Todos los amores de Andrea

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Cuando Diego estaciona su auto frente a la casa de la abuela Minerva, Andrea está sentada en la acera con su mochila puesta y la caja de diarios a su lado. Su amigo baja del auto y abre la cajuela.

—Lamento mucho tu pérdida —Le dice cuando se acerca para darle un abrazo.

—Gracias —responde Andrea, que no se acostumbra a recibir el pésame.

—Sube —indica Diego, abriéndole la puerta del copiloto. Luego recoge la caja y la mete en el maletero.

—Listo, hora de ir a comer sushi —Le dice cuando sube al auto y lo pone en marcha.

—¿Cómo estás? —pregunta Andrea, indicando con su tono, que no espera una respuesta superficial.

Diego suspira, abandonando su fachada alegre en un santiamén.

—La verdad es que todavía no me acostumbro a estar sólo —niega levemente con la cabeza sin apartar la mirada del camino—. Llegar del trabajo a una casa vacía, ver a mi hijo solamente los fines de semana... La verdad, es que nunca creí estar divorciado a mis cuarenta y dos años.

—Pero era la decisión más sana —sugiere Andrea, con un tono más cercano a una pregunta que una afirmación.

—Mi cabeza dice que sí —responde él, sin dejar de prestar atención al camino—, que el mejor ejemplo que le puedo dar a Mateo es que dos adultos deben saber cuándo separarse para poder conservar la cordialidad.

—¿Pero?

—Pero a veces lo extraño tanto, que pienso que debí seguir intentándolo con Victoria con tal de no fracturar a nuestra familia; con tal de que él nos tuviera a ambos.

Andrea quiere responderle que existen suficientes estadísticas que demuestran que quedarse por los hijos no funciona en la práctica, pero sabe muy bien que Diego no necesita números; él necesita consuelo.

—Algún día, cuando Mateo sea un adulto, comprenderá que ustedes solo querían lo mejor para él.

—Eso espero —Diego se sumerge en sus pensamientos.

El silencio comienza a hacerse pesado.

—¿Cómo está Martín? —pregunta Andrea al entender que el tema de la vida personal de Diego se ha vuelto inaccesible—. ¿Está tan contento como se le ve en las redes sociales?

—Las fotos no le hacen justicia a su felicidad —responde Diego, su rostro iluminándose como antes de haber hablado sobre su divorcio—. Y no sabes lo mucho que me alegra verlo así  después de tantos desatinos amorosos.

—Sí bueno, ya era hora que encontrara al verdadero amor de su vida.

Ambos se ríen y suspiran. Andrea repasa mentalmente la lista tipejos que lastimaron a su amigo a través de los años.

—La que a veces me preocupa es Vane —dice Diego—. Ella y Fernando trabajan demasiado —hace una pausa y luego aprovecha que el semáforo está en rojo para mirar a Andrea—. A veces me da la impresión de que no le dedican tiempo de calidad a su hija.

—Un poco como le pasó a Vanesa creciendo con dos papás que tenían carreras tan demandantes —dice Andrea, más para sí misma que para él.

—Exacto —responde Diego, poniendo el auto en movimiento cuando la luz cambia a verde—. Y aunque Alexis es una niña muy inteligente e independiente, como su mamá, esa no debería ser excusa para dejarla a que se críe sola.

Andrea recuerda su primer encuentro con Vanesa, lo retraída que era, el modo en que parecía estar a la espera del rechazo de los demás y se preocupa por su ahijada.

Las cosas que no nos dijimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora