capítulo - 8

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De un momento a otro me alertaron los gritos de don Teo que me había ido a buscar hasta aquel lugar.

¡Se fue el muchacho! ¡Se fue el muchacho! Decía...

Yo salí corriendo y mire que nuestra camioneta ya no estaba, Andrés se había largado en ella; pero,
¿porque me había dejado ahí?
¿Cómo le iba hacer para regresar?
¿Que iba a decirle a su papá?
Además el iba muy alterado como para manejar, le pregunté rápido a don Teo que como hacía para llegar rápido a la ciudad, para intentar alcanzarlo.

¡No! – me dijo.
No se fue a la ciudad, se fue para arriba de nuevo, rumbo a la cabaña.

No, no, no, no, no... Pensé
No me podía hacer eso, ya no quería volver a subir, ya no más.

Le pregunté a don Teo si había dicho algo antes de salir y solo me dijo que se levantó tocandose el pecho preguntado por su medallita, y entonces creí a verlo recordado, una medalla de la virgen que siempre traía, que se la había dado su abuela que en paz descanse, la mamá de mi jefe, no podía creer que había regresado por ella, era más difícil que buscar una aguja en un pajar.

Le pregunté a don Teo por su hijo y me respondió que no volvería pronto pero que si quería el me podía llevar para arriba.
Me vio tan asustado creo que se ofreció y yo estaba tan desesperado que acepte. nos subimos en un pinto, un carrito que apenas podía andar y muy despacio emprendimos el camino, además no le servían los parabrisas así que íbamos sumamente lentos, llegamos al final del camino y avanzamos un tramo más por la terracería y de pronto me dijo que hasta ahí nomás llegaba el, que el carrito no daría para más, que se quedaría atascado si entraba más y yo acepte, ya había hecho demasiado para ayudarme, así que me baje y empecé a correr y después de unos veinte minutos me di cuenta ya con un poco más de alivio de que ya estaba cerca del lugar donde si hay señal, no pasaban de las cinco pero parecía que aquel lugar se lo iba a comer la noche en cualquier momento.

Yo corría a todo lo que daba por aquel lugar lleno de lodo y de charcos, y a unos doscientos metros antes de llegar a la cabaña encontré nuestra camioneta; estaba cerrada, creí que al menos eso significaba de que Andrés la había dejado así, los truenos indicaban que la tormenta no iba a hacer más que arreciar y en la cabaña, en el porche, ví algo; ahí estaba aquella mujer, aquella horrible mujer con su rebosó de virgen sentada en la mesa en el porche, yo me quedé detrás de un árbol asomado y en eso me di cuenta de que yo estaba justo en ese árbol desde donde las cosas se asomaban para ver hacia la cabaña y voltie para todos lados a ver por qué sentía que en cualquier momento volverían a pasar por ahí.

Muy bien, la cabaña no era opción, no iba a acercarme, pero tenía que ir por Andrés, ya le había dicho a don Teo que el se regresará, que yo no volvería a menos que no fuera con Andrés, ya no había hacia donde correr, tenía que encontrarlo, pensé entonces en qué todos los que iban para ver el lugar subían por la montaña, por ese sendero apenas visible, pero también todo lo que yo había visto, real o no, producto de mi miedo o de mi sugestión o no; todos, absolutamente todos iban hacia allá, no podía volver sin Andrés, no podía dejarlo.
Así que me adentre hacia ese lado del bosque, pronto el camino se volvía muy difícil, el sendero se desaparecía pero una abertura entre la vegetación parecía indicar por dónde continuar, seguí mi instinto, lo hice, volteaba hacia los lados, pero de nuevo esto quizás solo era mi imaginación pero a lo lejos podía observar gente caminar en la misma dirección que yo, figuras entre los árboles, lo que no era mi imaginación era el temor que comencé a sentir de pronto, ese terror indescriptible; ella estaba cerca.

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