La noche era como la boca abierta de una criatura salvaje, interminablemente negra y con peligros inimaginables si de repente se entrara en ella. Los dientes del monstruo bailaban en un vaivén que hacía que todo lo que estuviera cerca se atrajera y retrajera, jugando con la muerte con cada roce de los afilados dientes y sin embargo, aún no había reclamado ni una vida mortal.
El barco se mecía así, entre el ajetreo de las furiosas olas que antojaban tragárselo y la lluvia que no ayudaba en absoluto, sirviendo como fiel compañera de la bestia para cegar a la desafortunada víctima que se chocaba una y otra vez contra el árbol como un estúpido conejo.
Los marineros gritaban todo tipo de maldiciones al tiempo que se aferraban con uñas y dientes a sus posiciones, había uno en particular que ni siquiera era un hombre aún, gimoteaba y se aferraba con sus pálidos y frágiles brazos al mástil de madera, de su boca salían gritos de auxilio a su padre que estaba tratando de estabilizar el barco junto con otros marineros.
Los esfuerzos eran inútiles, ¿qué podría hacer el hombre contra el poder del mar? Casi como si estuviera jugando, el océano vomitaba bocanadas de agua sobre sus sucias y salpicadas caras, probando cuánto más podían aguantar, hacía relucir relámpagos a un lado de la embarcación para ver cuántos se meaban encima porque pensaban que el rayo casi pudo alcanzarlos. Fue tan despiadado el mar que no se tentó el corazón cuando en uno de sus juegos, un hombre salió volando por una ola, como el barco se mecía para un lado y para el otro nadie se fijó que aquel pobre diablo fue noqueado y aplastado por el peso de todo un navío con tripulación sobre las crudas aguas.
¿Qué tan bueno sería si ese día nadie de los que estaban en la cubierta hubieran convocado a un motín? Quizá los cielos no estarían enojados por tan despreciable traición y hubieran tenido un poco de piedad por ellos. Quizá el capitán, no el que tomó el lugar de último momento, sino aquel que era el legítimo y virtuoso en el arte de navegar sabría cómo enfrentar la situación y hacer retroceder esas furiosas aguas.
Hablando del capitán de último momento, ese hombre estaba en la bodega llenando sus bolsillos de comida. A veces, el comportamiento de las personas era muy ilógico y poco comprensible para los demás, ¿qué razón había de atiborrarse de comida si no había lugar al que escapar?, sin embargo, esa no era preocupación para él. Sus ojos y nariz como los de ratas se movían de un lado para otro a gran velocidad, como si perder un solo segundo registrando la bodega fuera un pecado que no pudiera soportar cometer.
Cuando se dio la vuelta vio un saco de mandarinas jugosas, su boca salivó como la de un perro y casi a ciegas caminó con las manos extendidas, deseando tocar ese manjar antes de que alguno de sus compañeros de motín viniera y lo obligara a compartir, no toleró la espera de pelar una y directamente le pegó un mordisco con todo y piel. El sabor y el jugo le hicieron cosquillas la lengua, ahora sabía porque el segundo al mando pasaba tanto tiempo encerrado en la bodega, con ese tipo de comida ¡él podría vivir aquí para siempre!
Su reseca garganta le dolió un poco por lo amargo de la fruta, pero no le importó. Mordió cuantas quiso, algunas dejándolas a medio comer y tirándolas al piso con desprecio mientras sacaba las más buenas, las más grandes y las más naranjas. Hace años que no comía así.
En medio de su festín, el barco se meció y terminó de nalgas en el suelo, solo ahí fue consciente de que allá arriba parecían haber muchos gritos, por un momento quiso ir y ver qué tan grave era la situación, pero después cuando vio sus manos y las bolsas de su polvoriento abrigo repletas de comida, prefirió no hacerlo porque ¿después cómo explicaría su cabello seco o que había pasado todo este tiempo ahí encerrado? Con un encogimiento de hombros siguió tragando su mandarina.
Justo cuando sus dientes tocaron la piel se escuchó un crack que le erizó la piel, después, sintió como el agua lo empujaba y lo arrinconaba, lo succionaba y lo masticaba.
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El sabor de una sirena [BingJiu/JiuBing]
FanfictionEl capitán Luo es el responsable del Cang Qiong y de toda su tripulación, en una mala noche de lluvia, descubren que hay más peligros en el mar de los que imaginaban. Empezando por un grupo de ballenas que atacan su nave y los dejan encallados en u...