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Por alguna razón, me sentía cómoda en él. Me traía una sensación nostálgica, como si lo hubiera llevado antes.

Ahí estaba, parada frente al espejo del baño, mirando ese colgante que alguien me había regalado. Tal como me indicaba la nota, me lo tenía que poner una vez cada veintiocho días, empezando por hoy.

Tal vez alguien esté jugando conmigo, una broma pesada.

Sea lo que sea, lo único que quería era llegar al fondo del tema, saber quién estaba detrás de todo esto. No entendía por qué me habían regalado aquel obsequio.

Agarré mi mochila y bajé las escaleras para ir a clase. Curiosamente, llegué pronto.

A primera hora me tocaba matemáticas, así que me dirigí a su aula correspondiente. En cuanto entré, visualicé a Abril, sentada al fondo del todo. Ella me saludó con la mano.

—¡Valeria, acércate! —exclamó.

Ella estaba con Diana y Rocío, dos compañeras de mi curso. Nunca había sido amiga de ellas, sin embargo, nos llevábamos bien y solíamos conversar en clase.

Me acerqué a su mesa.

—Buenos días —saludé, con amabilidad.

Estuvimos un rato hablando, hasta que sonó el timbre, que indicaba que ya empezaba la clase. Me senté al lado de Abril, en el sitio que pegaba con la ventana que daba al patio.

En un momento de aburrimiento, mi mirada se dirigió hacia la ventana. Un movimiento extraño en el patio me sorprendió, haciendo que pusiera toda mi atención en ese punto. Una cabellera negra se asomaba.

Oh... Eres tú.

De un momento a otro, aquella persona se dio la vuelta y dirigió su vista hacia arriba, mirándome directamente. Hizo un gesto de saludo con la mano. Su semblante serio.

Yo le ignoré, fingiendo ponerle atención al profesor.

Sin embargo, empecé a sentir una punzada muy fuerte en mi pecho. Me faltaba el aire, no podía respirar.

—Profesor, ¿puedo ir al baño? —la urgencia se notaba en mi voz.

En cuanto él me dio el permiso, salí corriendo hacia el baño. Intenté tomar respiraciones profundas, pero no funcionó. Desesperada, abrí el grifo del lavabo para refrescarme la cara, sin embargo tampoco dio resultado.

Y entonces, él apareció.

Fue en ese momento exacto cuando todo el dolor en mi pecho desapareció, sin dejar rastro alguno. Como si su presencia hubiera bastado para que el malestar se fuera, y aparentemente, fue así.

Estaba parado en la puerta.

—Eso es lo que pasa cuando me ignoras —soltó con simpleza, mientras se iba adentrando.

No entendía lo que estaba diciendo.

—Este es el baño de chicas —dije firmemente.

—Lo sé. —Empezó a darse paseos por el baño, restándole importancia a todo lo demás.

—No puedes estar aquí.

—También lo sé. —Extendió el lado lateral de sus labios, formando una sonrisa burlona.

Con lentitud, empezó a acercarse a mí. Nos encontrábamos a una distancia casi inexistente, podía sentir su respiración caer sobre mí.

Me estaba poniendo nerviosa, traté de mantenerle la mirada, pero inmediatamente la bajé, no pude sostener el peso de sus ojos blancos. Comencé a sentir el calor subir por mi pálida piel, volviendo mis mejillas rojas.

PERSIGUIENDO HELIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora