Capitulo 19

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El sol de la tarde bañaba los jardines de la mansión Salvatore, tiñendo el césped de tonos dorados mientras la risa de Alessia llenaba el aire. Me senté en uno de los bancos de piedra, observándola jugar entre las flores con la inocencia que solo un niño puede tener.

—¡Mamma, mira! —gritó, levantando un ramo improvisado de margaritas y amapolas.

—Son hermosas, amore mio —le respondí con una sonrisa, aunque mi pecho se llenaba de emociones encontradas.

Alessia corrió hacia mí, dejando caer algunas flores en el camino. Se subió a mi regazo, y sus pequeños brazos rodearon mi cuello.

—¿Jugamos a las escondidas? —preguntó con ojos brillantes.

—¿Otra vez? —fingí estar exhausta, pero su risa me hizo ceder de inmediato—. Está bien, pero esta vez te toca esconderte a ti primero.

Ella saltó de mi regazo y salió corriendo hacia los arbustos mientras yo contaba en voz alta. Su risa se alejaba, mezclándose con el sonido del agua de la fuente.

Cuando la encontré, estaba agachada detrás de un árbol, tratando de contener la risa.

—¡Te encontré! —dije, levantándola en brazos mientras chillaba y se reía sin parar.

Nos dejamos caer en la hierba, mirando el cielo teñido de naranja mientras Alessia descansaba su cabeza en mi pecho.

—¿Mamma? —preguntó después de un momento de silencio.

—¿Sí, amor?

—¿Siempre vamos a estar juntas? —Su voz era suave, pero la pregunta me tomó por sorpresa.

La abracé más fuerte.

—Siempre, Alessia. Pase lo que pase. —Besé su frente y cerré los ojos, aferrándome al momento.

El tiempo con mi hija era lo único que lograba calmar las tormentas dentro de mí. En esos instantes, lejos de reuniones, acuerdos y nombres peligrosos, podía ser solo una madre. Pero sabía que este mundo nunca nos dejaría completamente en paz.

—Ven, es hora de cenar —le dije, levantándome con ella en brazos.

Mientras regresábamos a la casa, Alessia seguía hablando de las flores, las mariposas y sus juegos, pero mi mente ya estaba en otro lugar, preguntándome cuánto tiempo más podría mantenerla a salvo de todo lo que se avecinaba.

La noche había caído suavemente sobre la mansión Salvatore. El eco de mis pasos resonaba en el mármol mientras bajaba por las escaleras, con Alessia dormida en mis brazos.

Su carita angelical descansaba contra mi hombro, y su respiración tranquila era el único consuelo que sentía en ese momento.

Me dirigía al comedor para cenar, intentando dejar atrás los pensamientos turbulentos que se agitaban en mi mente.

Pero al llegar al último escalón, me encontré con mi abuelo Danilo esperándonos.

Su mirada severa me alertó de inmediato.
—Abuelo —dije, manteniendo la calma—. ¿Pasa algo?

—Entra al comedor, Nesrin —respondió, su tono firme, pero con un deje de incomodidad.
Fruncí el ceño y lo seguí, aunque una sensación extraña me invadió al cruzar las puertas del salón. Frente a mí, la escena parecía tranquila, casi normal.

Mi abuelo Danilo estaba cenando con los Bianchi, una familia conocida, en una mesa adornada con platos de porcelana y copas de cristal. Todo parecía en orden, pero algo me decía que no era así.

Me senté en la silla libre que quedaba junto a mi abuelo, tratando de ocultar mi incomodidad.

Sin embargo, algo no me dejaba relajarme. Entonces, fue cuando lo vi: Víctor, parado en la puerta del comedor, su presencia como un peso sobre la atmósfera.

Lo siento, pero ya es Tarde✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora