Tres golpes en la puerta me despiertan de madrugada.
Miro a mi alrededor, desorientado, y apenas me he puesto una camisa cuando vuelvo a escucharlos de nuevo.
Cuando abro la puerta y me encuentro a Elnath, con su arco en la mano y su aljaba echada al hombro, no me sorprendo. Es una de las dos únicas personas que se atreverían a molestarme tan tarde. La otra no se habría dignado a llamar a la puerta, me habría despertado ella misma, al pie de mi cama, dejándome claro que es capaz de moverse por donde le plazca sin llamar la atención.
—Vanja ha traído a uno de los herederos. Está en la torre.
Sin decir una palabra, me hago a un lado para que pase mientras me adecento antes de salir. Elnath no se queda junto a la puerta, viene tras de mí.
—¿Vas a venir?
Le dedico una mirada por encima del hombro.
—Es obvio, ¿no?
—Puedo encargarme yo —contesta, vacilante.
—No lo dudo, Elnath —respondo, cansado, porque sé a dónde va a parar esto.
—Si no estás en condiciones de...
—Estoy bien —lo interrumpo, antes de que termine—. Ya estoy bien.
He pasado los últimos días excusándome de mis obligaciones, fingiendo estar posponiendo otros temas más importantes para poder emborracharme con mi segundo y mi tercera y dormir después hasta tarde, aunque en realidad he estado recuperándome de los efectos del veneno de duermesierpes.
La corte ve con buenos ojos que haga lo que se supone que debería hacer después de haber ganado la última guerra: celebrarlo.
No les importa nada más allá de lo que creen saber, de lo que creen estar viendo. Un rumor aquí, un comentario allá... y todos ven lo que tú quieres que vean.
Me visto con rapidez, me ato el cinturón con la espada a la cadera y, cuando salimos, Vanja ya nos está esperando apoyada contra la pared, con los brazos cruzados y el traje oscuro manchado con polvo blanco y algo que parece más oscuro, y húmedo.
—¿Has tenido problemas? —quiero saber.
—Ninguno —responde—. He traído a uno de los cinco. No estaban provocando ningún incendio. Lo único que hacían era destruir una fuente antigua.
—¿Una fuente? —inquiero.
Vanja asiente sin dejar de avanzar. No hay nadie en los pasillos del palacio a estas horas. Ni siquiera nos cruzamos con los guardias que hacen su ronda. Bajamos hasta la planta baja, hasta dar con las únicas escaleras por las que puede accederse a la torre donde están los calabozos, y comenzamos a subir.
—Estaba dentro de una fuente, en una casa señorial caída en desgracia. Averiguaré quién vivía allí o a quién pertenece ahora, pero allí no buscaban nada. Lo único que han hecho es destruir la estatua y sentarse a beber para celebrarlo. Creo que esa era su misión aquí.
—¿Por qué querrían destruir una estatua? —pregunta Elnath.
Vanja se encoge de hombros.
—Para eso estamos aquí, ¿no? Vamos a averiguarlo.
Cuando llegamos, Vanja les hace un gesto a los guardias que custodian la puerta y estos comparten una mirada.
—Adelante —los apremia ella.
Uno de ellos toma la iniciativa y saca las llaves para dejarnos entrar.
La estancia está a oscuras. Aquí la humedad es intensa, igual que el frío, que entra en una gélida corriente por la única ventana en la pared. El prisionero está sentado en un banco al fondo, con los codos apoyados sobre las rodillas y la mirada perdida en algún lugar de la noche.
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La princesa de invierno (¡YA EN LIBRERÍAS!) *primeros capítulos*
Teen Fiction*PRIMEROS CAPÍTULOS* Un libro de Paula Gallego. Tras su última conquista, el joven rey Soren de Runáh se ha labrado muchos enemigos. Para acercarse al pueblo y darle esperanza, decide convocar un torneo al que cualquier hombre o mujer podrá presenta...