2: SOREN

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Parece un cisne. Un blanco fácil y tentador en medio de la planicie entre ambas colinas. Con esa armadura blanca y resplandeciente, y demasiado ligera para no ser arrogante o temeraria, parece querer provocarnos, provocarme a mí.

Está lejos, pero un disparo certero, una flecha de Elnath atravesando el aire, podría hundirse en su cuello.

—Su majestad, ¿desea enviar un emisario? —inquiere el soldado que ha venido a despertarme.

Elnath sonríe a mi lado, porque sabe que tal idea no es una opción.

Vanja también está aquí. No la he escuchado llegar; pero, probablemente, haya sido la primera en ver al cisne en medio del campo de batalla. Ella no sonríe, pero espera una respuesta que ya conoce con impaciencia.

—Prepara mi armadura —le ordeno al soldado, que sale disparado a cumplir mis órdenes, mientras yo me quedo a solas con mi segundo y mi tercera.

Desde que ha aparecido, blanca como un destello estelar en mitad del campo de batalla, el campamento se ha llenado de murmullos de sorpresa apenas contenidos, admiraciones y apuestas sobre lo que ocurrirá a continuación.

—¿Quién es? —pregunto.

—La princesa Elara, primogénita de la reina Mérope, heredera de Larisia por derecho propio. Se ganó el honor de gobernar en un torneo en el que se cuenta que no tuvo rival —dice Vanja.

Me vuelvo un poco hacia ella. Aún no me acostumbro al pelo rapado. Hace unos días tuvo un encontronazo con la muerte, aún se atisban unas marcas rosáceas bajo su garganta. Me confesó que su contrincante la redujo tirando de su trenza pelirroja, motivo de orgullo en su pueblo, símbolo de sus raíces y uno de sus pocos vínculos con el hogar que dejó atrás para luchar a mi lado.

Al día siguiente, se deshizo de ella.

—¿Qué más? —pregunto, mirando a Elnath.

Él se aclara la garganta y cruza las manos tras la espalda.

—Se dice que es casi tan valiente como hermosa, algo que sería imposible porque al parecer es la mujer más bella de toda Larisia.

Cuando me vuelvo hacia él está sonriendo de lado. Arqueo una ceja, pero no tengo que volver a pedir información. Al menos, uno de mis consejeros tiene los pensamientos donde debe.

—Es una gran guerrera —añade Vanja—. Diestra en el uso de la espada y la lucha cuerpo a cuerpo, pero, si tuvierais que enfrentaros y la desarmaras, no tendría nada que hacer contra ti.

Asiento.

El soldado llega con mi armadura y me ayuda a ponérmela mientras mi segundo y mi tercera continúan mirando hacia el campo de batalla, hacia la pincelada blanca en medio de un barrizal terrible.

Cuando termino, envaino mi espada, me ajusto el yelmo y salgo al galope a su encuentro.

No he necesitado preguntar si es inteligente. Sé que esto es parte de un juego, una forma de medir mi miedo, mi arrogancia o quizá mi pereza. Si viene a ofrecer un trato, que lo dudo, tendría que haber mandado a un emisario para que yo hubiese enviado al mío.

Los reyes y las princesas no se entrevistan.

Por eso, desde que detengo mi montura y ella tira de las riendas de la suya para moverse y quedarnos frente a frente, sé que estamos jugando y que debo controlar cada paso, cada movimiento.

No dice nada cuando me ve llegar. Se mantiene en silencio, con los hombros erguidos y el mentón alto, obligándome a ser yo quien delimite el rumbo de la conversación.

La princesa de invierno (¡YA EN LIBRERÍAS!) *primeros capítulos*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora