Capítulo 8 - Madame Charlotte.

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Los que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo.

George Santayana


Víctor

Freya me tiene asfixiado, ¡diablos, como me aprieta con los brazos!, la pobre, evidentemente no ha montado nunca en motocicleta. Creo que su primer instito fue sujetarse de mis hombros, menos mal la detuve, si no de seguro me ahorcaba.

Decidí presionarla para que viniera conmigo, pero pensé que me dejaría plantado, soy muy hábil manipulando y jugando psicológicamente con las personas, pero con ella siempre me da la vuelta los planes y encima ella piensa que me salgo con la mía.

Me detengo, Camilo me llama, mientras le doy mi móvil para que hablara con su amiga no pude evitar recorrerla con la vista, es de estatura promedio, tiene el cabello muy largo y lacio, es delgada, pero tiene lo suyo, es guapa. 

¿Me la follaba?

Probablemente sí.

Tiene los ojos cafés, más claros que los de Lucía, "¿qué leches hago comparándolas? – me recompongo"

Acabo de conocer a esta chica y solo necesito que me lleve con el tío de la pelea de mi primo, creo que si voy atando cabos podré entender mejor lo que pasó anoche, eso de una pelea al azar no me termina de convencer.

– Sí, es aquí – se baja de atrás de mí.

Me pone nervioso, no es cuidadosa con mi chica "Jinx", la única mujer que no me exige que la llame el día siguiente de cuando la monto, mi amada motocicleta.

Me bajo y le pongo el seguro a Jinx.

– Bueno, bueno, de dónde salió este lugar – me paro a su lado.

Ella está helada mirando al frente, traga en seco y comienza a caminar, creí que nunca iba a hacerlo.

– Cómo estabas tú también por aquí – se me ocurre preguntarle.

–Yo...

Acababamos de entrar al bar.

Habían dos mesas ocupadas con unos hombres de muy mala pinta y había música de country, de repente alguien intenta tomar a Freya del brazo, e institivamente me le adelanto y la pongo detrás de mí.

– Te dije que no volvieras.

Me quedo confundido.

Freya se escabulle y termina a mi lado.

– Yo solo quería hacer unas preguntas, no es nada malo, además ese hombre me atacó.

No podía dejar de mirarla, parece que esta pequeña mentirosilla sabe más de lo que dice, será lista, me manipuló.

El hombre que teníamos de frente era un camarero, no parecía peligroso, pasaba la vista entre ella y yo alternándose.

– Estás de suerte que Olaf no está, siéntense en aquella mesa – nos señaló una mesa en una esquina discreta.

La tomé por el brazo y prácticamnente la arrastré hasta la silla.

– ¡Me lastimas!

Exageré apretándola demasiado, cuando la solté tenía rosada la piel.

– Cuéntame que sabes – la obligué a sentarse.

– No tengo que decirte nada.

Será descarada, me trae hasta este lugar fingiendo que no sabe nada y resulta que ya había estado.

¿Quién eres tú?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora