Baile en los jardines de palacio

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La corte entera se encontraba en el jardín interior de palacio Topkapi. Un evento sumamente inusual, ya que este espacio era parte de la residencia privada de la familia imperial. Abrirlo a la vista no solo de todos los nobles sino de los bárbaros extranjeros. Todos en la corte susurraban como gallinas alborotadas, por un lado se sentían honrados de ocupar un lugar privilegiado, y conocido hasta ese día para unos pocos cercanos. Los jardines perfumados de rosas en flor y jazmines resplandecientes tenían pertubados a los fríos ingleses con sus fuentes labradas en mármol y el magnífico horizonte que dominaba la colina donde se emplazaba el jardín donde se podía observar brillar la joya del imperio. La ciudad imperial en sus tres esquinas reunía oriente y occidente, las aguas del cuerno dorado mostraban la fastuosidad de la ciudad eterna donde Constantino la hizo florecer como el corazón de un imperio, donde Saladino la llenó de cúpulas y escuelas, donde toda las riquezas de oriente y occidente confluían desde hace milenios. En las aguas del mar se reflejaban las luces de la ciudad opulenta que se reflejaba en el Bósforo cada vez más brillante y hermosa.  Embelezados en la belleza silenciosa del paisaje, los invitados bebían un refresco sobre unas poltronas puestas a propósito. En este maravilloso escenario iluminado con lámparas  unas hermosas mujeres cubiertas de telas ligeras y fluidas hicieron acto de presencia, mientras las escanciadoras servían vino de verano a la corte real y una música surreal empezó a sonar sin saberse exactamente de donde.

Las llamadas más hermosas doncellas nobles de la corte tenían un sopresa para el próximo emperador. Charlotte muy envarada en su uniforme de oficial tras Sophie quedó anonadada ante la elegancia y la belleza de la música de los laudes, el quanon, los violines que venían del un pabelló cercano, las damas embosadas en ligeros velos que cubrían casi todo su cuerpo a excepción de sus seductora mirada y sus vestidos recatados pero sugestivos entraron con pasos cimbreantes ante la vista de los notables y el principe Shankar. 

Ahora los escandalizados por los movimientos abriertamente seductores de las danzarinas eran los ngleses que se miraban una a otros en silencioso estupor; pues no se atrevían a levantar sus murmullos ante el espectáculo de las doncellas bailarinas y el séquito de exquisitas intrumentistas que apenas se entreveían en el pabellón abierto de los jardines imperiales. Charlie notó que aún cubiertas por  telas ligeras y vaporosas, las damas hacían exibición de una belleza, destreza y una exquisitez fínisima en sus movimientos y en la coreografía: las manos blanquísimas y esmaltadas uñas de cristal como sus pies; los ojos maquillados y adornadas ellas con pedreria y fino labrado de oro. Por ese largo momento del baile Charlie creyyó verse entre las gasas y las sedas trasportada de pronto a las leyendas de su infancia, a los Cuentos de las Mil y una noches que había leido alguna vez a escondidas de su padre en la biblioteca de la condesa Cunnnigton junto con la pequeña Sophie.  Allí estaba Sherezada la princesa sabia tocando el laud con maestría  cantando con voz aflautada un son antiquisimo en una lengua que le sonaba hermosa y misteriosa a un tiempo; allí la princesa Jazmine con los velos conquistando con un pestañeo a todos los principes del  imperio, y acuya se enconraban las hadas de los cuentos y las gennnie que complacían todos los deseos de los pobre mortales.

Entre las bailarinas resaltaba en belleza y atractivo una pelirroja de cabellos de fuego, inusual pensó, para las orientales que solían ser de cabellos oscuros; también vio a una rubia y las demás de cabellos de ebano con ojos de esmeralda como huries del paraiso, pensó rememorando las leyendas. Seguro todas estas jóvenes son princesas de reinos lejanos, de desiertos inaccesibles, de palacios en la cumbre del atlas y el Caucaso, como las de las leyendas que alimentaban sus fantasias infantiles. Hijas de Pashas, de jeques y de emires de ciudades más antiguas que la memoria misma. Charlie las veía bailar en círculos y giros perfectamente sincronizados, lanzando aquí y allá con sus velos etéreos miradas como flechas punzantes y encantadoras en dirección del príncipe imperial, seguro esperaban  hacer diana en el corazón del próximo gran sultán de Oriente. Alí por su parte, el príncipe Alí Shankar, aclaremos se dijo en su mente para no equivocarse,no parecía que se fijara en alguna dama en particular. Él brillaba en su puesto honorífico centro de todas las miradas como si fuera de acero su temple y su mirada iba más allá de los velos de las damas en sinuosos movimientos, su ojos observaban el horizonte estrellado, como  si leyera algo en los astros que no fuera apto para el conocimiento de simples mortales o notara la aproximación de una súbita tormenta que amenazara su reinado. Lo cierto es que su rostro no demostraba mayor interés que en el clima ni se fijaba en las damas que tanta belleza y seducción derrochaban a sus pies infructuosamente. 



La doncella de EstambulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora