Fabiola no se despegó de Andrea durante las dos últimas semanas que pasó en Mérida. La acompañó a comprar una maleta, le ayudó a decidir qué ropas empacar y revisó sus documentos migratorios media docena de veces para asegurarse que no le faltara ninguno.
La llevó a comer sus comidas yucatecas favoritas, advirtiéndole que las extrañaría; la llevó a tomar malteadas en el parque de la colonia y también a pasar un día entero en el Parque del Centenario.
Se fueron de excursión a Uxmal con Vanesa, Martín y Diego, divirtiéndose como locos con los recuerdos del recorrido que habían hecho cuando estaban en la secundaria.
Caminaron de punta a punta, y sin una pizca de prisa, el Paseo de Montejo, deteniéndose únicamente en un lugar: la heladería «El Colón», para disfrutar de unas deliciosas champolas y luego continuaron su recorrido.
Fabiola la mantuvo distraída, sonriente y con los ánimos a tope para que no tuviera tiempo de pensar en Mabel ni en el miedo a lo que estaba por venir.
La noche anterior a su partida, Fabiola estuvo a su lado, padeciendo con ella cada instante de la cena tan incómoda que Landy les obligó a tener a modo de fiesta de despedida.
Esa noche la abuela Minerva se la pasó callada, estirando la mano cuando pensaba que nadie la veía, para robarse y comerse un montón de cosas que el doctor le había prohibido.
Gregorio, el esposo de Landy no se molestó en siquiera fingir que quería estar ahí, se iba a la cocina con alguna excusa y se quedaba ahí durante largos ratos; o se paraba con su cajetilla de cigarros para salir a la terraza y fumarse tres o cuatro antes de regresar a sentarse y quedarse callado.
Aracely, la esposa de Pascual, se deshacía en el intento de capturar la atención de la abuela Minerva, sin lograrlo.
Omara que estaba en el pináculo de la preadolescencia se la pasó haciendo preguntas incómodas con la intención de poner a su mamá en vergüenza. Los hijos de Pascual, estuvieron correteando, golpeándose y gritando como cavernícolas diminutos a los que nunca se les agotaban las energías.
Pascual no dijo más de dos frases en toda la noche, como ya era costumbre.
Landy, mientras tanto, dejó el alma en su esfuerzo por ser una buena anfitriona: sirviendo comida, intentando avivar la conversación, metiendo en cintura a sus sobrinos, regañando a Omara por sus impertinencias y echándole ojos de pistola a la abuela Minerva cada vez que se metía a la boca cosas que no debía consumir.
A las diez de la noche, cuando se marcharon y la abuela Minerva se fue a dormir, Andrea y Fabiola se encargaron de recoger los platos, lavarlos y guardarlos en su lugar correspondiente.
Después se fueron a la habitación de Andrea y se sentaron en la cama, con las espaldas apoyadas sobre la pared.
Andrea encendió el televisor, que estaba eternamente sintonizado en VH1 con el volumen muy bajo.
«Take on me» de A-ha estaba sonando.
—Me encanta ese video —dijo Fabiola—. Es de mis favoritos de los ochentas.
Las dos cantaron entre susurros, sonriendo, hasta que llegaron a la parte del coro que decía:
Me iré,
En un día o dos.
Y entonces Andrea se puso muy seria, sintiendo el aplastante peso de sus decisiones.
—¿Qué estoy haciendo, Fabi? —preguntó, mirando el techo como si de él fueran a caerle las respuestas milagrosamente.
Fabiola la miró con la misma ternura que se había hecho recurrente en los últimos años, pero no dijo nada.
—¿Y si no puedo? ¿Y si me arrepiento de estar dejándolo todo por perseguir un sueño ridículo?
—Claro que puedes y sabes bien que no vas a arrepentirte.
—No —respondió Andrea—, la verdad es que no lo sé. ¿Y si los italianos me odian? ¿Y si mi pronunciación es horrible? ¿Y si no logro entender nada de mis clases porque son en inglés?
—Son dos años, Andy. Si no te gusta, te regresas.
—¿Y cómo voy a pagar el préstamo de mi beca?
—Andy —Fabiola se puso muy seria, colocando ambas manos sobre los hombros de su amiga.
Andrea dejó de respirar, casi esperando una declaración de amor antes de partir mientras que en la tele sonaba «No more I love yous» en la voz de Annie Lennox.
Fabiola se aclaró la garganta antes de hablar.
Andrea se sumergió en esos ojos color miel que nunca habían dejado de parecerle la cosa más hermosa del universo.
—Qualunque cosa succeda, starai bene —dijo Fabiola, destrozando un poco las palabras que estaba pronunciando.
Andrea no contestó. Entendió que su amiga le estaba diciendo que estaría bien pase lo que pase, pero su mente estaba en otra cosa.
—¿Desde cuándo hablas italiano?
—No quería decírtelo, se suponía que era una sorpresa —respondió ella—, pero Vane y yo hemos estado tomando cursos desde que nos dijiste que te habían aceptado.
Andrea sintió un calor bonito en el pecho.
—Si todo sale bien, vamos a ir a verte el próximo verano.
A esas alturas de su vida Andrea sabía muy bien que las promesas de ese tipo nunca se materializaban, pero la mera intención de sus amigas bastó para aliviar un poco sus miedos.
Fabiola se quedó con ella durante la madrugada, platicando, riendo y haciendo planes para el siguiente verano. La imaginación de Fabiola era tan poderosa y sus palabras tan convincentes, que Andrea podía visualizarse viviendo las aventuras que ella le describía, a pesar de que ambas sabían que eran imposibles.
A las cuatro de la mañana, Andrea se metió a bañar, se vistió y se peinó. Despertó a la abuela brevemente para despedirse de ella con un abrazo que ninguna de las dos parecía querer darse y regresó a su habitación.
Fabiola le ayudó a llevar la maleta hasta la terraza, donde se quedaron a esperar el taxi que pasaría a recogerla para llevarla al aeropuerto.
Cuando el conductor se estacionó frente a la casa y bajó del auto para meter la maleta en la cajuela, Andrea sintió que el agujero negro que vivía en su pecho estaba a punto de tragarse el universo entero.
Fabiola la abrazó por una eternidad. Y el agujero negro se desvaneció.
—¡Ve a conquistar el mundo, Andy! —Le dijo al oído y luego dejó un beso largo y cálido sobre su mejilla, dándole el empujón que necesitaba para subirse al taxi—. Nos vemos en un año.
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Las cosas que no nos dijimos
Romance(LGBT) Andrea creía haber dejado atrás su pasado, pero al regresar a su ciudad natal para despedirse de su abuela, se encuentra con una montaña rusa emocional que la lleva a enfrentar los demonios que creía enterrados. En la casa familiar, entre los...