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Una delgada mujer de uniforme con el cabello oscuro recogido en un moño severo se detuvo junto a la mesa del detective Steve Pierce.

—Tengo algunos mensajes para usted, detective —dijo, tendiéndole unos trozos de papel de color rosa.

Pierce levantó la mirada.

—Gracias, Branson. Voy a presentar otra orden de trabajo en ese correo de voz — prometió.

—Claro que sí, señor. No hay problema, a menos que estemos a tope —respondió ella antes de irse de nuevo al mostrador de la entrada que atravesaba la gran sala de la brigada.

El detective Steve Holleman miró a su compañero del escritorio de enfrente y levantó una ceja. Pierce se reclinó en la silla chirriante y hojeó las hojas rosas. Frunció el ceño a nadie en particular y las miró con odio.

—¿Te importa compartirlo? —señaló Holleman por fin.

—Los malditos federales otra vez —murmuró Pierce, tirando las hojas rosas sobre la mesa—. Sobre el asesino en serie.

—¿Qué hay de nuevo? —murmuró Holleman mientras volvía al informe que estaba rellenando.

—Es de ese tipo, Henninger. Hay un nuevo equipo —dijo Pierce, tomando el café con una mano y girando el ratón del ordenador con la otra para activar el monitor.

—Bueno, sí —resopló Holleman como si eso debiera ser obvio—. Los últimos consiguieron que les mataran.

Pierce dirigió una mirada disgustada a su compañero, pero no dijo nada.

—Sigo pensando que necesitan controlar su propia casa.

Diles eso. Mierda, uno de esos tipos se volvió loco cuando uno de los uniformados mencionó eso en la escena del último crimen.

—Sí, lo sé. Probablemente nosotros reaccionaríamos de la misma manera. Sólo que odio que puedan entrar como si nada y hacer lo que les dé la gana. Por eso no se ha resuelto todavía este asunto. Demasiados cocineros revolviendo la sopa.

Holleman dejó el bolígrafo con un golpe y miró a su compañero con el ceño fruncido.

—No vas a empezar con analogías de alimentos de nuevo, ¿verdad? —preguntó secamente.

Pierce entornó los ojos.

—Tienen demasiadas personas ocupándose de los detalles, arruinando las pruebas, y después se preguntan por qué el caso está tan jodido. Luego, por supuesto, nos llaman y esperan que saltemos. Creo que esta vez, pueden esperar.

—Sí, eso no les cabreará —murmuró Holleman mientras cogía el bolígrafo otra vez—. Lo que sea. Ya tengo demasiada mierda que hacer.

—Les llamaré por la mañana. ¿Tienes ese papeleo de Trenton?

—En algún lugar —respondió distraídamente Holleman—. ¿Tienes la declaración de la chica a la que no le gustaba abotonarse la camisa? —preguntó mientras levantaba la mirada.

—Sí, en esa pila —señaló Pierce la esquina de su escritorio—. Singleton también puso una foto por supuesto.

Holleman revolvió la pila hasta encontrar la carpeta. La sacó de la pila y la miró con una sonrisa. Dándole la vuelta se la mostró a Pierce, rio suavemente y dijo:

—¿Crees que tenemos alguna de su cara?

Pierce miró y volvió a mirar sin poder creérselo.

—Oh, mierda. A Singleton le van a patear el culo. —Se frotó los ojos con las manos—. El caso se está volviendo más raro y luego ese maldito asesino en serie aparece de nuevo. —Suspiró y alzó la mirada para observar a su compañero de escritorio.

•Cortar&Correr• || JinKookJinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora