Apenas hay luz en el vasto campamento cuando llego. Ha sido un largo viaje desde Larisia, rápido y con pocas paradas; prácticamente sin escolta para no llamar la atención y sin ningún tipo de comodidad. Las últimas jornadas hemos acampado en el bosque y, tras franquear la cordillera entre nuestro reino y el de Mirkaf, no ha dejado de llover.
Será bueno para los incendios que asolan los reinos desde hace unas semanas. Comenzaron en un punto concreto de Talos y, a pesar de su número y de su extensión, todos creímos que serían aislados.
Luego, se reprodujeron. En Larisia, en Kerandrine, en Runáh, en Mirkaf... No hay reino que no haya sufrido incendios descomunales, a menudo incontrolables, que merman la fauna y desplazan la población, además de los daños medioambientales que causan.
Algunos creen que es un castigo de los dioses. Tal vez sea una forma de protestar y hacernos saber lo que opinan acerca de estas guerras, de que estemos acabando los unos con los otros de forma indiscriminada.
Sin embargo, últimamente hay sospechas de que son los herederos del polvo quienes provocan los incendios; fanáticos radicales que conciben la religión de una forma estricta, rígida e intolerante, que aborrecen toda fuente de magia o poder.
No me gusta formar parte de la guerra, pero es lo que debo hacer si no quiero ver sometido a mi pueblo.
El suelo está lleno de lodo. La gran planicie que se extiende a los pies de mi tienda parece un gran pantano y el cielo gris, plomizo, vaticina una tormenta mayor que encharcará aún más el campo de batalla.
A mi izquierda, Kol frunce el ceño y observa con esa mirada incendiaria, impetuosa, esa rabia que aún no ha aprendido a controlar rugiendo en su interior. Lo veo mover la cabeza, contenerse, y sé que está haciendo un gran esfuerzo por callar.
A mi derecha, Amaltea, mi segunda, mi amiga, mi hermana de armas, está pensando exactamente lo mismo que pienso yo desde que he visto el escenario en el que habrá de librarse la batalla más importante de los últimos siglos.
Será una carnicería.
—La última línea —murmura, tan bajo que apenas la escucho sobre el rumor de la lluvia perezosa.
No tiene que decir nada más, no tiene que explicarse. Sé muy bien lo que significa este campo, lo que significan mis hombres y mujeres, lo que significo yo como enviada de la reina.
Después de mí no quedará nadie, nadie que detenga el impulso de las tropas de Runáh. Después de que el actual rey subiera al poder, tomó la arriesgada medida de romper todo tratado de paz e invadió el reino vecino. Tras la caída inexorable de Talos, en apenas quince meses devoró el reino de Kerandrine y, después, el de Mirkaf. Ahora, Larisia es el único reino libre.
—Iré a informar de que hemos llegado —declara.
Amaltea me mira una vez por si tuviera algo que objetar y se despide con un mudo asentimiento cuando le doy permiso para marchar.
Yo me retiro también al interior de mi tienda. No me molesto en despedirme de mi hermano, pues sé que me seguirá antes incluso de que eche a andar. Sus botas resuenan con fuerza a mi espalda. Cuando me planto frente a la mesa que han dispuesto en el interior, escucho el brusco tirón que pega a la cortina de la entrada.
—Si luchásemos en nuestro territorio esto no habría pasado.
—Si luchásemos en nuestro territorio, en Larisia, las gentes de las colinas del norte habrían perdido sus hogares y nosotros una parte importante del reino.
—¿Qué son unas cuantas tierras cuando todo el continente está en juego?
Me vuelvo hacia él. Kol es alto y tiene hombros fuertes, pero su rostro es aún el de un niño y su mirada clara me recuerda que aún está aprendiendo, que aún tiene que entender.
Tiene diecisiete años. No es mucho más joven que yo, pero él no se ha estado preparando para esto; él ha crecido a otro ritmo, en otra realidad.
Camino hasta él, me agacho y tomo un puñado de tierra del suelo. Cojo su mano sin pedir permiso y la deposito sobre ella, manchándonos a los dos en el proceso.
—Cada centímetro de tierra, cada partícula de aire, cada gota de agua es importante, y nunca me convertiría en una reina digna si sacrificara el bienestar de alguien por el de otras personas.
Él me sostiene la mirada, fiero, altivo.
—¿Te negarías incluso si esa decisión te costara el continente?
Yo le doy la espalda para encender una vela que alumbre el mapa que tengo desplegado sobre la mesa.
—Eres joven para entenderlo, Kol. Luchamos al otro lado de la cordillera para mantener al enemigo lejos de nuestra gente. Eso es lo que hacemos: proteger. Para eso hicieron reina a madre y para eso me hicieron heredera a mí.
Casi puedo sentir su rabia, su rebeldía bullendo en las venas, pero no responde.
Sale de la tienda con tanta fuerza como cuando ha entrado y en el camino debe de cruzarse con Amaltea, que protesta dejando escapar una maldición.
Se aproxima murmurando algo acerca de los modales de mi hermano y sé que está a punto de hacer un comentario al respecto.
No obstante, no le doy tiempo.
—Amaltea, trae mi caballo.
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La princesa de invierno (¡YA EN LIBRERÍAS!) *primeros capítulos*
Jugendliteratur*PRIMEROS CAPÍTULOS* Un libro de Paula Gallego. Tras su última conquista, el joven rey Soren de Runáh se ha labrado muchos enemigos. Para acercarse al pueblo y darle esperanza, decide convocar un torneo al que cualquier hombre o mujer podrá presenta...