Verdad en las sombras

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MARÍA

—Mamá... Alois me odia —dijo Vicent desde la copa del árbol. «Y yo no lo culpo» un pensamiento que, por proteger la estima de mi aventurero hijo, no dije.

—No me importa, bájate o te dejo con él —era una amenaza que funcionaba. Vicent y Alois no congeniaban nada. Y a punto de lograr mi objetivo apareció una princesa ofreciendo una ayuda que nadie le estaba pidiendo.

—Mami, ¿quieres que le diga a papá que Vicent se porta mal? —ofreció y dije: —Gracias Rachel pero yo lo arreglaré —conteniendo mis ganas de amarrarlos a ambos de la copa del árbol más alto del Everest por la eternidad.

Sé que son mis hijos, pero paciencia no es algo de lo que el cielo me dotara, y esos dos eran hijos del demonio, me desquiciaban. Aunque no hay duda de que los amo, pues ellos no han muerto.

Después de mi última advertencia, de un brinco, bajó mi dolor de cabeza de ese árbol.

—Serán 22 días con él —susurré con sonrisa siniestra. El pequeño replicó: —Pero mamá...

—Nada de peros —pedí—, además, Alois no te odia, es solo que te falta mucha disciplina, por eso te parece tan estricto.

—Pues te quedarás en Londres —dijo la pequeña burlona y le informé: —Y tú con ellos, no irás conmigo —ella me miró con sorpresa e hizo el amago de tirarse al piso para comenzar con una de esas rabietas que me daban migraña.

Me acerqué ahora a ella amenazando: —Serán tres meses —miré a mi hijo—, para ambos si no se comportan. Esta no es su casa, no pueden hacer lo que quieran, no sin consecuencias —y ambos agacharon la cabeza.

Inspiré profundo con los ojos cerrados. Ellos me volvían loca en serio. Eran tremendos, imparables, caprichosos y temerarios, pero yo era peor que ellos y ellos lo sabían. Por eso, cuando la sonrisa siniestra aparecía en mis ojos, ellos hacían lo que yo quería.

Me incorporé y moví mi cuello apesadumbrada. Al abrir los ojos me encontré con alguien que realmente no esperaba, el Conde Ciel Phantomhive que no apartaba la mirada del que hace minutos cayera del árbol.

Chasqueando la lengua me moví a cubrir con mi cuerpo el de mi pequeño hijo. Lo tomé de la mano y jalando a Rachel con la otra mano quise salir huyendo. Esto sí que no lo había previsto. Aunque sabía de la posibilidad de algún día toparme con él, realmente no lo estaba esperando.

»Demonios —me quejé al verlo seguirme y, a sabiendas de lo que seguía, busqué apartarme a un lugar algo discreto. Pues la publicidad podría hacernos mucho daño a ambos.


CIEL

La vi reprender a ambos niños, la vi suspirar y sobar el puente de su nariz con cansancio, entonces la vi descubrirme descubriéndola.

María se interpuso entre mi vista y ese que ella llamó Vicent. Tomó a la pequeña llamada Rachel y salió corriendo con los que al parecer eran sus hijos, pues él la llamó mamá y ella mami.

Me dispuse a seguirla. En mi pecho estaba naciendo una corazonada algo peculiar. Esos que tenían los nombres de mis padres me resultaban demasiado familiares, sobre todo el pequeño de cabello y ojos azules.

La seguí tras la enramada, asegurándome de que nadie me siguiera a mí. Eso podría traernos demasiados problemas, sobre todo si mi sospecha resultaba ser cierta. Pero ¿a quién queremos engañar?, no hay forma de que me equivoque.

—Te equivocas... —dijo y la miré con enfado. No puede esperar que le crea esa respuesta a algo que aún no preguntaba—. No son tus hijos. —advirtió creyendo que conocía mis pensamientos completó.

—¿En serio? —pregunté enarcando una ceja mientras miraba al pequeño Vicent. María chistó los dientes y después de morder su labio, inspirar profundo y sacar el aire por la boca pidió: —Preséntense con el Conde Phantomhive niños.

—Oh —hizo la pequeña niña atrayendo toda mi atención—, él es el señor que odia a papá y que no hace negocios con nosotros ¿verdad?. Soy Rachel Trancy —se presentó— y no me da gusto conocerlo —dijo haciéndome doler el alma y empujándome a la confusión.

Esa niña era idéntica a Sebastián, tenía la mirada del demonio, incluso poseía esa aura demoníaca y perfecta. Aunque en eso también se parecía a su madre.

—Yo soy Vicent Trancy —brincó el chiquillo de ojos claros—, y si usted odia a Alois a mí sí me da gusto conocerlo —regalándome una tierna sonrisa que hizo brincar un corazón que yo creía muerto.

—Vayan a jugar —pidió María con expresión cansada—, y Vicent, nada de subirse a los árboles... ni a las bardas... ni a las mesas... ni a la piñata, por amor al cielo no despegues los pies del piso o te quedas los tres meses con Alois. —Vicent chistó los dientes y pateó una piedra.

—¿Ellos no son mis hijos? —pregunté a la mujer que también miraba como ese par de niños volvían al jardín donde la fiesta se llevaba a cabo. María me miró sorprendida, miró el piso, después el cielo, a Sebastián y después de volver a respirar profundo dijo aún sin mirarme: —No —casi en susurro. Pero yo no le creía.

—Vicent y Rachel son los nombres... —comencé a hablar, pero fui interrumpido por un hombre de algunos años más que yo, de ojos azul profundo y cabellos del mismo color que dijo: —De mis tíos fallecidos... ¿cómo estás primo Ciel?.


Continúa...


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