4. Un día de cólera

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A la mañana siguiente desperté temprano, quizás demasiado, proponiéndome seguir esa rutina y entrenar todos los días... Sin mucha fe en que ese espíritu durase, pues yo y madrugar no solíamos llevarnos bien. En la cantina me encontré con algunos guardias, quienes consiguieron definirme a la hiena de los infiernos que me atacó, como "warrifang". Sinceramente, no podía tomarme el nombre en serio, pero si volvía a ver uno, no me quedaría a reírme de él.

La herida que me había hecho el animalito, que según me habían dicho, solían ser bastante mansos (me tocó a mi el defectuoso...) apenas se notaba, pero picaba como mil demonios. Tanto, que no dejaba de rascarme desde que me había levantado. Intentaba no pensar en ello, mientras impedía que mi familiar se comiese mi desayuno. Después de un rato "peleando" y de enterarme que los Seifauns ronroneaban, fui a encontrarme con Jamón para seguir con mi entrenamiento.

Aunque sabía que no iba a hacerme daño, no podía evitar que mis piernas temblasen ligeramente al acercarme a él. Demasiado imponente, antes de comenzar ya sentía que no tenía ninguna posibilidad... Jamón, con delicadeza, apartó a Archer de nuestro campo de entrenamiento. Me pareció muy tierno, se notaba que bajo esa apariencia, el ogro era muy dulce. Y yo aun así estaba aterrada por la paliza que me iba a dar.

Pero no fue así, volvimos a lo más básico esa mañana, pues yo era demasiado desastre aún. Mientras iba pasando la mañana, más calor tenía yo, lo que no ayudaba a que me concentrase, pero no podía detenerme ahora. Después de un par de enfrentamientos y que Jamón me aconsejase pelear como si estuviese bailando, pues en sus palabras, tenía cuerpo de bailarina, la vista se me empezó a nublar.

Según el ogro no debería, pero yo tenía calor, empezaba a sentir que divagaba como el día anterior y lo peor detrás de él estaba viendo a... si, definitivamente no me encontraba bien. A pesar de mi vista borrosa, podía ver en la lejanía a ¡¿Valkyon?! Algo me decía que esa sombra, que tan solo había durado unos segundos era él, pero se veía distinto, no sabía por qué. 

Mi entrenador se dio cuenta de que algo no iba bien y vino en mi ayuda. Quería llevarme a la enfermería, pero yo no, estaba harta de terminar siempre allí, ese lugar me recordaba lo inútil que era. Seguro que en la semana que llevaba despierta, ya había estado más veces, que el resto de la guardia en un mes. Por suerte o por desgracia, mi superior no estaba dispuesto a dejarme ahí y a pesar de mi enfado, que iba a peor por segundos, que pataleé, insulté, no solo a él, también a mi familiar, incluso pensé en la posibilidad de morderle, Jamón me llevó a la enfermería. Por el camino me desmayé, lo que asumo, fue un respiro para el pobre.

Cuando abrí los ojos de nuevo, era Ewelein quien me observaba y el ogro ya no estaba por ningún lado. Pero mi ira seguía conmigo, tan palpable, que pensé en darle una bofetada a la elfa como me volviese a preguntar cuantos dedos veía. A pesar del tono tranquilo de mi amiga, yo seguía enfadándome cada vez más, echándola en cara que me trataban como a una niña, siempre preocupándose en exceso por mí. Bien es verdad que lo pensaba, pero no era el momento, ni el lugar y mucho menos la persona con quien hablarlo.

Pero Ewe en vez de enfadarse, me miraba con preocupación, sin perderse uno solo de mis movimientos. Usando aún un tono tranquilo, me dijo que iba a examinar a otro paciente y que cuando volviese, si no veía nada raro me dejaría marchar. ¡Y un cuerno de unicornio! No pensaba esperarla, seguro que encontraba cualquier tontearía para dejarme ahí todo el día. En cuanto tuve oportunidad me escape del lugar, rumbo a mi cuarto, no me apetecía ver a nadie.

Para mi mala suerte, me di de bruces con Nevra, con quien también tuve una acalorada discusión, simplemente porque me preguntó "¿Que tal?", haciéndole sentir que mi enfado iba solo destinado a él, lo que nos llevó a "¡No eres el ombligo de Eldarya!". Que desembocó en subir cada vez más la voz, recriminándole todo lo que había cambiado y por su parte, dejarme caer muy poco sutilmente, que mi partida y la de sus otros dos mejores amigos, a lo mejor tenían mucho que ver. Y bueno... el hecho de que dijese unas cuantas veces, que debía gestionarme mejor, para volver a ser útil en la guardia, tampoco ayudaba a que mis ganas de estamparle contra la pared, bajasen.

Si te perdono...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora