26 - 🕯️Los Dioses y el mito🕯️

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ASANE

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ASANE.

Me llevaron de un lado a otro con mucha rapidez, saltando entre los arboles más grandes. Yo había parado de gritar por ayuda, porque nos habíamos alejado tanto del campamento que ya no sabía dónde estábamos. Esas criaturas eran increíbles. Saltaban riscos, acantilados, hasta un cañón sin problemas. Mi oído zumbaba y mi imaginación se desbocaba a medida que más nos adentrábamos a aquel lejano bosque.

En un momento el viaje se detuvo. El mushai que me había transportado me dijo algo en su extraño lenguaje y procedió a bajarme. El miedo me había invadido, pero aquella emoción se desvaneció cuando vislumbré el lugar donde nos encontrábamos.

Era el pie de una monumental montaña. Poseía unas puertas talladas con glifos que por alguna razón me parecieron conocidos. A pesar de su aparente antigüedad, también mantenía registrada en sus pilares los rostros de varios hombres y mujeres. Eran ocho. Como los dioses elaníes que en realidad eran cuatro, pero con dos caras.

Los suelos, a pesar de estar invadido por el moho y hierbas, mostraba un diseño de caminos típicos en un templo elaní dedicado a algún dios, aunque no podía reconocer el idioma de los glifos. Quizá era muy antiguo, anterior a la Unificación del imperio.

Los mushais me rodearon, observándome con una rara expresión en el rostro. El que me había traído hasta allí, de pelaje marrón y de rostro casi humano, intentó comunicarme algo mientras hacía unos gestos con las manos. Quería que entrase a aquella caverna oculta en la montaña. Quería que le siguiera.

No pude negarme. No le temía, solo me daba curiosidad. ¿Era aquel un templo ancestral? La humedad en las piedras grises y las hierbas, creciendo entre grietas y escalando los pilares, solo me daban la razón.

Mientras más me adentraba, más curiosidad tenía. El interior de la entrada principal tenía estatuas que no pude distinguir por la falta de luz interior. Sin embargo, no pude negar que las ruinas eran una construcción humana. Quise acariciar las paredes, pero no me dejaban. Estaba siendo escoltada por una quincena de mushais armados. Sentí que me observaban con interés. O con cierto temor.

De pronto pude ver luz proveniente de otra puerta. Las ansias me ganaron y apresuré el paso, ávida de descubrir lo que había más adelante. Cuando crucé el umbral, lo que había solo me maravilló. Toda una civilización oculta bajo la montaña. Una plaza iluminada con el fuego de mil antorchas me dio la bienvenida. El público vitoreó un cántico y levantaron armas como un festejo ensayado.

Era una ciudad perdida con varias terrazas internas que sobresalían de sus paredes. Vivían bajo una colosal pirámide. Mushais de todos los tamaños y colores habían estado esperando algo.

Me habían estado esperando a mí.

Un cosquilleo extraño subió por mi espalda. Con mi mano derecha presioné el dedo índice de mi otra mano hasta dejarlo rojizo. Solté un suspiro y me tranquilicé. Pronto pude diferenciar a los altos mandos y a su líder, porque se encontraban en medio de la plaza.

El líder se acercó a mí.

—Nami —me dijo, se arrancó un puñado de pelos de su cabeza y me lo ofreció—. Amar nosotros. Nosotros tuyos. Nosotros ayuda pedir.

¿Estaban hablándome en serio? Tomé su pelaje e hice una reverencia como agradecimiento. Supuse que aquella era su tradición y no quise faltarles al respeto.

—¿Hablas nuestro idioma? —le pregunté. Al parecer le costaba un poco, pero pude entender lo que me decía.

—Nosotros tuyos —repitió, arrodillándose. Hablaba como si tuviera semillas bajo la lengua—. Recibir ofrendas.

De pronto otros mushais se acercaron, se arrancaron sus pelajes y me lo dieron. Algunos me miraban como si estuvieran viendo un fantasma. Actuaban como si no creyeran que fuera real. Compartí sus inseguridades.

—¿Cómo te llamas? —le pregunté al líder.

—Yo Umun —dijo, luego señaló la estatua de Nami erigida en el centro de la plaza—. Tú Nami. Nami enviar renacida a mushais.

—¡Nosotros tuyos! —gritó un mushai en el público. Otros trataron de repetir la palabra, pero no pudieron.

Un grupo de mushais preparó una alfombra en el suelo, mientras otros traían tablas largas de roble oscuro con comida encima. Aquella era una celebración. Nacida Nami. Reencarnación. Ellos también creían en mis dioses.

Me hicieron un espacio en la alfombra y me pusieron cubiertos de madera. Me crucé de piernas al sentarme. Miré detalladamente los cubiertos. Estaban tallados a mano, pero solo los había para mí. Los demás comían con las manos. Esperaron atentos a que yo comenzara para que iniciara la cena.

Solo comí la ensalada por educación, pero sabía bastante bien. Como eran animales herbívoros seguro era su especialidad.

—Umun —lo llamé.

El mushai se acercó y volvió a arrodillarse.

—¿Qué es lo que quieren de mí? —le pregunté. Él entendió lo que dije. Lo sentí. Entendía el idioma, pero no sabía hablarlo.

—Nosotros ser Mushais, amigos, familia. —Sonaba herido, entristecido—. Mushais fuertes son. Pero mushais buscan paz. Hombres matan árboles, toman tierras de mushais. Matan mushai, amigos, familia.

—No creo poder ayudarles a recuperar sus tierras —le dije. Y era verdad. Esperaban mucho de mí. ¿Qué podía hacer una yo?

Volvió a apuntar la estatua de la diosa Nami, imponente. Una mujer con hilos rodeándola y levantando un vaso. En otras esculturas solían agregarle una lanza, pero siempre debía estar desnuda. Era una diosa desnuda.

—Tú traer tormenta sobre hombres —comentó emocionado—. Tú hacer la tierra agua y el río desierto. Ser esperanza.

Así que eso era... Creían que yo era Nami.


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ASANE (Ya en físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora