Capítulo 5

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Gracias al capricho de los Haitani, Hajime Kokonoi había ganado sesenta y cinco mil yenes en el transcurso de un fin de semana. Para el domingo por la tarde, la cifra al completo había ido a parar a una cuenta bancaria ajena: la de sus deudores. Los de Urashima Taro. Todavía le quedaban doscientos cincuenta millones por pagar y el tiempo del plazo establecido seguía corriendo en su contra.

El pasado tenía una manera peculiar de repetirse. Cíclica, un tanto irónica. Cruel incluso.

En Bonten había unas pocas reglas no escritas. Kokonoi consideraba la primera la más intuitiva de todas ellas: mantener en secreto absoluto todo lo que allí se hablaba y se hacía. Los negocios. Las cuentas. La filtración de información se pagaba con la vida, fuera el infractor un peón cualquiera, o la mismísima mano derecha del jefe. Koko estaba seguro de que de Sanzu, de traicionar de alguna manera la confidencialidad de la banda, se aplicaría a sí mismo la pena capital sin que le temblara el pulso. Sin necesidad de que Mikey se lo ordenara de manera explícita.

Para Koko, la segunda de las normas era la menos respetada. «Bonten está por encima de la vida de cualquiera de sus miembros, de cualquier persona». Dudaba que la lealtad hacia Bonten se encontrara para los Haitani por encima de la lealtad que se tenían el uno al otro. Incluso la rabiosa lealtad de Sanzu hacia la organización no era más que una traducción de sus sentimientos personales hacia Mikey. Perdería la partida a propósito antes que ver caer a su rey. Al final del día, era inevitable que fuertes sentimientos personales existieran. Se trataba de que no pusieran en peligro la prosperidad de la organización. Si de verte en una situación en la cual has de elegir entre el futuro de Bonten y otra persona, elegirías a esa persona, tu mejor opción era tomar las medidas necesarias para evitar la situación.

Pero la última de las normas era la verdadera putada para Hajime. «Jamás contactar con nadie de la antigua Toman». Mikey tenía sus razones para querer mantener a su antiguo círculo lo más lejos posible de su nueva vida. Por infringir esa norma por capricho, Koko la había fastidiado. La deuda era un mal menor si se paraba a pensar que sus acciones habían puesto a la persona por la cual la había roto la tercera regla en la mirilla de los de Urashima Taro. No. Pensar en él solo le distraería de sus metas.

Podía resolverlo.

Podría resolverlo todo y subsanar sus errores mucho más fácilmente con un poco más de tiempo. Dado que tenía que hacerlo de manera rápida y discreta, sin tocar sus ganancias de Bonten para no levantar sospechas, sería necio negar que el negocio con los Haitani era la opción más viable. Por eso, únicamente por eso, estaba dispuesto a seguir adelante.

Era ya lunes. Koko se encontraba en el asiento trasero del coche que lo iba a llevar a la sede de Bonten para la reunión de la tarde. No conseguía parar de tamborilear con los dedos en el reposamanos de plástico de su asiento. Hasta el punto de que se estaba poniendo nervioso a sí mismo. Arrancó la mirada del paisaje urbano a través de la ventana tintada y cogió el móvil para obligar a su mano a entretenerse con algo que no fuera el condenado repiqueteo. Terminó releyendo por enésima vez el mensaje que le llegó mientras se duchaba el sábado por la mañana.

Puedo imaginarme qué tipo de sueño has tenido. Tienes mis disculpas si se ha debido a mí.

Ran.

Esa tarde lo vería en persona por primera vez después de su última, patética para él, interacción en su despacho. Después de la todavía más comprometedora foto que le había mandado sin pararse a pensarlo ni medio segundo. Koko se pasó la mano por la cara y suspiró. Había tomado demasiadas decisiones impulsivas en los últimos días. Tantas, que los Haitani, Ran especialmente, debían de estar formándose una imagen muy distorsionada de él. Alguien fácil de provocar y manipular si se pulsaban las teclas adecuadas. Pero Hajime Kokonoi no era así.

Beautiful, Dirty, RichDonde viven las historias. Descúbrelo ahora