Capítulo 9 - Estamos hechos de decisiones.

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Cuando tiene que decidir el corazón es mejor que decida la cabeza.

Enrique Jardiel Poncela.


Camilo

–Es mi primo, es de confianza.

La amiga de Freya, Lily, me miraba desoncertada. Lo cierto es que ni yo mismo me lo creía.

Víctor no le haría nada malo, pero ¿qué diablos hacía ahí?

–Esta bien – me responde – ¿Estás seguro de que no pasó algo entre ustedes?

–No sé, de repente se marchó.

–Vale, vale, ya le preguntaré a ella. Adiós.

Se despidió, el chico de la cafetería nos siguió y se fueron juntos.

No me creía ni una palabra de lo que me decía mi primo, pero lo más extraño es que Freya se fuera con él, casi se habían visto apenas. Me vienen muchas teorías a la cabeza y las niego todas, ¿por celos?, no sé, ¿preocupación? me trato de convencer de que es así.

Decenas de mensajes de Lucía invaden mi whatsapp, no tengo cabeza para lidear con ella, desde que dormimos juntos no hemos hablado. Ella tiene cierto talento para equilibrar siempre que estamos en la cuerda floja.

Voy a casa.

– Lo que la puta diga, me resbala los cojones – escuchó a su padre a través de la puerta de su despacho.

–Charlotte no es una puta cualquiera – conocía esa voz, era Jacob.

–Lo fue muchas veces, ahora que no se venga con aires de grandeza ¿ella vela por su culo? pues le tengo una noticia, me importa una mierda... un trato es un trato.

Sonaba frío, no mentía, por experiencia sé que papá no habla por hablar.

Recordé que Ana, menconó en nuestra reunión una tal Charlotte, ¿por qué no había escuchado antes a su padre hablar de ella?

Tantas preguntas.

De repente mi tío abre la puerta y me quedo cómo gilipollas.

Se raspa la garganta para hacerme hablar.

–¿Que diablos quieres? – dijo Milos con las manos en la mesa.

– Hablar contigo.

Mentí, quería ignorar que es mi padre y tal vez darle una buena ostia.

El tío Jacob miró a papá, ese asintió y se marchó, me ignoró como de costumbre y se fue.

–Pasa.

Entré a la oficina, donde tantas veces había estado, buscando libros o buscándolo a él, de pequeño, cuando creía que yo le importaba.

–¿Si? Dime – tenía sus ojos puestos en mí.

¿Acaso teniéndolo de frente se me olvidaba lo imbécil que es? se me olvidaba todo lo que había pasado y me convierto en un cachorro esperando permiso y aprobación. Odio esa parte de mí.

–Tengo una duda sobre un caso de una  clase.

Me miraba como si lo que dijera le resbalaba.

–¿Y?

–En el caso de un homicidio – comencé retomando el control sobre mí mismo – si el presunto autor se quita la vida, ¿como fiscalía puedo aceptar una carta de confeción póstuma?

¿Quién eres tú?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora