Había una vez un hombre solitario, que vivía en un ático y estaba triste siempre, hasta que un día, luego de mucho tiempo deseando alguien a quien amar, finalmente la luna lo escucho y le otorgó un niño, que bajo del cielo y llegó a su vientre, dónde pateo y pateo, hasta que salió y el deprimido chico por fin volvió a sonreír.
O eso es lo que su padre siempre dice, cuando le pregunta cómo llego a este lugar.
El ático consistía de cuatro lados, de largo era grande pero de ancho corto. Aunque perfectamente para dos personas. Sus paredes eran cafés, su suelo de madera. Había una tina y un retrete, no tenían puerta, como si alguien la hubiese quitado. Una cama ancha, con sábanas calientes. Un par de muebles dónde se guardaba la ropa y un escritorio, dónde tenían hojas en blanco y crayones, ahí creaba obras de arte. Tenían una pequeña tabla que calentaba cosas, a veces hacían comida especial ahí, pero mayormente aparecía en la mesa con un Poof y se iba de la misma manera. Era frío la mayor parte del tiempo, no tenían ventanas en ningún lugar, la luz venía de un extraño círculo del techo.
No que James se quejara, para él este lugar era… perfecto. Aunque eso tal vez fuese porque no conocía nada más. Según recordaba, desde que vino a este mundo, había estado dentro de esta habitación junto a su padre.
Y era por eso que amaba ese sitio, porque podía estar todo el día junto a su papá, quien se llamaba Harry según le contó.
Su día era maravilloso, se levantaban y desayunaban lo que había en la pequeña mesa, luego llenaban la bañera y peleaban con agua, luego su padre le lavaba el cabello amorosamente y cuando terminaban, se secaban y se ponían ropa, entonces su padre le cepillaba el cabello y a veces lo trenzaba. Luego jugarían todo el día, tal vez harían algunos dibujos o correrían por el ático, gritando y tonteando. A veces cocinaban algo rico, como galletas o pequeños pasteles. Después, cuando fuera la hora de dormir, ambos se metían debajo de las sábanas y su padre le relataba un cuento, historias de grandes aventuras, en un lugar lejano y que solo existía en su imaginación. Y a veces, el rostro del mayor se ponía triste, por lo cual James lo abrazaba y Harry le cantaba lindas melodías, hasta que luego de un beso y un “Duerme, pequeño” que sonaba con pesar, James no podía evitarlo, cerraba sus ojos como si algo lo obligase a hacerlo.
Y cuando despertaba, en las mañanas, algunas veces pudo escuchar a su padre llorar en el cubículo del baño. Pero cuando se acercaba, el mayor solo sonreía y le decía que todo estaba bien, que se había pegado en el dedo del pie. Pero con el paso de los años, James no sabía si seguir creyéndole la misma excusa.
No cuando a veces veía moretones y extrañas marcas rojas en el cuerpo de su padre cuando se bañaban, no cuando su padre a veces parecía no poder sentarse cómodamente, no cuando cada que se acercaba la noche, Harry parecía nervioso hasta los huesos. Y sobretodo, no cuando una vez, solo esa ocasión, encontró un raro líquido blanco en la cama, seco y pegajoso. El cual, su padre lucho por hacerlo olvidar. Y del cual, a pesar de sus existentes preguntas, el mayor jamás respondió.
James sabía que en el mundo no solo existían Harry y él, había un tercer individuo. Una persona que solo venía durante las noches y se iba por las mañanas. Al cual solo había visto un par de veces, cuando se despedía de su padre y cerraba la puerta, antes de que está desapareciera, cosa que James nunca entendía como sucedía. Era extraño, tenía la tez de un tono mucho más pálido que él y ojos en extremos rojos, como uno de los suyos. Su padre siempre parecía rígido, temeroso, cuando esté le acariciaba el cabello y se iba.
Este hombre traía cosas de afuera a veces, ropa y hojas, crayones y libros, entre otros artículos. Eran cosas que su padre le pedía, aunque James no sabía de dónde ese tipo sacaba esas cosas y porque parecía ser el único que podía salir, cuando afuera no había nada, no existía nada más.
Y en cada uno de sus cumpleaños, sobre la mesa junto al desayuno, aparecía un caja envuelta de papel brillante, teniendo dentro un juguete nuevo. Ese hombre le daba un regalo por cada año que cumplía. Pero su padre siempre lo revisaba antes de entregárselo, como si temiera que tuviera algo malo, cosa que jamás paso. Los regalos eran geniales, en opinión de James.
Pero por más que James preguntaba acerca del misterioso hombre, su padre jamás le respondió. En cambio, trataba de ignorar el tema todo lo que pudiese.
Lo único que sabía del extraño, era su nombre que venía en las tarjetas de cumpleaños con el regalo: Marvolo.
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– Es hora de ir a dormir, James – Su padre le informo, mientras lo atrapaba entre sus brazos y lo metía dentro de las cobijas.
James sonrió mientras veía a su padre entrar también, ambos debajo de la colcha, sonriéndose sinceramente.
– Hoy hice un largo viaje, papá – le informo, mientras sentía al mayor acariciarle la mejilla.
– ¿Así? Bueno, cuéntame a dónde fuiste – Le pidió, mientras se acercaba más como si fuese un secreto.
– A todo Hogwarts – le susurro. – Primero visite Gryffindor, porque es tu lugar favorito. Pero luego fui a Hufflepuff y Ravenclaw, deje al final Slytherin porque me gustan mucho sus colores, son como tus ojos. Y al final, estuve en medio, en el gran comedor.
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El ático (SNARRY)
Fiksi PenggemarHogwarts siempre se sintió como su hogar. Aún recordaba el fuente viento que golpeaba su rostro en la torre más alta del castillo, la nieve que cubría los extensos terrenos alrededor, la lluvia que empapaba las ventanas algunas noches, las hojas cay...