Contigo

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Todas las neuronas de Kagome trabajaban arduamente en la orden que les dio ésta última: calmarse. Por culpa de las actitudes provocativas de Kikyō, la tarea estaba costando lo suyo. De a poquito, con paciencia, iban consiguiéndolo. Y justo cuando Kagome se disponía a relajar los hombros y las neuronas a festejar el éxito de su trabajo, una imagen la desquició de nuevo generando un corto circuito. Una que involucraba los pechos desnudos de la sacerdotisa.

—¡¿D-De verdad vas a abusar de mí, bruja?!

Kikyō frenó las manos en seco. Se estaba quitando el Yukata por los hombros.

—Solo estoy cambiándome. Tengo la ropa mojada, ¿recuerdas? —Se agachó para agarrar su traje de sacerdotisa del suelo. Comenzó a vestirse con calma— ¿Por qué estás tan nerviosa? Estaba bromeando antes.

Kagome se achicó en el lugar; una manta en el suelo que le había ofrecido Kikyō. Moría de vergüenza con ese cuerpo desnudo moviéndose agraciado frente a ella. Que le afectara tanto le jodía la existencia.

—¡Con esa cara de nada que tienes nunca sé cuándo estás bromeando y cuándo no!

—¿Cara de nada...? —Kikyō levantó una ceja acomodándose bien el cuello de la ropa y se arrodilló a su lado—. Al menos yo no soy un libro abierto como tú. Es muy fácil leerte con todas las caras que haces, Kagome. —La señaló, burlona. Kagome infló los cachetes— ¿Ves? Ahí va de nuevo.

—¡Pues lamento ser tan expresiva! Si tanto te molesta mi cara, no la mires.

Kikyō le sonrió suave.

—Me gusta tu cara, podría mirarla todo el día.

Por un instante, solo por un instante, Kagome extrañó a la vieja Kikyō. A esa bruja malvada que ni le pasaba la hora y que siempre la observaba por encima del hombro. Irónicamente, era más fácil tratar con ella. Su presente, en cambio, era todo un desafío. Se sentía intimidada por su persona, nerviosa por la facilidad con la que se explayaba. En su estado actual no podía resistir ni un solo halago sin entrar en crisis. Era consciente de que estaba actuando como una idiota y hacía un esfuerzo por no ser una. Todo es culpa de Kikyō, se excusaba. Aún se sentía anclada a ese árbol, atacada por sus labios, quienes la habían besado con una pasión algo dominante que provocó un vuelco en su corazón. Para rematarla, Kikyō estaba entera comparada con ella. Con una expresión pacífica arrojaba leña al hueco que yacía en el suelo para preparar la fogata. Era de noche, hacía frío, y a Kagome le molestaba que no se sintiera como ella, que hiciera caso omiso a la batalla interna que libraba. No la juzgaba sin pruebas. Si la sacerdotisa estuviese igual de nerviosa literalmente lo sentiría. Cuando ambas sentían lo mismo sus almas se conectaban de inmediato como si colisionaran entre ellas. Era una sensación extraña en la que sufrían una especie de invasión, pues percibían todo de la otra. Más de una vez sucedió, hoy no estaba sucediendo. Kagome era la única al filo de la navaja.

«Me gusta tu cara... Y lo dice con tanto descaro»

—Entonces, te gusta tu cara —mencionó con los ojos en el fuego. Poco a poco se avivaba, sombreando las paredes de la cabaña. Kikyō arrojó una última leña a la fogata y la miró.

—Supongo. Nuestros rostros se parecen, eso es inevitable. Eres mi reencarnación, después de todo —le dijo, llevando una mano a su camisa. La levantó para ver la herida—. Hm, se infectó un poco.

—¿En serio? —Kagome se miró el abdomen. El tajo que nacía en el borde de la cintura y terminaba cerca del ombligo estaba tomando un color amarillento— ¿Qué tan grave es?

—Digamos que vas a morir lenta y dolorosamente. ¿Últimas palabras? —Kikyō acercó la mano a su abdomen riendo por lo bajo. Kagome no tardó en sentir una energía amable que venía envuelta en un resplandor violáceo. Ésta se desprendía de la palma de Kikyō y se fundía con su piel, calentándola. Se quedó observando cómo la curaba, pensativa.

Almas [Kagkik]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora