A palo dado ni Dios lo quita

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La luz del sol iluminaba de frente el rostro blanquecino y bien cuidado de Zen, su cuerpo yacía envuelto entre esas sábanas cual oruga; sin embargo, su cabeza era lo único que sobresalía de entre ese túmulo de sábanas y frazadas. Había pasado varios días desde la última vez que había entrado al chat, sabía que todos habían estado escribiendo allí por el constante sonido de las notificaciones llegando sin piedad a su celular, siquiera había respondido mensajes privados, salvo si se trataban de trabajo. Decidió dedicarse en su totalidad al trabajo, buscando cualquier cosa para distraerse y sin descuidar demasiado su imagen por el mismo estrés que él solo se cargaba.

La molesta luz del sol sobre su rostro lo obligó a abrir los ojos con total pesadez, negándose a despertarse dado que, noche anterior, se había desvelado pensando en el patán que sentía que había jugado con él. Todavía quedaba el recuerdo vívido de sus labios al tocarse, las mismas caricias de esos finos y largos dedos que tocaban su nívea piel con sutileza, tratado como si fuera una joya. Debajo de sus ojos se veía el fruto de ese desvelo y, para empeorar la situación, siquiera era capaz de moverse. –Agh....– se movió de un lado a otro, buscando el desenvolver su cuerpo, giró por toda esa enorme cama hasta que terminó cayendo contra el suelo por la misma brusquedad en la que se había impulsado y es que sin manos, ni piernas que le permitiesen frenar, era imposible evadir el impacto. Golpeó el suelo y se puso de pie, tomó su celular y notó en el mismo reflejo de la pantalla negra del mismo su cabello totalmente alborotado, la frustración pronto llegó y se lamentó por haber perdido su tiempo pensando en algo que siquiera parecía valer la pena. Al desbloquear la pantalla notó una infinidad de notificaciones del dichoso chat, frunció su ceño y dejó su celular de lado, tenía tanto miedo de entrar al chat y leer comentarios de la boda, sobre todo de saber la fecha exacta y la "desdichada" mujer que lo acompañaría por el resto de sus vidas.

Imaginar a Jumin tocando a una mujer, compartiendo la misma cama, rozando sus cuerpos en una noche pasional con alguien que no era él... No debería causarle tanto enojo y frustración, pero ahí estaba el desastre creado por sus pensamientos que no lo llevaban a ningún lado, y Zen lo sabía, era consciente de ello, pero aun así no podía evitarlo. Casi podría decirse que esos sentimientos que tenía eran como el agua, cayendo entre sus dedos y desbordándose, algo totalmente fuera de su control. De pronto, el timbre sonó una, luego dos y hasta una tercera vez, levantó su deprimido rostro en vista de la puerta de su habitación, se quedó en silencio y caminó perezoso hacia la puerta, abrió la misma de forma descuidada y allí se llevó una sorpresa al encontrarse con aquella mujer de cabellera castaña y gafas, viéndolo con sorpresa y hasta había sacado su celular, el flash de la cámara lo hizo despertar de su ensimismo. –Ah, casi me dejas ciego... ¿Qué haces aquí, Jaehee? – La mujer aclaró su garganta y guardó su celular.

–Es que no respondías ningún mensaje. Estábamos preocupados y como no diste ningún tipo de señal de vida, decidí venir hasta aquí para saber si estabas bien, aunque no pensé encontrarte con esas fachas, Zen.

–Eh...– abrió sus ojos al recordar su desordenado cabello y llevó sus manos hacia su larga pero despeinada cabellera, sus pómulos se tiñeron de un rojo intenso, dejando en claro la vergüenza que de pronto había surgido. –¡N-no me mires!

–Lo siento, Zen... ya lo hice, hasta saqué una foto, pero tranquilo, la guardaré para mí. – su sonrisa se extendió ligeramente en su rostro calmo y palpó su celular guardado en el bolsillo de su pantalón.

–Ah... por cierto, Jaehee... ¿no deberías estar trabajando? El adicto al trabajo podría enojarse.

–Oh... veo que no has leído los mensajes. El señor Han se fue de viaje por casi un mes, tiene que cerrar unos tratos con gente importante antes de la boda, así que...

Yo no creo en el amor...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora