🥀 » La princesa del espejo

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El Tic tac clic clac de sus pasos combinados repiqueteó por todo el pasillo mientras ambas corrían hacia su escondite

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El Tic tac clic clac de sus pasos combinados repiqueteó por todo el pasillo mientras ambas corrían hacia su escondite.

Slatery recorrió la estancia con su mirada y, segura de que nadie estaba por ahí, cerró la puerta, corrió las cortinas y se dirigió al armario.

Sacó una pequeña vela de cera y la encendió en el suelo junto al espejo. Eliza se sentó frente a ella y observó con atención como Slatery acercaba sus manos al fuego, demasiado cerca.

Ella levantó la vista, el fuego tiñó de un tono cobrizo aquellos metálicos y fríos ojos grises, y entonces tocó el fuego. Elizabeth contuvo un gemido de angustia, pero su compañera no retiró la mano del fuego.

–¿Cómo haces eso?– le susurró Eliza mientras ella giraba su palma. Estaba tan pálida como siempre, sin ninguna marca provocada por la llama de la vela. –¿Eres inmune al fuego?– preguntó, –¿Eso es posible?–.

Slatery asintió y miró hacia el espejo. Eliza siguió su mirada y sus ojos azul tormenta se abrieron de asombro. Ahí, dónde Slar pasaba un dedo sobre su muñeca, había un intrincado corte de color rojo carmesí que sangraba hasta gotear en el piso. Volvió su mirada a la vela, pero en el suelo junto a ella no había ni una sola gota de sangre.

–Las sirenas somos algo más que cuentos de marineros– le confesó ella, poniéndose de pie. Se acercó al enorme espejo y con su dedo trazó líneas sobre el cristal. En el reflejo, Eliza aún podía ver el corte sobre su piel. Eran como espirales, como algas, como la letra de algún idioma desconocido que ella no comprendía. –Te enseñaré mis secretos– dijo, mirando a Eliza a través del espejo, –¿Vienes?– preguntó, tendiendole la mano, y el espejo comenzó a brillar, a resquebrajarse, y con un chasquido de sus dedos, el cristal se fracturó. Los trozos de vidrio flotaron en el aire a su alrededor, girando alrededor de ellas, hasta que todo lo que Eliza vio fueron esquirlas blancas.

Y luego se detuvo.

Bajo sus pies el frío azulejo había desaparecido y en su lugar sus zapatos se toparon con roca arenosa, y al levantar la vista, el océano.

El rumor de las olas y el canto de las gaviotas llenaron sus oídos.

–Nuestra reina nos concedió muchos dones– dijo Slatery a su lado, con la mirada gris puesta en el agua. –Este es sólo uno de ellos– dijo, y una sonrisa amarga se dibujó en su rostro mientras tomaba la muñeca de Elizabeth y dibujaba con su dedo líneas invisibles sobre su piel. –Nos creó a partir de su sangre y aliento, nos dio forma con la fuerza del océano, y muy pocas sobrevivieron para servirla–.

–¿Cómo aprenderé todo esto? Yo no soy una sirena, no nací del mar ni…–.

–Serás tan digna de este don como cualquier hija del mar, Luna– le susurró, acariciando con dulzura su cabello azul marino. –Serás nuestra princesa, yo por fin podré descansar–.

«Pero mi nombre no es Luna» pensó ella, negando, mientras recordaba el sueño de la noche anterior. En él, se vio a sí misma sentada sobre un trono en una habitación blanca, y a sus pies, había un ángel arrodillado, una chica con el cabello tan rojo como la sangre y un hombre de ropas, corona y espadas blancas como el hielo.

–¿A dónde irás?– le preguntó, confundida, alejando los rastros de aquel sueño. La sirena miró nuevamente a las aguas oscuras del océano y sonrió.

–Volveré a la espuma de la que nací–.

Las Crónicas De Evercon - Original StoriesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora