Capítulo 4

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Rindo escuchó primero el correr de las cortinas abriéndose. Luego sintió un molesto rayo de sol en los párpados. Gruñó y, sin abrir los ojos, rodó en la cama ajena. Tomó conciencia del dolor de cabeza que taladraba sus sienes, lo que no hizo más que sumar a sus ganas de volver a sumirse en un profundo y analgésico sueño. Se sentía como si acabara de despertar después de que le hubieran noqueado con una cañería de plomo. Le pasó una vez en una pelea. Nada recomendable.

Alguien le tiró algo a la cara.

⏤Levanta y vístete ⏤escuchó decir a Ran.

¿Ran? Rindo se apartó con la mano lo que su hermano le había echado. El tacto era inconfundible. Sí. Sus pantalones. Con su cinturón aún pasado por los pasadores. Su camisa no tardó en llegarle volando también, aterrizando en el mismo sitio. Su cara. Aún adormilado, medio tomó aire, medio bostezó, emitiendo un ronquido en el proceso.

⏤¿Qué hora es? ⏤preguntó Rindo con voz gangosa.

⏤Pasadas las seis y media. El burdel cierra a las siete, así que ya te puedes estar dando prisa. Te espero fuera.

Burdel.

Aquella palabra le propició un golpe imaginario que le obligó a despabilarse. Una ráfaga de imágenes borrosas de la noche, como si de un carrete se tratara, surcó su mente. Recordó beber en el reservado y el Cosmopolitan que Sanzu derramó sobre sus pantalones. Luego bajó a la pista de baile, bebió otra vez, ¿bailó? Sí, algo bailó. Se tomó el caramelito que le ofreció Sanzu y se besaron. Espera, ¿se besaron antes o después de que se drogara? Y después de eso...

No recordaba nada.

⏤Mierda ⏤musitó Rindo para sí demasiado alto.

Ran, que ya estaba por salir, se volvió hacia él.

⏤¿Pasa algo? ⏤preguntó indolente, con la cabeza ligeramente inclinada hacia la derecha.

Rindo le miró con ojos miopes y la inquietud se asentó en la boca de su estómago. ¿Cuánto sabía Ran de su noche? «Cálmate», se dijo.

⏤Lo que pasa es que no veo nada. Me debí de quitar las lentillas anoche y no tengo ni idea de dónde las he podido dejar ⏤improvisó. Mentira no era.

A Rindo siempre le ocurría lo mismo.

Le pasó un par de años atrás, cuando estrelló el coche favorito de Ran, que había tomado prestado sin permiso, contra una columna. Contaba con la coartada perfecta para defender por qué no había sido él, pero cuando Ran le preguntó si quería café después de una reunión, estuvo a punto de confesar su crimen. También le pasaba a menudo cuando tenía poco más de quince años. Solía escabullirse a espaldas de su hermano para enrollarse con la hermana del líder de una banda que pretendía enfrentarse a ellos, y siempre que volvía a casa ⏤con un buen porqué que explicaba su ausencia⏤ y veía a Ran hacer lo suyo en el salón o la cocina, pensaba con certeza que lo había pillado rompiendo las normas esa vez.

Pero Ran no había dicho nada en ninguno de los casos. ¿Lo descubrió y calló? ¿Nunca supo nada? A la hora de la verdad, esa cuestión no importaba.

El asunto era que aunque no existiese evidencia alguna que señalara que Ran era conocedor de lo que había hecho, la actitud tranquila y, a menudo, ilegible de su hermano mayor era un lienzo en blanco para que Rindo proyectase en él sus remordimientos. Le reconcomía pensar que, equiparable a la llegada del Juicio Final, Ran fuera algún día a abrir el llenísimo cajón de mentiras e infracciones cometidas por Rindo a lo largo de los años.

Ran podía saber que Rindo se había drogado tanto como podía saber que reventó su coche favorito o se lió con la única chica con la que le prohibió salir.

Beautiful, Dirty, RichDonde viven las historias. Descúbrelo ahora