Las cosas que no nos dijimos

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Un año y medio después...

Andrea y Fabiola están paradas frente a la casa de la abuela Minerva. Andrea sostiene las llaves en su mano derecha, mientras que en la izquierda tiene un sobre.

Fabiola entrelaza los dedos en los de su esposa —¿Lista?

Andrea asiente en silencio.

El interior de la casa parece más amplio que nunca en la ausencia de muebles. Como ahora tampoco hay cortinas, la luz matutina alcanza a iluminar cada rincón, revelando fácilmente las imperfecciones que la edad le ha infligido.

—Va a necesitar un montón de reparaciones —dice Fabiola, observando las paredes y el techo.

—Tendremos que hacerlo poco a poco —responde Andrea apreciando la casa con nuevos ojos, viéndola por primera vez, como un lienzo en blanco, lleno de posibilidades.

Recorren la sala, el comedor, las habitaciones, la cocina. Todo está perfectamente limpio.

Cuando salen al patio, Andrea sonríe.

—Quiero pasto y árboles frutales —dice, más para sí misma que para su esposa.

—Todo lo que quieras, mi amor —responde Fabiola—. Claro está, después de terminar las reparaciones... así que échale algunos añitos para que suceda.

Andrea se ríe.

—Todavía no puedo creer que la abuela Minerva te dejó la casa —dice Fabiola—. ¿Qué dijeron tus tíos y tus primos?

—Omara dice que nadie se sorprendió —Andrea se encoge de hombros y hace una mueca—. Al parecer solamente tú y yo sabemos que la casa debía quedársele a mi tío Pascual.

—¿Vas a leer la carta?

Andrea asiente en silencio.

—¿Necesitas privacidad?

—No —responde Andrea mientras abre el sobre y saca el pedazo de papel que está dentro.

La letra de la abuela, que alguna vez fue elegante y perfecta, asemeja mas las huellas que dejan las gallinas sobre la tierra, que palabras. Andrea deduce que la escribió cuando el «Parkinson» ya había comenzado a hacer estragos en la salud de la mujer.

Con mucho esfuerzo, Andrea comienza a leer.

Andrea,

Hace unos días me diagnosticaron «mal de Parkinson» y puedo sentir en mis huesos que me queda poco tiempo para poner mis cosas en orden antes de reunirme con tu papá, con mis padres y con otras personas que se me adelantaron hace muchísimos años.

Niña, hay muchas cosas que hubiera querido decirte pero nadie me enseñó cómo hacerlo. Espero que ahora que eres una adulta las sepas sin necesidad de palabras, porque yo ya estoy muy vieja para cambiar mis modos.

Estas paredes y este techo son lo único que poseo. Esta casa es el único patrimonio que tengo para dar y cuando me vaya, quiero que sea tuya.

Solamente tú y yo conocemos toda la alegría y todo el sufrimiento que están atrapados en estos rincones. Los recuerdos, Andrea, tanto los buenos como los malos, son lo único que nos llevamos al final y son lo único que te puedo dejar.

Cuando ya no esté, recuérdame de vez en cuando, préndeme una veladora y piensa no únicamente en lo malo, piensa también en todas las cosas que no nos dijimos pero que sí sentimos.

Con cariño:

Tu abuela Minerva.

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