oportuno y más grato a nuestros ojos. Una de las cuatro copias originales de su sagrada palabra dedicada al califa Utman. Alrededor los cortesanos que no habían captado hasta entonces la importancia del documento en sus manos, abrieron los ojos como platos. La reliquia del sultanato de Damasco que había dado según la tradición, la victoria y la soberanía en época medieval a los príncipes musulmanes en la península Ibérica hasta su pérdida en las batallas del mediterráneo. Para la cultura musulmana , el Corán de Utman era lo más cercano a la reliquia del grial para los cristianos.

- ¿Cómo lo habéis obtenido?,- digo, se disculpo sin poder disfrazar su estupor del rostro y hacer una genuflexión ante el Principe- Por favor, Lord Huxley, si teneis la amabilidad de narrar a la corte por qué camino habeis obtenido este tesoro perdido del Islam. Finalmente pronunció intrigado un noble que hasta el momento había visto con lejano desdén la llegada de la comitiva.

El hombre hablaba fuera de tiempo pensé pero dado su alto rango, lo excusaba en parte el extraño cono de su turbante, la riqueza de su traje y más que ello, el aire de nobleza que emanaba todo su ser, como si fuese más que un ser vivo, una estampa de algún heroico o sangriento un heroico príncipe Mongol.

-Por su puesto Príncipe Aghmed Khan- apoyó la moción el Príncipe regente Shankar con una gelida cortesia que pasó por alto la rudeza de la intervención de su pariente. - Será una única historia que estoy seguro, Lord Huxley nos regalará durante la cena. Ahora por favor, hablemos de los asuntos que nos competen en privado. Luego se dará la fiesta en los jardines, en honor de nuestros estimados invitados.

 Luego se dará la fiesta en los jardines, en honor de nuestros estimados invitados

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La doncella de EstambulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora