Aquella fue la primera vez que pisé el jardín trasero del refugio: todo un terreno convertido en una inmensa pradera salpicada de árboles de hoja caduca, bancos de hierro forjado pintados de blanco y a lo lejos, a unos metros del acantilado, un laberinto. Nada más salir de las vitrinas del vestíbulo te encontrabas una pequeña fuente con una estatua de piedra de una mujer muy parecida a la de Tara sorteada por un camino de piedras y dos bancos, uno a cada lado.
Había unos pocos rezagados, una pareja de aspecto corriente y una chica sentada frente a la fuente algo familiar. Tenía una melena pelirroja que le caía a cortinas enmarcando su rostro y unos ojos verdes pardos mirando a la nada.
La observé atentamente intentando recordar dónde la había visto antes.
Daven, quien estaba a mi izquierda mientras yo llevaba la silla de Ana, se detuvo y me susurró al oído.
― ¿Qué ocurre?―Su postura estaba lista para atacar en cualquier momento.
―Esa chica...
Daven siguió mi mirada hasta alcanzarla a ella y destensó ligeramente los hombros.
―Ah, es Susan. Es la única vidente que queda de las últimas diez generaciones.
¡Claro! Susan, o Susie como la solía llamar Alec. Era la chica que estaba con Williams cuando vine por primera vez a Bale. No la había visto desde entonces.
Di un paso adelante para saludarla cuando Daven me detuvo.
―Ahora mismo no puedes hablar con ella.
Lo miré extrañada sin entender muy bien porqué, hasta que él me señaló con la cabeza la expresión de Susan. La chica estaba mirando a la nada con los ojos ligeramente nublados. Estaba tan quieta que no parecía siquiera respirar.
―No está aquí. Al menos, no conscientemente. Todas las noches, cuando me toca patrulla, suelo verla rondando por aquí haciendo lo mismo. Intenta tener visiones, como antes. Pero desde que llegaste aquí, cada vez ha tenido menos y se pasa todo el tiempo así... Mejor no molestarla.
Entendiendo sus palabras, pasamos por el otro lado de la fuente evitando distraerla y caminamos por los alrededores del laberinto.
Ana no paraba de mirar por todas partes contemplando el jardín. Hacía mucho tiempo que no salía del castillo, la sonrisa que pintó en sus labios reconfortaba tanto...
De pronto nos paramos ante el laberinto, Daven indicó sentarnos en un banco que había justo enfrente.
―Lara, ¿puedes ayudarme? ― Me preguntó Ana tendiéndome las manos para cogerla.
La agarré de los brazos y tiré de ella con cuidado. Se puso en pie con un pequeño tambaleo y se sentó tras dar unos pocos pasos en el banco con una gran exhalación de satisfacción.
―Al fin algo que no sea una camilla.―Sonrió.
―Te entiendo perfectamente.
Ambas nos reímos dejando atrás el pasado. Cuánto había echado de menos esos momentos.
Me senté a su lado mientras Daven seguía de pie vigilando el terreno.
Ella apoyó los codos sobre el respaldo del banco y dejó colgar las muñecas. Cuando Fredy y yo la sacamos de aquella fortaleza, las tenía todas magulladas por unos grilletes que en aquel momento no vimos, pero que señalaban un encarcelamiento más opresor anteriormente. Ahora, no tenía más que unas ligeras cicatrices rosadas en la piel.
Ana se percató de que le miraba las marcas y sonrió.
―Tranquila, ahora me curo mucho más rápido que antes. Estoy casi como nueva. Sólo necesito estirar un poco a estos pequeñines. ―Dijo señalándose los pies mientras estiraba las piernas.
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Al Anochecer II La daga y el destino
FantasíaSecuela de Al anochecer La diosa y el mestizo