Cuando terminó el evento, Andrea y Vanesa salieron del Centro Cultural y se quedaron paradas un rato en el estacionamiento mientras esperaban que los organizadores y actores hicieran lo mismo.
Un rato después, cuando la compañía artística entera salió del recinto, algunos se despidieron y los restantes comenzaron a hacer las matemáticas de repartición para irse a bailar.
—Nos faltan dos asientos —dijo Mabel, al contar diecisiete integrantes y solamente tres autos.
—O nos sobran dos actores —respondió el poeta, con tono juguetón.
—Se pueden ir conmigo —intervino Vanesa.
Al ver las sonrisas en los rostros de algunos de sus compañeros de diversas clases, aprovechó para acercarse a felicitarlos de manera individual.
—Yo me voy con Vane —dijo la autora de haikus, quien cursaba la misma clase de inglés que ella.
—Yo también —dijo uno de los actores secundarios.
Mabel le dio las gracias y luego cruzó una mirada muy breve con Andrea. Luego se subieron a los cuatro carros y se fueron al centro de la ciudad.
En la entrada del club se encontraba un guardia de seguridad altísimo de piel oscura, brazos enormes, anchos pectorales, la cabeza rapada y cara de pocos amigos.
El hombre portaba la playera oficial del bar con un poco más de orgullo del que uno hubiera pensado que ameritaba el puesto de guarura de antro.
Manteniendo los brazos cruzados, el hombre exhaló un suspiro de disgusto mientras examinaba al grupo con ese desdén típico de quien se toma su trabajo demasiado a pecho. Después de un momento de suspenso, retiró un extremo del grueso cordón de terciopelo rojo que adornaba la entrada a modo de separador.
En el interior del club había tanta gente, que era necesario usar manos, brazos y codos para poder abrirse camino y avanzar. Les hubiera resultado imposible encontrar una mesa, de no ser porque el director de la puesta en escena se había adelantado y había reservado una mesa para ellos desde una semana atrás.
—Ahora sí me siento famoso —dijo el poeta, emocionado, señalando una mesa al pie de la pista de baile sobre la cual había un papel que rezaba: «Reservado - Actores Desencuentros».
Mientras se acomodaban en la mesa, la protagonista de la obra ordenó una botella de ron y varias sodas. Mabel y tres de los actores se lanzaron a la pista de baile. La mirada de Andrea se fue detrás de ella.
Un par de canciones más tarde, un mesero llegó con la botella y los refrescos.
—¿Quieren tomar algo? —ofreció uno de los actores, preparando varios vasos para sus compañeros.
—¡Tengo que manejar! —respondió Vanesa, casi gritando, mientras movía la cabeza de un lado a otro.
El actor se rió, descartando la correlación de una cosa con la otra con un movimiento de su mano que claramente quería decir: «¿y eso qué?».
—¿Quieres tomar algo? —preguntó Vanesa, volteando hacia Andrea.
—No —respondió ella sin apartar la vista de Mabel.
—Deberías ir a bailar —propuso Vanesa, dándole un codazo ligero en las costillas.
—Sabes que no bailo —Le recordó Andrea con un tono de frustración.
Y por primera vez en su vida, deseó no ser tan robótica; o de mínimo que el baile del robot aún estuviera de moda, para poder pasar desapercibida.
—Quizás hoy es el día en que deberías agarrar valor.
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Las cosas que no nos dijimos
Romance(LGBT) Andrea creía haber dejado atrás su pasado, pero al regresar a su ciudad natal para despedirse de su abuela, se encuentra con una montaña rusa emocional que la lleva a enfrentar los demonios que creía enterrados. En la casa familiar, entre los...