07 - 🕯️Mercenarios y contratos🕯️

463 112 83
                                    

HIALA

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

HIALA.

Estaba enfadada.

Mirar el arte siempre me tranquilizaba. Las paredes estaban pintadas en colores claros y con ilustraciones hechas por las mejores artistas del Imperio bajo mi patrocinio. Eran dibujos abstractos y llamativos. Cada quien podía interpretarlos de una forma distinta. Mis muebles también eran construidos y tallados por artistas: sillones acolchados de terciopelo, manteles bordados sobre mesas de fina madera pulida que llevaban encima un numeroso bufet.

Vi mi reflejo en uno de los espejos ubicados en una columna. Mi rostro estaba viejo y ni el mejor maquillaje disimulaba mi edad. 62 años y sin descendencia. Aquello era lo de menos, pues mis cabellos rubios de antaño estaban perdiendo color. Eso era triste.

Hacía frío y las cuatro chimeneas que estaban encendidas apenas calentaban mi sala. Debía agradecimientos a Nami y a Lana. Al menos no era la Condesa de Sailin. Ella debería estar sufriendo el verdadero frío alashiano en el norte. Ahí la nieve cubría el suelo la mayor parte del año.

—Sinceramente —comencé a decir—. Si no lo hacía él, lo habría hecho yo, pero ya estoy vieja.

Él era tan fiel a mí y me adoraba tanto que, cuando le ordené que se quitase la vida, lo hizo sin dudar. Y lo hubiera hecho cualquier hombre sin duda, porque si no lo hacían sufrirían algo peor que la muerte. Sin embargo, mi alfombra favorita estaba manchada con su sucia sangre, así que me arruinó la mañana.

Su cuerpo aún estaba tibio con la daga clavada en el pecho. Fue mi subordinado durante seis o siete años, pero una Condesa del Imperio Alashiano siempre debía hacer sacrificios. Y yo estaba dispuesta a sacrificar lo que sea.

Una mercenaria esperaba mi respuesta.

—Ahora solo nosotras sabemos la verdad —le dije animada—. Y tu pequeño esclavo.

—Él no dirá nada, mi señora —prometió ella. Al parecer no quería que asesinara al hombrecillo.

Ella, de piel oscura y con una musculatura horrible, era una Velarosa. Tan fuerte como fea. Los Ahumadores Velarosa podían modificar su propio cuerpo, pero ella solo se arruinó. Al parecer ella prefería un cuerpo poderoso a uno hermoso. No le importaba la estética, como si fuera una mansadiana. Vestía con una especie de armadura de cuero marrón y llevaba un martillo en la cintura que estaba segura que yo no podría levantar.

Tenía a su esclavo, también Ahumador, al lado. Había una gran diferencia de altura.

—Confío en ti, Aleesa —comenté—. Me has sido muy leal todos estos años, así que no dudo de tu palabra. Eres mi arma secreta más importante.

Ella asintió.

—La próxima deberías ser más discreta —le reclamé— y no hablar de estas cosas frente a mis subordinados para evitar..., este tipo de accidentes. Tengo muchos enemigos y, como se suele decir, las cortinas tienen oídos.

—Tal vez —dijo Aleesa—, y es solo una sugerencia, podrías ahorrarte matar a tus subordinados si les cortaras las orejas o contrataras sordos.

Me ofendió en un principio que me sugiriera algo en su posición, pero luego lo reflexioné.

—Niña —dije—, de hecho no es mala idea.

—Es todo un privilegio servirle, mi señora.

—No lo dudo —respondí—, y tampoco dudo que esta información sobre la niña no saldrá de estas bellas paredes.

El velaroja, esclavo de Aleesa estaba de espaldas y mirando al suelo, como debe ser. Cuando me vuelva emperatriz haré que sea una ley taparles las caras.

—Condesa —me dijo Aleesa—. Es solo un rumor.

—Y espero que siga siendo un rumor —respondí, caminando alrededor del cadáver de mi subordinado mientras calentaba entre mis dedos un vino caro en un vaso de cristal—. Nadie se creería la existencia de esa niña. Es extraordinaria e increíble. Sin embargo, la quiero.

—Hay muchos que escucharon el rumor —dijo el esclavo. Un varón.

Bufé indignada. Solo por dirigirme la palabra sin permiso, un hombre podría ser condenado a muerte. Pero no quería hacer un escándalo.

—¿Querida, le diste permiso de hablar a tu mascota? —pregunté a Aleesa.

—Lo siento, señora —se disculpó ella—. Prometo que no volverá a dirigirse a usted directamente. Voy a castigarlo en cuanto regrese al campamento.

—No es necesario —respondí piadosa—. Él tiene razón. Y ya que van a regresar al campamento, quiero que maten a todos los que escucharon sobre el rumor. No queremos que se divulgue esa idea y comience una guerra silenciosa entre todas las Condesas. Ya sabes lo que pasó en la Rebelión de Invierno.

Su campamento estaba al otro lado del río que dividía el Imperio Alashiano y el Reino de Atho. Aleesa era mi informante desde que me nombraron Condesa y Protectora del Alanato de Alim, capital del Imperio. Trabajó mucho para mí y le tenía el cariño que le tendría a mi hija si estuviera viva.

—Señora, no puedo hacerlo —explicó Aleesa—. Son mis hombres y siguen mis órdenes.

—Sin embargo, son hombres —recalqué—. Descartables como cascarones. Puedes conseguir más con el oro que voy a pagarte. Dos mil quinientas monedas de oro alashiano. Podrías comprar un ejército nuevo.

Mientras le explicaba me puse a pensar que no tenía sentido que esté relacionada sentimentalmente con hombres. Aquello, además de ser prohibido, era estúpido. Tener piedad hacia aquella raza inferior era pecado. Son animales de granja que solo están para servir.

Hubo un largo silencio. Ya le había dado veinte monedas de oro como agradecimiento por traerme la información. Para una mercenaria, esa cantidad ya era bastante.

—Es una fortuna —dijo al fin.

—Y tendrás otras dos mil quinientas monedas —agregué—, cuando me traigas a la niña. Una Velablanca no debe estar en manos de los elaníes. Deben impedir que se la lleven a la Torre de la Vela.

—¿Por qué no quiere que sepan de la niña? —me preguntó ella con cierta inocencia.

—Hay una continua lucha de poder aquí —le dije. Ya teníamos la confianza suficiente para hablar sin filtros.

—Es lo que escuché —me dijo Aleesa. El anterior año la había contratado para matar a una Condesa que tenía mucha influencia en el Parlamento.

—Las otras Condesas quieren sentarse en el trono tanto como yo —continué—, y me estoy haciendo vieja. Si consigo a la niña, en las próximas votaciones podré ser Emperatriz fácilmente.

—Comprendo muy bien, mi señora —contestó—. Y estoy segura que vas a conseguir tus objetivos.

Era lo más probable. Pero si la niña lograba llegar a Ashai, todos mis planes se arruinarían y el imperio caería en crisis. Todo dependía de Aleesa.

—Puedes irte —le ordené—. La quiero viva. 

 

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.



ASANE (Ya en físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora