Manteniendo la palabra

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MARIA

No hay duda de lo mucho que amaba a mis hijos. No había pasado ni un día de que los dejé solitos y ya los extrañaba demasiado. Por eso volví.

Debido a mi trabajo muchas de las veces tenía que dejarlos sin mí por algunos días. Temprano me despedí de ellos y poco después de doce horas ya quería volver a verlos. Extrañaba demasiado las travesuras de Vicent y los desplantes de Rachel. Ellos eran endemoniadamente perfectos.

Era costumbre en ellos terminar en la misma cama, sobre todo cuando yo no estaba, entonces terminaban en la mía. Así que no era problema para mí escabullirme de noche a la cama que amaba compartir con ellos.

Esa noche aparecí en una cama que se sentía un poco diferente, pero eso bien podría ser el cansancio hablando por mí, por eso no hice caso. Por eso y porque mis dos amores estaban en esa cama que yo adoraba ocupar.

Habían pasado cerca de dos horas de que cerré los ojos cuando la puerta de la habitación se abrió. Miré a la entrada de un cuarto que comenzaba a ser desconocido para mí y descubrí en la puerta a Elizabeth ojousama con descolocada mirada.

Revisé un cuarto que apenas si recordaba de una noche. Pude ver que esa cama donde me encontraba no era mía. Y vi a mis hijos durmiendo plácidamente con el padre de ellos.

«¿Qué rayos significa esto?» me pregunté. Pero no pude conjeturar nada, el grito de ella no me permitió pensar nada más.

—¡Ciel! —gritó la rubia despertando al hombre en mi cama. Él la miró y me miró alternadamente, parecía un poco confundido. Elizabeth estalló—. Tú... eres un maldito, incluso tienes hijos, ahora entiendo que no te afectara que yo no pudiera ser madre, no necesitabas un hijo mío cuando tienes dos de ella —dijo señalando hacia mí.

—Dijiste que era su despedida —reclamó mientras lloraba—, dijiste que nunca más volverías... Me vieron la cara de idiota... los odio a ambos. —Yo no sabía que decir, tampoco entendía mucho de lo que estaba pasando.

—Cálmate Lizzy —pidió Ciel tomándola de un brazo. Ella dijo: —No, no me voy a calmar, voy a hacer de tu vida un infierno, te lo juro —saliendo de la habitación con Ciel tras de ella.

—¿María que haces aquí? —preguntó mi padre que entraba a la habitación de su Bocchan. Al parecer sintió los problemas y decidió averiguar qué pasaba. Pero yo no podía darle respuestas, tampoco tenía mucha idea de lo que ocurría.

—¿Por qué están aquí mis hijos? —pregunté. Él miró a la ventana y respondió como queriendo deslindar responsabilidades: —Alois los trajo.

—¿Alois hizo qué?

—Él los trajo

—¿Alois se los dejó a Ciel?

—Claro que no, hubo una cena y vino con todos. Realmente no sé cómo terminaron en la cama de Ciel Bocchan pero a la mansión llegaron con Alois. Él y su familia están en la habitación al final del pasillo.

—¿Por qué Ciel hizo esto? —pregunté deseando entender un poco más. Pero la respuesta era obvia, aunque yo no estaba intentando entenderla.

—Son sus hijos —dijo mi padre—, ¿no esperabas que en serio se quedara de brazos cruzados o sí?

—Es justo lo que esperaba —dije—. Yo se los advertí Sebastián, dije que no se acercaran y esto sobrepasa el límite establecido.

—Si él pelea deberás atenerte a las consecuencias —advirtió mi papá. Pero yo no le tenía miedo a Ciel, yo sabía que tenía las de ganar en esta situación.

—Te equivocas papá, quienes se atendrán a las consecuencias son ustedes, porque yo dejé bien claro como actuaría si se acercaban demasiado —le recordé y tomando a mis hijos conmigo salí de la casa sin decir nada más.

En el camino me encontré con Ciel que comenzó a seguirme diciendo no sé cuántas cosas. Yo no lo escuché. Yo se lo había advertido y cumpliría mi palabra. Además no pelearía con él, mi desquite sería con el idiota de Alois.

Unas horas después de que entré a la casa Alois llegó y le armé tremendo pancho. Ciel y él siempre se odiaron y ahora él me traicionaba ayudándolo a mis espaldas a tener cerca a nuestros hijos.

—No puedes alejarlo para siempre —aseguró Alois—, son sus hijos. María, tú y yo mejor que nadie sabemos del dolor que causa la ausencia de nuestros padres, no quiero eso para mi hijo, no quiero eso para tus hijos tampoco.

—Estúpido —resoplé y subí a la habitación de los niños donde comencé a hacer maletas. Alois me siguió y chistó los dientes.

—No te vayas aún —pidió—, vuelve a hablar conmigo cuando estés menos furiosa. —Lo acribillé con la mirada—. Tengo que salir, pero volveré en una hora, espera por favor.

Alois, su mujer y su hijo fueron escoltados por Claude quien los llevaba a la estación de tren. Ella se iría por algunos días a casa de su mamá pues los negocios serían un tormento y, así como Alois requería de Claude, ella necesitaba apoyo con el bebé.

Yo terminé de hacer maletas pero no me fui. Aunque mi intención era no cambiar de opinión, al menos quería no irme peleada con ese que era mi familia. Pero no pasó así.

En la habitación de mis hijos, mientras los veía jugar, alguien irrumpió tomándome por sorpresa. Cuando quise reaccionar las cosas a mí alrededor se volvieron borrosas en mi conciencia que se nublaba. Solo pude ver dos sombras tomando a los dos que yo más amaba, mientras sus llantos se hacían ecos graves desapareciendo en mi cabeza.


Continúa...



SOMBRAS DOLOROSASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora