|01| No siempre ocurren cosas buenas.
Brooke.
Podría ser llamado el sitio de la felicidad, paz y tranquilidad o lo que los mortales llaman cielo. El caso es que el "cielo" es el lugar donde reside un diablo vestido de ángel. Thenas, el dios todopoderoso, el que supuestamente te juzga según los actos que hiciste en vida.
Siempre me ha resultado curioso el hecho de que los habitantes de la tierra crean eso, puesto que es algo totalmente diferente. Aquí nada es lo que parece. El alma más inocente que conozcas puede llegar a convertirse en tu enemigo si Thenas lo desea. Desde que somos pequeños, nuestros padres nos enseñan a no desobedecer nunca una orden que te de, ya que podía ser lo último que hicieras. La verdad es que no estoy de acuerdo con esto, pero bueno, así funciona el mundo de los ángeles... En el momento que desobedeces una orden, quedas inmediatamente desterrado al infierno.
Bueno, no me enrollo más hablando y os cuento lo que de verdad os interesa, el por qué quiero que conozcáis esta historia, pero para averiguarlo debemos remontarnos unos veinte años atrás.
Abrí los ojos lentamente. Estaba tumbada en mi cama. Eran aproximadamente las once de la mañana y yo seguía acostada. Recogí mi pelo negro en una cola de caballo alta, me puse mi vestido blanco y fui a desayunar con mi familia. Papá estaba ya sentado en la mesa leyendo el periódico místico, que había sido enviado hacía un par de horas.
En casa solo estamos mi padre, mi hermana y yo. Mi madre murió cuando yo apenas tenía diez años. Papá dice que fue un accidente en el trabajo, pero siendo sincera tengo mis dudas.
Mucha gente dice que me parezco a ella en la personalidad, pero en el físico soy completamente mi padre.
Fue una persona maravillosa. Siempre buscaba el bienestar y felicidad de todas las personas que vivíamos en la casa. Transmitía luz, armonía y amor por todos lados. Ella era rubia con ojos verdes, pero a pesar del estúpido dicho que dicen sobre las mujeres rubias, era increíblemente inteligente. A diferencia suya, mi pelo es negro y perfectamente liso. Mis ojos son azules oscuros, mi nariz es respingona y pequeñas pecas adornan mi rostro.
Mi hermana Martha y yo nos llevamos muy bien a pesar de la diferencia de edad. Ella es dos años más pequeña que yo. Su pelo es de color rubio oscuro, tiene los ojos color verde esmeralda y su pequeña sonrisa cautiva con solo verla.
Tengo dieciocho años y en el cielo hay una costumbre que consiste en que, al cumplir la mayoría de edad, tus padres tenían que llevarte al palacio de Thenas —el veinticinco de noviembre para ser exactos— para jurarle lealtad.
Siempre pensé que eso era algo totalmente absurdo, pero ¿Quién era yo para dejar de hacer algo que lleva siendo tradición desde nuestros antepasados?
Todos los ángeles jóvenes ansiaban que llegara ese día, excepto yo. No tenía ninguna intención de tener que vestirme de manera diferente solo para ser "aceptada" aquí, para aparentar, pero no me quedaba más remedio, porque si no lo hacías quedabas automáticamente desterrado y la verdad es que no deseaba tentar a la suerte. Siendo sincera, si se quiere tener libertad, el cielo no es el mejor sitio al que querrías ir. Nunca me he sentido identificada con la gente que vivía allí... ¿Cómo decirlo? Me sentía diferente. Todos en el cielo tenían el cabello de diferentes tonos rubio, vestían todos de colores muy claros y tenían personalidades alegres, amigables... Pero yo no era así. Mi pelo era completamente negro y mi personalidad era totalmente opuesta a los demás. Mientras que la mayoría de los ángeles de mi edad pasaban su tiempo libre cuidando su apariencia, relacionándose con los demás y otras cosas que a mí personalmente no me interesaban, yo prefería pasarlo leyendo libros en la biblioteca, en la que además trabajaba como ayudante. Nunca fui bien vista por la sociedad. Lo diferente causa rechazo y desgraciadamente, lo diferente era yo.
Llegó el día de presentarnos ante él. Podría haber sido un veinticinco de noviembre normal, sin embargo nadie podría haber llegado a imaginar lo que acabó ocurriendo ese mismo día día.
Mis manos temblaban y mis piernas apenas podían sostener el peso de mi delgado cuerpo. A pesar de no querer acudir, tenía el enorme peso de enorgullecer a mi padre, quien ansiaba la llegada de mi decimoctavo cumpleaños.
Él estaba muy orgulloso de por fin poder presentarme a la sociedad como una igual. Casi saltaba de alegría. No paraba de decirme que tenía que ir presentable.
Todas las chicas debíamos ir con un vestido blanco y elegante. También teníamos que llevar el pelo suelto o recogido en una trenza muy bien peinada. No me agradaba en absoluto la idea de tener que cambiar como me vestía pero no tenía por qué quejarme, ya que todas las mujeres mayores que yo habían pasado por la misma situación en su momento y todas ellas lo hicieron sin ningún problema ¿Por qué tendría que tenerlo yo?
Tardamos unos veinte minutos en llegar al templo. Cuando llegamos, infinidad de jóvenes de mi edad hacían una fila larguísima esperando su turno para entrar. Muchas chicas se veían asustadas y acomodaban su vestido, cabello y zapatos de la mejor manera posible, otras se veían completamente serenas, muy seguras de que lucían brillantes. En la fila de los chicos pasaba algo parecido. Muchos de ellos reían y bromeaban entre ellos, era una pequeña minoría los que colocaban constantemente su ropa o no tenían una inmensa sonrisa en la cara.
Miré hacia atrás para ver a mi padre antes de posicionarme en la fila. Antes de entrar, vi la enorme puerta que estaba en frente a nosotros con más claridad. Era hermosa. Tenía rosas talladas en oro por todo el marco, pequeñas pinturas de ángeles en color plateado señalaban la entrada con sus arcos. Finalmente, tras un rato observándola la puerta se abrió y todos los presentes entramos. Justo en el recibidor se separaba esta fila, dividiéndonos por géneros. Una de chicas y otra de chicos. La fila de chicas, acaba en una puerta con adornos de bronce en sus esquinas y grandes corazones de marfil, por el contrario, la fila de los chicos estaba adornada con espadas de mármol y la silueta de algunos libros tallados en oro.
Estaba tan absorta en mis pensamientos, que no me di cuenta de que Micaela, mi mejor amiga, me estaba llamando. Ella estaba situada a tan solo unos cuantos puestos más adelante de donde yo estaba.
—¡Brooke! ¡Ven conmigo! —todas las personas que estaban detrás de ella se giraron mientras trataban de encontrarme con la mirada.
—Eh... Sinceramente no creo que sea una buena idea Mica, hay muchas personas delante de mí.
—¡Tonterías! ¡Ven aquí ahora mismo!
Con la mirada en el suelo avancé hasta donde estaba ella y me situé a su lado, pese a las miradas de asco que recibí por parte de las otras chicas. Cuando levanté la mirada del suelo había como mucho dos o tres mujeres delante nuestra y los nervios comenzaban a correr por mis venas. No sabía qué me iba a encontrar una vez que cruzara esa puerta, pero intuía que nada bueno.
Finalmente llegó nuestro turno. Nuestra puerta se abrió y solo diez de nosotras la cruzamos. Ambas temblábamos por culpa de los nervios y nos agarramos la mano fuertemente. Cuando lo vimos sentado en su trono, justo en frente nuestro, ambos corazones comenzaron a latir cada vez más fuerte.
Era una habitación enorme llena de lujo. Para nuestra suerte —o desgracia dirían algunas— Thenas nos daba la espalda, así que varios guardias que estaban en la habitación comenzaron a obligarnos a avanzar hasta quedar frente a frente con él.
Visto desde el ángulo en el que estábamos nosotras era bastante intimidante, ya que tenías a un dios veinte veces más grande que tú justo delante...
La sala se sumió en un completo silencio. Todas las presentes allí estábamos inmóviles, esperando a cualquier orden que nos diera Thenas, pero nada ocurrió. Pasados cinco minutos de incertidumbre, un sonido parecido al que producen los espráis de pintura comenzó a sonar. La sala en la que nos encontrábamos comenzaba a llenarse de una especie de humo gris, que con tan solo inhalarlo por unos segundos comenzaba a marear. Todas las demás chicas comenzaban a caer lentamente en un profundo sueño y pasados unos segundos llegó mi turno. Mis ojos se sentían pesados, mi vista se nublaba de a poco y mi respiración se volvía cada vez más lenta. Traté de resistirme, pero mis intentos fueron en vano cuando mis rodillas tocaron el frío suelo y mis ojos finalmente se cerraron.
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Lo que los mortales llaman cielo
RomanceImagina que todo lo que te han ido enseñando desde que eres un ángel bebé se cae a pedazos cuando, en tu mayoría de edad, descubres que todo aquello de lo que sólo se hablaba en libros resulta ser cierto. El infierno es real y no sólo eso, sino que...