¿Amigas?

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La primera en abrir los ojos fue Kikyō, y lo primero que vio fue el sucio techo de la habitación. Nada interesante.

Giró el cuello, tropezándose con el durmiente rostro de Kagome. Detalló cómo respiraba con tranquilidad, somnolienta y recordando. Recordando que ayer quizás... No. Con seguridad había hablado de más. Contarle tales intimidades sobre su relación con Inuyasha, pedirle que durmiera con ella... ¿Qué clase de espíritu la poseyó como para pedirle tal cosa a una muchacha que, a pesar de conocerla hacía tiempo, todavía no la conocía por completo? Y ni hablar del historial que tenían.

Uno muy delirante.

Se contestó a sus adentros. No obstante y contradiciéndose, no se arrepentía. Se sintió bien, tan bien poder hablar de sus sentimientos con alguien. Fue como quitarse un gran peso de encima. Nunca había tenido a nadie para hacerlo, ya sea en vida y no vida. Su trabajo como guardiana de la perla Shikon no le permitía relacionarse con nadie de un modo estrecho. Inuyasha fue una excepción, sin embargo, nunca llegó a revelarle sus mayores temores o inseguridades, aunque intuía que el Hanyō los conocía.

Kagome movió un poco el rostro y lo acomodó en su hombro. Kikyō la observó con indiferencia.

Entonces, haber compartido esa información significaba que Kagome se estaba convirtiendo en su... ¿primer amiga?

Frunció el ceño.

Imposible. ¿Esa muchacha revoltosa, su amiga? ¿Esa muchacha que detestó en su momento y que ahora admiraba por su bondad y valentía?

No, no es correcto.

Ese pensamiento no sonó con la fuerza que esperaba, al contrario, la incitó a seguir investigándola. No tenía nada mejor que hacer. Además, esa era una oportunidad única. Nunca había podido examinarla de cerca, confirmar si realmente eran parecidas o no.

Afinó la vista en sus ojos cerrados, recordándolos abiertos. Kagome era de ojos grandes, expresivos. Los de Kikyō eran más angostos, solitarios. Detalló sus pestañas: largas, pero no tan largas como las suyas. Su piel tenía más color que la propia, pero eso era por obvias razones. Sus rasgos... Ahí sí debía admitir que eran bastantes similares, incluso en algunos gestos se parecían. El cabello de Kagome, por otro lado, era ondulado. El de Kikyō lacio y más largo.

Pequeñas diferencias físicas; grandes diferencias internas. Porque ahí radicaba la magia y lo que la dejaba extrañamente tranquila: la personalidad de Kagome. Esa era la gran diferencia que las volvía dos seres distintos a pesar de compartir la misma alma.

No eran iguales.

Kikyō levantó una mano y apoyó el dorso en su mejilla. Lo deslizó hacia abajo por su piel lentamente.

Cálida...

Kagome se removió en el lugar y pasó un brazo por encima de su abdomen. Se abrazó a ella, dejándola suspendida. Un intenso calorcito comenzaba a rodearla, generando que sus párpados decayeran con deleite.

¿De dónde saca esa fuerza vital? Ni siquiera Inuyasha emana tanto calor.

Pensó, permitiéndose disfrutar esa calidez que cada vez más abrigaba a su gélido cuerpo. Era como pararse frente al sol.

Se siente bien...

Llevada por el momento, se animó a sujetar ese brazo que la envolvía con suavidad. Kagome, despegándose los labios, refregó la cara contra su hombro y arrastró una pierna hacia adelante, apoyándola sobre la suya.

Kikyō se entumeció.

Ya no estaba tan tranquila. Su estómago se hundió al sentirla cerca. Kagome no respetaba el espacio personal ni siquiera dormida. Nunca había tenido un contacto tan íntimo con nadie, tampoco con Inuyasha. Sí, lo había abrazado, besado, pero jamás tuvo a una persona básicamente encima de ella. Si pudiera sonrojarse, lo haría. De alguna u otra forma esa chica siempre terminaba pegada a su cuerpo, ya sea por salvarla, ayudarla o por estar plácidamente dormida.

Almas [Kagkik]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora