—¡Ah! —grité al sentirme observada sin esperármelo.
No me paré a mirarlo con detenimiento, tampoco a ver qué le resultaba tan interesante. Llevé mi mano hasta la cuerda de la persiana y tiré de ella de un tirón, provocando que las lamas de plástico se atascaran. Gruñí al ver que había quedado un trozo sin tapar y volví a dar otro tirón, esta vez más suave, para ver si subía o bajaba. Pero nada. Ahora el frío se filtraría del exterior durante la noche. Por suerte no había jodido el cristal de la ventana.
—Genial —gimoteé con solo pensar que eso significaba llamar a la casera y esperar a que lo solucionara. No quería quedarme con la persiana estropeada en pleno invierno.
Miré mi desastre como si mágicamente se fuera a solucionar, aunque bien sabía que no. No podía creerme que el vecino fuera un chico de mi edad, al menos en apariencia, y que se hubiera tomado el atrevimiento de espiarme. Aunque, sí, lo sé, yo había inspeccionado su habitación minutos antes; pero estaba segura de que, debido a la distancia en la que estábamos, que ambas ventanas estaban abiertas y que había elevado el tono de voz por el enfado, seguramente lo había escuchado todo.
Gruñí. Me lamenté pensando que era culpa mía por cancelar de nuevo un plan con mis amigas y decantarme por el idiota de mi novio, cuando, aun por encima, tenía demasiadas cosas pendientes para hacer. Estaba en el último año de carrera y las prácticas finales estaban a la vuelta de la esquina. Además, el trabajo fin de grado era el tema por excelencia de los profesores, disfrutaban metiéndonos presión para hacerlo lo mejor posible y yo quería sacar la mayor nota posible, lo que significaba tener que planificar lo que iba a llevar a cabo en las clases.
Y, por si eso no era poco, tenía que trabajar al día siguiente en la cafetería que llevaba desde que llegué nueva a Madrid para estudiar en la facultad. Quizás muchos lo verían una estupidez, pues en Asturias, de donde yo era, también estaba la carrera de Magisterio, pero llevaba ya unos años pensando en independizarme y buscarme la vida, sobre todo a raíz del divorcio de mis padres y ver a mi madre sacrificarse hasta el cansancio para que a mi hermana y a mí no nos faltase nada. Quería volar.
Y eso hice en cuanto cumplí la mayoría de edad. Conseguí una beca que pagaba mis estudios y busqué un trabajo a media jornada que me permitiera pagarme la mitad del alquiler en un barrio sencillo. Ni de lejos podría vivir en uno como Recoletos o Castellana.
El sonido del móvil captó mi atención y me tensé al pensar que podía ser Fran otra vez. No estaba preparada a nivel emocional como para enfrentarme a una nueva discusión. Por suerte, exhalé todo el aire que había retenido en mis pulmones sin darme cuenta al ver que eran mensajes del único grupo de Whatsapp que no tenía silenciado, el de las Supernenas.
Beca: ¿Qué tal va tu cita romántica, Lotta?
Me mordí la mejilla interna al leer el mensaje. Si contestaba la verdad sabía lo que iba a decirme, pero tampoco quería mentirla. Suspiré y terminé relatándoles la realidad. De cita romántica había tenido poco. Las respuestas no tardaron en llegar.
Beca: ... Mejor me ahorro lo que pienso porque me bloqueas.
Gaby: Bueno, no sé por qué no nos sorprende.
Mara: ¿Quieres que vayamos a verte? Aún no es muy tarde.
Sonreí. La verdad es que no vivíamos muy lejos, salvo Beca, que vivía en Usera. Además, Gaby y yo íbamos a la misma clase. Pero necesitaba tenerlas a todas a mi lado durante un rato.
Lotta: Si no os molesta me vendría genial ☹
Eso era lo bueno de la amistad. A pesar de haber cancelado lo que habían organizado, estaban dispuestas a enfrentarse al frío con tal de distraerme y conversar de lo sucedido. La terapia gratuita nunca venía mal.
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Bésame en el cuello
Teen FictionCuando Carlota descubre que su novio, con el que lleva tres años, le ha sido infiel, se jura a sí misma no volver a enamorarse. A simple vista parece una promesa sencilla: Disfrutar de la soltería, centrarse en el trabajo y los estudios, pasar más...