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30 de octubre

Estos días no había instituto, era festivo puesto que se acercaba el día de los santos.

Desde que salimos de clase, no había vuelto a salir a la calle. Me he quedado cuidando de mi madre, ya que ha tenido fiebre alta, sin embargo, ahora se encuentra mejor.

El profesor nos había puesto varios exámenes.

Con pereza, me levanté de la cama. Agarré la mochila y la coloqué en el suelo, justo al lado de mi escritorio.

No me puedo creer que tenga que estudiar en vacaciones

Después de leer la primera página del libro, me entró el sueño. Me dejé caer sobre la mesa, cerrando los ojos.

Un segundo después, estos fueron abiertos de golpe gracias a un sonido ya casi familiar:

No vay...

Otra vez esa voz.

Empezaba a pensar que tal vez, estaba loca.

Estos días, las cosas en mi vida se habían puesto raras, y por mucho que trato de buscar respuestas, no las encuentro.

Entonces lo recordé: "Valeria, prométeme... prométeme que no harás nada de lo que te digan esos susurros. Es importante. Prométemelo".

Definitivamente, no era solo mi imaginación. No estaba loca. Él lo sabía. Kalen lo sabía.

Había algo en esta situación que me intrigaba. Sin embargo, Kalen me prometió que me daría respuestas. Mi única opción era creerle.

A decir verdad, no estaba segura de poder cumplir mi promesa, que consistía en no prestarle atención a aquellos susurros, ya que estos cada vez despertaban más curiosidad en mí.

—¡Valeria! —gritó mi madre, llamándome.

Con rapidez, bajé las escaleras. Me adentré en la sala de estar, donde ella se encontraba tumbada en nuestro grande sofá.

—Dime mamá.

—Me duele mucho la cabeza ahora mismo... ¿Podrías ir a casa de Amelia a dejarle este pastel?

Asentí.

—Claro.

Amelia era nuestra vecina. Era una señora amable, dulce y sincera. Siempre la he tenido mucho respeto y aprecio. Ella era amiga de mi abuela, por lo que la conozco muy bien. Me solía preparar galletas de chocolate, y me compraba regalos todos los años por navidad.

Agarré mi abrigo, mis guantes y mi gorro. Abrí la puerta, saliendo así de mi casa.

Me dirigí hacia mi destino, la casa de Amelia, la cual se encontraba al lado de la mía, por lo que no tenía que caminar mucho.

En cuanto llegué, toqué su timbre. Sin embargo, este no sonaba. Era una casa muy vieja, por lo que era totalmente comprensible.

Me dispuse a tocar su puerta con el puño de mi mano.

Nadie abrió la puerta.

Decidí dejarle el pastel en la entrada de su casa con una nota, para que lo pudiera ver en cuanto llegara.

Salí de ahí y me dispuse a caminar en dirección a mi casa, pero algo llegó a mi mente. Una serie de globos blancos que corrían en todas las direcciones.

Todo lo que ha pasado últimamente me estaba afectando. Hay ciertos detalles que aparecen en mi cabeza, y por mucho que trato de alejarlos, ellos vuelven.

Esto me recordó al parque donde empezó todo. Aquella niña, tan bonita con sus coletas de tirabuzones a los lados. Se veía tan delicada portando aquel globo con su mano.

PERSIGUIENDO HELIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora