Mierda. Mierda. Mierda. Necesitaba alejarme. No podía hacerlo, no así. Por Dios, si sabía perfectamente que no tenía los cinco sentidos activados y mi cerebro estaba aletargado. ¿Cómo iba a mantener una conversación con él?
Me giré para dar media vuelta y volver con mis amigas, al menos allí estaría en terreno seguro, pero él no me lo permitió. Tuvo que sujetarme del brazo con firmeza, pero sin llegar a hacerme daño, y tirar de mí.
—¿Vecinita?
Sus ojos volvieron a conectar con los míos y no pude hacer otra cosa más que tragar saliva. Ese chico imponía con su presencia, sus ojos oscuros brillaban, en parte gracias a las luces del local.
—Yo...
Entonces recordé las palabras de Beca, su arrogancia, su seguridad narcisista. Incluso se había tomado la confianza de llamarme vecinita cuando no me conocía de nada. Inspiré con fuerza y cerré las manos en un puño, movida por una falsa sensación de empoderamiento femenino y ganas de sentir superioridad.
—Sí, la misma, esa que te has tomado la licencia de mirar por la ventana y seguro que hacer fotos —le encaré.
La forma en que arqueó sus cejas y se cruzó de brazos captó mi atención. A pesar de estar rodeados de personas y envueltos en una música atronadora, solo lo veía a él. El alcohol me había dado demasiada fuerza; en otro momento hubiera salido huyendo.
—No te hice ninguna foto, y te recuerdo que dejaste tu ventana abierta. Soy libre de mirar por la mía, bombón.
—Enséñamelo. Demuéstrame que no me has hecho ninguna foto, o vídeo —respondí acercándome más a él.
—¿Qué me das a cambio?
—¿Qué?
Levanté la cabeza al escuchar su pregunta. Ya se intuía un doble sentido, pero su sonrisa lobuna y la lengua asomando durante unos segundos me lo confirmó. Ese chico estaba tonteando conmigo.
Joder... mi mirada se quedó más tiempo del debido en sus labios y él lo notó, pues acortó el espacio entre ambos, quedando a milímetros de mi cuerpo. Entonces se inclinó y llevó su boca hasta mi oreja para susurrar:
—Creo que ambos estamos de acuerdo en que un beso sería una recompensa justa.
Mi piel se erizó ante su contacto. Su aliento era cálido y agradable, me hacía arder por dentro. Me humedecí los labios de manera inconsciente al escucharlo. En ese momento nada deseaba más que un beso suyo. Me preguntaba por qué se hacía llamar lobo, por qué tenía ese magnetismo tan especial. Estaba claro que era un mujeriego de mucho cuidado, y yo quería algo simple, vengarme de él y de todos los chicos que nos hacían daño de forma gratuita.
Entonces me incliné yo y le busqué. Me aproximé a su oreja y respondí con sinceridad:
—Creo que ambos estamos de acuerdo en que esa respuesta es de ser un auténtico imbécil desesperado.
El efecto fue el deseado. El chico parpadeó, confuso, y retrocedió para después mirarme fijamente y tragar saliva. Fueron solo unos segundos de vergüenza, pero los suficientes para calarlo. ¿De verdad esperaba, por muy borracha que estuviera, que cayera por esas palabras? ¿Qué imagen tenía de mí? Era mi privacidad y no iba a arrastrarme por conseguirla. Estaba en mi derecho.
—Vale, vale. Tienes razón, eso ha estado mal.
En ese momento fui yo quien retrocedió unos pasos y meneé la cabeza en señal de aturdimiento. ¿De verdad me estaba dando la razón? Me crucé de brazos, expectante por su siguiente paso, y vi como rebuscaba por sus bolsillos su teléfono móvil.
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Bésame en el cuello
Teen FictionCuando Carlota descubre que su novio, con el que lleva tres años, le ha sido infiel, se jura a sí misma no volver a enamorarse. A simple vista parece una promesa sencilla: Disfrutar de la soltería, centrarse en el trabajo y los estudios, pasar más...