CAPÍTULO 16

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Un aullido escalofriante sonó cuando cerré las cortinas, y todo mi cuerpo se aceleró con miedo como si estuviera cargada eléctricamente.

-¡Nueve! ¡Tenemos que salir de aquí!

-¿Qué? ¿Qué viste? -Sus ojos eran como platillos de oro.

Ni siquiera tuve la oportunidad de responder antes de que el animal se estrellara contra la pared exterior, sacudiendo toda la habitación.

Grité y agarré a Nueve del suelo. De un solo golpe y antes de que el gato me arrancara la cara, lo metí en la bolsa y cerré bien la cremallera.

-Cállate ahí dentro si no quieres que tus nueve vidas lleguen a su fin -gruñí, y por una vez Nueve no respondió.

Frenéticamente, abrí la puerta, la abrí de un tirón y eché a correr por el pasillo en la dirección opuesta a la que habíamos venido. De ninguna manera saldríamos por donde habíamos entrado.

El ruido de pasos atronadores de botas venía de atrás. El pulso en mis oídos era casi tan fuerte. Me giré para mirar atrás pero no vi a nadie antes de doblar la esquina al final del pasillo. Varias puertas esperaban delante, y probé la primera: cerrada. ¿La segunda? Bloqueada también.

El sonido de una puerta volando hacia atrás y golpeando contra la pared hizo eco. Todo mi cuerpo se puso rígido. Los intrusos debían de estar en la oficina de Magnolis.

-Está vacío. Envía un cazador -ordenó una voz masculina ronca que envió un escalofrío por mi columna vertebral. No quería saber qué era un cazador-. Si alguien está en el edificio, eso lo localizará.

-Sí, señor -dijo otra voz espeluznante, y un crujido como un trueno sonó detrás de mí. Miré alrededor salvajemente y vi un hueco. En el segundo en que me deslicé en él y nos metí a Nueve y a mí en la esquina, una carga de energía blanca pasó volando. El sonido que hizo fue ensordecedor, como un tren de carga. Me tapé la boca con la mano para bloquear el grito que amenazaba mi vida. Si Nueve hizo un pío, no tenía ni idea.

La energía dio vueltas en el pasillo y regresó, sin detenerse frente a nosotros. Miré la mano que cubría mi boca y vi que el rubí incrustado en el anillo de mi madre estaba brillando. Mi cuerpo era semitransparente... algo borroso. Como dijo Magnolis, el anillo debe de haber ofrecido alguna forma de protección, haciendo que mi presencia fuera difícil de detectar o algo así.

-Nada señor -dijo finalmente la segunda voz-. Estamos perdiendo el tiempo.

-Afirmativo -respondió el primero-. A menos que la Dirección llegue pronto, nuestro ejército podrá romper la defensa de la Academia. Ese debería ser nuestro enfoque en caso de que nos veamos obligados a irnos.

El eco de las pisadas se calmó y finalmente bajé las manos de mi cara.

-¿Aún no estamos muertos?

Negué, pero no respondí a Nueve. En lugar de eso, me desperecé desde la esquina, apreté los dientes y salí poco a poco del hueco, esperando con cada centímetro de mi ser que no hubiera un perro enorme en el pasillo a punto de morderme la cabeza.

Susurré:

-Cállate, Nueve. -Colocando la correa de la bolsa sobre mi cabeza, salí de puntillas de mi escondite y continué por el pasillo, moviendo los pomos de las puertas hasta que, por un golpe de suerte, uno de ellos se movió. La habitación parecía ser una sala de profesores, con varios sofás de cuero, una mesa y sillas, una elegante cafetera plateada y un refrigerador.

La luz de la luna brillaba a través de la gran ventana sobre el mostrador y se derramaba por la habitación. A través de ella pude ver que esta habitación daba a la parte trasera del edificio y que un poco más allá había un área llena de árboles. Me agaché y me acerqué a la ventana, murmurando a las sombras que esperaba que no hubiera ningún Morelli merodeando.

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