PRÓLOGO: ELARA

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El mar tenía un olor distinto por la noche.

Todo era diferente: el murmullo de las olas acariciando nuestros pies, el aroma de la sal en el viento y la sensación de estar solas en el mundo; pero yo nunca estaría del todo sola.

—Cuéntamelo otra vez, abuela. Dime qué te han dicho las estrellas sobre mí.

Mi abuela se sentaba en la arena conmigo cada noche, porque el calor era demasiado sofocante durante el día.

Ella se tumbaba sin que le importara manchar sus ropas blancas. Siempre había algo de arena pegada a sus tobillos, a sus hombros o incluso a su pelo canoso. Le daba igual. Aquella playa tras el castillo era su lugar favorito para tenderse a leer las estrellas.

—Recuerdo bien el día que naciste —dijo, incansable, aunque siempre le pidiera que me contase la misma historia, mi historia—. Fue el 5 de mayo del año 1289 de la era de Khetren. Han pasado seis años desde entonces. Has crecido mucho.

—Eso no, abuela. No te distraigas. Háblame de mis estrellas.

Rio un poco. Tenía una risa discreta, contenida en sus mejillas arrugadas, en sus ojos verdes. Su expresión desbordaba risa. Se escapa por sus grietas. Estallaba dentro de ella.

—Está bien. Está bien. Aquella noche reinaba un astro al que teme mucha gente: el de la muerte. Sin embargo, en el momento exacto de tu nacimiento, una estrella viajera surcó el cielo.

—Afrea —murmuré, encantada.

—Afrea —repitió—. La estrella de la belleza, la luna y la magia. Todo aquel que nace bajo una estrella viajera está destinado a hacer grandes cosas. Tú las harás, Elara. Una estrella muy poderosa, que contiene muchísima vida y poder, guía tus pasos, vela por ti.

—Cuéntame qué te dijeron después las estrellas. Cuéntamelo todo, abuela.

Nos recuerdo tumbadas en la arena, con la marea amenazando con sumergir nuestros pies descalzos, y la oscuridad arropándonos bajo un manto de estrellas.

Mi abuela las conocía todas, hasta la última. Sabía interpretar sus mensajes, leer sus advertencias, sus consejos...

—Las estrellas me han contado que tu vida está ligada a la de una princesa de invierno.

—¿Quién es?

—No lo sé.

—¿Soy yo? —continué, insistente, entusiasmada.

—Puede ser. Las estrellas nunca son del todo claras. Siempre nos dicen la verdad, pero llegar a ella es complicado en ocasiones. Las estrellas me han contado que tú serás y no serás la princesa de invierno.

Entonces no lo entendí.

—¿Cómo es eso posible?

—Yo tampoco lo sé, niña —contestó, afable—. Yo solo sé lo que me cuentan las estrellas, pero no te preocupes, lo comprenderás algún día.

Hoy sigo sin comprenderlo, pero recuerdo todas aquellas charlas, todas aquellas noches bajo el cielo, escuchando la voz de mi abuela, la gran lectora de estrellas de Larisia.

Recuerdo el olor a sal, el olor a casa; recuerdo el mar y las olas, el viento en la cara y la sensación al hundir las puntas de los dedos en la arena.

Doce años después, estallaría la guerra.

La princesa de invierno (¡YA EN LIBRERÍAS!) *primeros capítulos*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora