Salto de fe

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Kagome...

La nombrada frenó en seco el paso que estaba por dar y alzó la vista hacia los árboles en llamas.

—¿Kikyō?

Era la voz de la sacerdotisa. La escuchaba en un lejano eco junto al sonido de las ramas chamuscándose. Kagome tenía los sentidos más alertas que nunca. Irónico. No creía que aquellas imágenes fueran reales, pero sus sentidos se resistían a ese pensamiento, haciéndole oler el césped quemado y abrazándola con calor gracias al incendio que la rodeaba.

Kagome...

Reforzó el agarre en el arco y comenzó a seguir el llamado de su voz. El césped seco crujía con cada paso que daba; las hojas de los árboles que flotaban a su alrededor, chamuscadas, no le quemaban a pesar de estar en llamas. La situación era ciertamente sospechosa, al igual que ese llamado. No dejaba de pensar que estaba cayendo redondita en una trampa, pero era la única pista que tenía de ella. Hacía minutos que estaba buscándola. Había dos caminos: arriesgarse o quedarse en su lugar, quieta, y esperar un milagro.

La paciencia no era una de sus virtudes. 

Mientras más se adentraba en el bosque, más el ruido de las llamas la ensordecía; el sonido se le hacía semejante al de un diluvio. Corrió con la mano una rama para despejar el camino y sus pupilas se achicaron ante lo que vio.

Kagome, tú y yo estábamos destinadas a encontrarnos.

—Ki... kyō.

La sacerdotisa, de pie a unos pasos de ella, le apuntaba con su arco. Su rostro solo emanaba odio. Puro desprecio hacia su persona.

Pero también estamos destinadas a matarnos.

Kagome separó los labios y miró al costado al sentir una pesada energía a su alrededor. El bosque lentamente comenzaba a desintegrarse. Los árboles se derretían, el suelo desaparecía y las flamas se apagaban, dando paso a un solitario y oscuro lugar en el que no había nada más que ellas.

No puede haber dos de nosotras. Una tiene que desaparecer.

—No... ¡¿Qué estás diciendo?!

Kikyō dibujó una perversa sonrisa, llevando la flecha hacia atrás.

Saca tu arco.

Kagome dio un paso atrás, sigilosa. ¿Qué estaba sucediendo? Si eso era una ilusión, se sentía muy real. El frío en su nuca era real, el dolor que empezaba a incrustarse en su pecho también. Debía resistirse, aquella no podía ser la realidad.

—No.

¡Defiéndete!

La sacerdotisa disparó. Kagome se fue hacia atrás con torpeza, esquivando la flecha de puro milagro. Le rozó la mejilla, trazando una línea de sangre en ella. La rozó con los dedos, estupefacta, y los miró. La sangre también parecía muy real, como el ardor en la piel.

—Esto no está pasando...

Kikyō sacó otra flecha de su espalda y le apuntó.

Si no te defiendes, te mataré.

Kagome estrechó los ojos, cerrando el puño con sangre. Una parte de ella le decía que su mentora, a esta altura, sería incapaz de lastimarla. Sin embargo, la otra se encargaba de ocupar su mente con apocalípticas ideas; desde que Kikyō podía estar siendo controlada debido a la ilusión hasta una peor: traición. Todo ese entrenamiento había sido un engaño para debilitar a su corazón y así poder eliminarla de una buena vez. Ella lo dijo: la odiaba, la odió. ¿Por qué cambiaría en tan poco tiempo de opinión?

Almas [Kagkik]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora