Celos

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—¡Contéstame, Kikyō!

Kikyō apenas asomó un ojo por encima del hombro. Inuyasha era en demasía escandaloso, mucho más que Kagome. Nunca le había molestado o prestado la suficiente atención, pero hoy ni siquiera podía tolerarlo. Sus oídos pedían un descanso. Kikyō jamás levantaba la voz, y si lo hacía debía tener una muy buena razón, por ende, le gustaba que la trataran por igual.

Igualdad que no estaba sucediendo.

Qué molesto...

Reforzó el agarre en la mano de Kagome, quién continuaba en blanco patinando los ojos de un sector a otro, de Inuyasha a su mentora. Lo único que sentía, además de nervios, era aquel gélido aferre.

—¡¿Qué le estabas haciendo a Kagome?! ¡¿Qué demonios era esa luz?! —continuó chillando Inuyasha, dando un paso adelante con los colmillos apretados.

Kagome parpadeó, reaccionando.

¿La luz? ¿De eso se trata todo esto?

—¡Inuyasha, espera! —Se apresuró a él, soltando la mano de Kikyō— ¡No es lo que piensas! ¡Yo fui la que aceptó darle mi energía!

—¿Tu energía? —repitió él, observando a Kikyō con recelo.

—¡Sí, eso es lo que viste!, ¡así que cálmate de una vez! —Lo agarró de los hombros, buscando sus ojos. Inuyasha no los quitaba de la sacerdotisa ni aunque Kagome lo zarandeara. Kikyō, sin quedarse atrás, le devolvía la misma mirada desafiante.

—Kikyō, no sé qué estás planeando, ¡pero no metas a Kagome en esto! —Apartó a la implicada de un modo que a Kikyō le pareció brusco— ¡Te dije que la entrenaras, no que le robaras la energía!

La nombrada esbozó una filosa sonrisa y comenzó a dirigirse hacia ellos a paso firme. Tenía dos fuertes motivos para terminar esa peligrosa conversación utilizando cualquier método que fuese necesario. El primero: aquel maltrato hacia su aprendiz era inconcebible. El segundo (y no menos importante): estaba segura de que Inuyasha había visto más, mucho más, que sólo la luz de Kagome.

Debía cerrarle la boca.

—Tú eres el que no debe meterse entre nosotras, Inuyasha. ¿No crees que lo hiciste demasiado ya? —Agarró el brazo de su aprendiz para llevársela—. Vamos, se hará de noche.

Inuyasha chocó los colmillos y desprendió su mano del brazo de Kagome, quien no podía creer su comportamiento para con ella.

—No, el entrenamiento terminó. Vendrás conmigo, Kagome. —La acercó hacia sí por el hombro. Kagome se estrelló contra su pecho, suspendida. ¿El entrenamiento terminó? ¿No volvería a ver a Kikyō? Su corazón se estrujó. Esa idea se le hacía insoportable, casi que le causaba pánico.

Giró el rostro hacia Kikyō, tropezándose con otro que carecía de empatía. La Miko por poco y lo asesinaba con la mirada.

Si esto sigue así...

—Espera, Inuyasha, ¡estás entendiendo todo mal! —insistió Kagome, tratando de safarse del agarre. Inuyasha la aferraba con tanta fuerza que sus garras la lastimaban sin querer. Ese reencuentro se estaba saliendo de control y no había necesidad alguna de ello. El Hanyō actuaba extrañamente a la defensiva—. Aún quedan unos días de entrenamiento, ¡todavía me faltan cosas por mejorar!

Inuyasha la miró como si hubiera dicho una estupidez.

—¿Qué estás diciendo...? ¡Ella se está alimentando de tu energía, tonta!

—¡Ya te dije que yo se lo permití, idiota! —exclamó, haciéndolo tragar pesado— ¡Deja de hacer escándalo! ¡No sabes por todo lo que pasamos! ¡Ella me salvó la vida antes, lo correcto es que yo salve la de ella!

Almas [Kagkik]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora