🔥36🔥

183 30 0
                                    

Algo cálido y suave estaba tocando mi mejilla y quijada cada cierto tiempo. No había abierto los ojos pero con el tiempo que llevaba despierto había logrado contar dos o tres segundos cuando nuevamente me tocaba.

— Archie. — Susurró cerca de mi oreja. — Despierte.

No lo hice, no quería enfrentarme a la realidad tan rápido.

Nuevamente la calidez y la suavidad me adormecieron mientras se acercaban cada vez más a mi boca. Cuando estuvieron sobre ésta cualquier rastro de ternura desapareció, dando paso a una fricción demandante y casi necesitada.

Me besaba, sujetaba mi quijada con una de sus manos y acariciaba mis largos cabellos con la otra.

— ¿Qué hace? — Pregunté cuando se alejó.

Su boca seguía estando cerca de la mía a pesar de haberse separado. Podía sentir su respiración chocar con mi boca y a un par de sus cabellos rozando mis mejillas.

— Como su mujer, mi deber es despertarlo. — Mi mujer... Abrí los ojos, encontrándome con los suyos a escasos centímetros.

Era hermosa y quien fuera capaz de dudarlo debía estar ciego. Hermosa, alegre y cariñosa, justo lo que necesitaba para que mi corazón dejara de ser terco y soltara aquello que no le pertenecía.

— ¿Se encuentra bien? — Ante mi pregunta asintió.

— Gracias a usted. — Su cabeza dejó de estar frente a mí y cuando creí que me había dejado mi espacio personal, sus labios dejaron un casto beso en el centro mi pecho.

Me sentía fatal por haberla tomado como mi mujer aun sabiendo que amarla iba a ser difícil. Lo iba a intentar pero sacar de mi mente a una utilizando a otra siempre me había parecido algo desagradable y que solo un poco hombre podría hacerlo.

Me había vuelto eso que siempre había detestado, alguien que jugaba con los sentimientos de una chica inocente. Le había dicho en más de una ocasión que no la amaba pero eso no evitaba que sus sentimientos estuvieran comprometidos.

— No debe tenerme lástima. — Susurró por lo bajo. — Conocía que usted no me amaba y fue mi decisión entregarme a usted. Quise ser su mujer desde que se negó a tomarme como suya en Tizdag.

— Vístase, debe ir con las otras mujeres y yo a los establos. — Asintió, aceptando que en esos momentos no íbamos a hablar sobre ese tema. — Luego hablaremos.

— Como diga, mi señor. — Negué, negaba e iba a negar siempre.

Detestaba que me llamara así. Estábamos casados pero yo no era su dueño, no era su "señor".

Volví a reñirme como lo había estado haciendo desde que nos habíamos comprometido. Debía tratarla mejor si deseaba corresponderle. Tenía que abrirme con ella y dejarla entrar, mostrarle quién y cómo era yo realmente.

— Catalina. — La mujer que se encontraba vestida y próxima a salir se giró hacia mí. — No se lastime ni se esfuerce demasiado.

No dejaba de contradecirme. A veces pensaba que debía alejar a Catalina para no herirla y otras quería desarrollar sentimientos por ella e intentar que nuestro matrimonio funcionara.

— No lo haré. — Sonrió de la misma forma en que lo había hecho cuando tuvo la peineta entre sus manos y salió.

Me quedé observando el techo durante algunos minutos mientras las mantas cubrían mi desnudez y evitaban que el frío me calara los huesos. Durante ese tiempo pensé en lo que iba a hacer de ese entonces en adelante. Ya no me encontraba solo y a la deriva, tenía una mujer a la que debía proteger aunque la unión matrimonial hubiera sido forzada.

— Todo estará bien mientras no quede embarazada. — Murmuré para mí.

Deseaba tener hijos pero no en aquellas extrañas e incomodas circunstancias y tampoco en la época medieval. No sabía si mi paso por esas épocas antiguas ocasionaba cambios en mi futuro así que no quería ni imaginar lo que podría ocurrir si llegaba a tener un hijo.

Me levanté, dejando que las mantas resbalaran por mi cuerpo y caminé hasta los pies del lecho para tomar mi pantalón.

Necesitaba ir a los establos antes de que el sol iluminara por completo a Prifac o tendría problemas y era posible que Catalina también. Como los esposos que éramos, si ella cometía un error yo pagaría junto a ella y viceversa, si yo cometía faltas ella seria castigada junto a mí.

Cruel pero efectivo.

Si los esposos eran castigados por igual las faltas se volverían mínimas hasta que el rey obtuviera completa obediencia y sumisión. Era un método efectivo para someter a los rebeldes, a aquellos como yo que no nos dejábamos intimidar por su cargo.

Éramos pocos los que nos considerábamos capaces de soportar largas rondas de torturas por parte de los soldados del rey. Sin embargo, al casarnos nos veíamos obligados a obedecer la mayor cantidad de órdenes posibles porque no deseábamos escuchar las quejas de nuestras mujeres después de ser azotadas o encerradas sin posibilidad de consumir alimentos.

— Otro día más. — Murmuré, encontrándome ya vestido y listo para salir.

Cuidar los establos se había vuelto aburrido y monótono. Limpiar los desechos, organizar y acomodar la paja en la que los caballos dormían había dejado de parecer interesante. Era algo tedioso, molesto y cansado, algo que no disfrutaba y comenzaba a hartarme.

Estaba decidido a pedir otro trabajo, algo que me mantuviera entretenido y fuera interesante. Tal vez en ese momento no lo hablara con el rey pero luego lo haría.

Mis pasos hacían eco por los pasillos del castillo y cuando no, quebraban la tranquilidad del día cuando las hojas o ramas secas crujían bajo mis zapatos. Así todo el día, todo el tiempo, siempre igual.

— Que aburrido. — Suspiré ruidosamente mientras pasaba mis manos por el rostro.

Había llegado la tarde y con ello el sol comenzaba a ocultarse. En todo el día no había viso a Catalina y no era que me hiciera falta, no, solo me resultaba extraño pero asumí que debía haber estado ocupada. Las cocineras tenían mucho trabajo desde que el rey había ordenado que cocinaran para los soldados debido a que se iban a reunir más seguido para planear otros ataques. Yo no estaba entre esos soldados porque en sí no era un guerrero, era quien se encargaba de los caballos e iba a las guerras si veían que necesitarían más hombres.

Pensé si debía detenerme en los vanos de una de las torres o si por otro lado, buscaba a Catalina para dar un corto paseo nocturno. Al final tomé la segunda opción y creí que fue la mejor. Gracias a que la había buscado e invitado a pasear nos habíamos podido conocer un poco más y con ello, los días siguientes parecieron menos pesados. Si bien seguía siendo extraño para mí besarla o preocuparme por ella, debía admitir que las charlas constantes habían servido para que comenzara a tomarle cierto cariño y confianza.

No la amaba pero estábamos avanzando hacia algo, ya fuera una posible relación amorosa o simplemente una bonita amistad. 

Llamas Eternas© EE #5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora