Solo en la oscuridad

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CIEL

Hastiado de soportar la empalagosa compañía de Lizzy la regresé a su casa y volví a la ciudad. Regresé a los brazos de esa que me hacía sentir bien. Entre los brazos de María todo mejoraba.

"Ella me da mala espina" una frase por de más repetida por mi mayordomo, que me recomendaba no acercarme demasiado a esa chiquilla. Pero lo que yo más deseaba era estar pegado a su dulce piel, «¿por qué escucharía a alguien que no parecía estar de mi parte?».

Llegué a una casa que parecía vacía. Me pregunté si habría salido, pero la respuesta era otra. Ella se había largado sin decir absolutamente nada.

—Encuéntrala —exigí pateando la puerta y Sebastián se negó confesando: —Lo siento bocchan, pero aunque puedo verla no soy capaz de sentirla, nunca he podido, así ha sido desde el principio, por eso no sé dónde está.

—Maldición —bufé golpeando con mi puño una pared que no cargaba culpa alguna. Esa noche me fui, pero yo volvería, ella era mía y a mis brazos regresaría.

Pero las semanas se pasaron y ella jamás regresó. Y yo no podía averiguar nada, lo único que me quedaba por hacer era preguntar a la estúpida araña que antes la siguiera a todas partes. Pero él también desapareció, no volvió al restaurante; y no lo culpo, sin ella ese lugar no tenía tanto encanto.

El Trancy seguro sabía algo pero mi orgullo no me dejaba preguntar, además, ella era una más del montón, otra cualquiera podría cubrir su lugar.

O eso pensé, pero no le busqué un reemplazo. Ninguna se ajustaba a los parámetros que ella estableció, ni siquiera a simple vista. Por eso, usando como pretexto su salida de mi vida, me decidí a sentar cabeza. Al fin hice caso a la constante sugerencia que Lizzy siempre ponía de sobremesa, nuestra boda.

Con la boda encima yo estaba por demás estresado y ella desaparecida me tenía más que molesto.

—Eres un inútil —me quejé con Sebastián que me entregaba la lista de nobles para invitar a la fiesta de compromiso. Sebastián se disculpó, pero no con pena, sino con frustración. Por eso ya no dije nada, él parecía en serio no ser capaz de encontrarla.

—Ciel, necesito la lista de invitados —dijo Lizzy quien parecía demasiado emocionada. «Sólo es una boda, por Dios». Le pasé las hojas a Sebastián indicando con la cabeza las entregara a la que esperaba en la puerta.

Cuando Elizabeth se fue Sebastián dijo: —Pensé que eliminaría al joven Trancy de la lista. —sin despegar los ojos al resto de papeles en mi escritorio exclamé: —Oh, no lo vi —mentí. Yo, necesitaba preguntarle algunas cosas, así que necesitaba un acercamiento.

Justo antes de la fiesta junté toda mi fuerza de voluntad para hablar con él, pero no fue necesario preguntar nada. Ese que yo detestaba apareció del brazo de la que yo buscaba.

Ella se veía hermosa en ese vestido de gala, parecía un ángel o un demonio tal vez. Tanta hermosura no parecía natural.

Su entrada de inmediato atrajo la mirada de chismosas y envidiosas damas y de perros caballeros que, literalmente, babeaban por ella. Muchos se acercaron a saludar a la pareja, muy a pesar de un pomposo e idiota nuevo rico que nos crispada los nervios a todos.

Me acerqué a ellos también y ambos saludaron. Yo quería preguntar tantas cosas a la que sólo me miraba con sus enormes ojos color cielo. Pero solo les di la bienvenida y los dejé atrás.

—La quiero en mi cuarto —susurré a Sebastián mientras nos dirigíamos a saludas más de los invitados—, es una orden. —dije y Sebastián se limitó a decir: —Yes my lord —entonces desapareció de mi lado.

Minutos después entré a una habitación donde ella se encontraba inconsciente en una cama. La miré y acerqué mi mano a su rostro. Acaricié ese rostro dormido que tantas veces me deleitó y que ahora me enrabiaba casi a perder el control. Y es que el estúpido Trancy la presentó al mundo entero como la que más amaba.

«Cuanta indecencia en ese vulgar remedo de noble» me quejé mentalmente y regresé a la fiesta donde todos echaban de menos a la que le robara la noche a mi querida Elizabeth.

Al final incluso Alois se fue. Envié a Elizabeth a su casa y corrí a donde esa que me tenía tan estresado estaba.

—Abre los ojos —exigí a la que despertaba al sentir mi mano golpear su mejilla. Ella me miró confundida.

—¿Ciel? —preguntó con un poco de sorpresa.

—¿Dónde diablos te metiste? —cuestioné a la hermosa joven que se incorporaba en mi cama.

—No te importa —dijo con arrogancia mientras ponía su mano en su frente. Se mostraba algo confusa.

—¿Por qué te largaste sin decirme nada? —hice una nueva pregunta. Ella me dirigió una furiosa mirada y dijo: —Yo no tengo porque darte explicaciones, no soy nada tuyo ¿recuerdas? —provocando que yo entendiera todo.

—Estúpida —dije sonriendo—. Todo por celos. —Ella también sonrió.

—En realidad por envidia —confesó llenándome de confusión. Los celos y la envidia no difieren en mucho, la única diferencia es que una implica el amor. Y no era precisamente el que ella mencionaba.

—¿Envidias a Lizzy? —pregunté casi molesto.

—Por supuesto —dijo sin inmutarse—, ella no tiene que matarse trabajando y tiene una vida que es mejor que excelente ¿quién no querría eso? —preguntó con demasiado cinismo.

—Ahora entiendo —dije tal vez decepcionado—. Querías que me casara contigo ¿no? —sonreí—, pero tú no te comparas con Elizabeth —aseguré intentando herirla. Pero al parecer mis palabras no le dolían, lo intuí cuando sonriendo también soltó una respuesta.

—No claro que no —dijo—, nuestras clases son diferentes, yo no necesito a un conde Phantomhive, Alois es suficiente para mí —señaló en tono arrogante, borrando la sonrisa de mi rostro y remplazándola con una expresión de ira.

—Si —dije— son tal para cual. —Pero ya no pude sonreír, no podía creer que ella prefiriera a Alois Trancy antes que a mí. La vi fruncir el ceño y se levantó para dirigirse a la puerta; pero yo no la dejaría irse.

La jalé de su hermosa azabache cabellera atrayéndola a mí y la empujé a la alfombra en el piso. Una vez la tuve indefensa, me posicioné sobre ella sosteniendo con fuerza sus muñecas sobre su cabeza, en el piso. María cerró con fuerza los ojos haciendo una súplica a la que nadie atendería.

—Ciel por favor no... 


Continúa...



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