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Podía ser distraído en ocasiones pero no era ningún tonto. Sentía todo el tiempo aquella mirada sobre mí, esa que por más que buscara no podía encontrar.

Estaba cansado de que me observaran cada cierto tiempo por las mañanas y tardes pero que en las noches eso se intensificara. Era como si esperaran a atacarme entre la oscuridad o como si se ocultaran entre ésta, aprovechando que podrían verme pero ser invisibles para mí.

No iba a soportarlo más.

Me encontraba de pie en medio del pasillo tenuemente iluminado por las antorchas, dispuesto a encarar a quien o quienes fueran que me vigilaban.

— ¿Necesita algo? — Pregunté alto, lo suficiente como para ser escuchado hasta tres habitaciones después.

No estaba perdiendo la cabeza, alguien nuevamente me estaba observando y no iba a irme de ahí hasta saber quién era.

— Sé que está ahí. — Continué, comenzando a caminar lentamente por todos lados. — No me agrada que...

— Lo lamento. — Un susurro cerca de mí me causó un mal sabor de boca.

La amargura se había instalado en mi paladar y era consciente de que no iba a poder deshacerme de aquel sabor y sensación hasta días después.

— ¿Lo lamenta? — Prácticamente había escupido mis palabras.

La figura de una mujer entre la oscuridad de una esquina asintió y comenzó a salir hasta que el fuego de las antorchas iluminó su rostro.

— ¿Qué lamenta exactamente? — Estaba molesto y ella lo notaba, por eso no se había acercado lo suficiente. — ¿No tomar en cuenta mis decisiones? ¿Pedirme que me casara con otra mujer? O tal vez, ¿lamenta todo lo que ocurrió antes? — Su mirada estaba fija en sus manos como si prefiriera observar la forma en la que retorcía sus dedos a mirarme a los ojos. — Lo que sea que lamente ya no importa.

— Archie...— Su cuerpo se posicionó frente a mí cuando notó mi intento por irme.

— Mi esposa me espera. — No me sentía bien.

No me agradaba sentir que mi pecho se contraía y que no podía respirar correctamente, pero tampoco me gustaba ver la forma en la que intentaba ocultar el temblor de su labio inferior.

— No podía permitir que fuera asesinado. — Susurró.

— Yo no quería desposar a nadie. — Solté con brusquedad.

— Y yo no quería que lo hiciera pero si con eso seguía con vida, entonces debía hacerlo. — Lágrimas, en sus ojos comenzaban a acumularse aquel líquido salado que amenazaba constantemente con salir a explorar su rostro. — Si podía salvar su vida, si podía hacer que usted cambiara su pensar, ¿por qué no lo haría? — De las tantas que empañaban sus ojos solo una se atrevió a deslizarse por su mejilla y perderse por su mandíbula. — No podía permitir que su decisión causara su muerte. No podía... Incluso si aquello significaba verlo con otra mujer e hijos, no podía... — En ese momento no importó cuán enojado o decepcionado había estado porque todo se esfumó de mi cabeza cuando decidí creerle.

Creí en cada una de las palabras que salían de la boca de aquella mujer que lloraba silenciosamente frente a mí. Creí en ella pero ya no había nada que pudiéramos hacer.

— Perdóneme. — Sollozó por lo bajo. — Comprendo su malestar y que no desee verme...

Si se dejaba ver así de rota y frágil no iba a poder alejarme. Deseaba acercarla a mi pecho y rodearla fuertemente con mis brazos. Quería... Yo quería que ella dejara de llorar aunque eso significara seguir lastimándome.

Llamas Eternas© EE #5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora