CAPITULO I : Por debajo de mi piel

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Una vez que recuerdas lo bueno que era el pasado miras el presente con desgracia. A mi desgracia, le llaman "lepra..."

Me encuentro postrado en una cama de ceda, con nadie a mi alrededor. El viento sopla al interior de la oscura habitación, oigo paso afuera, mas sin embargo no hay llanto. La habitación huele a incienso y las golondrinas han emigrado. Veo a la pared un tayado de azulejos, la fineza de sus bordes, la presición y perfección de sus trazos y pienso en mi infancia. Hoy la historia me olvida pero yo no olvido...

Diez años atrás...

Estas son las calles de una ciudad que en algún momento cambió la historia de quienes habitan en ella, Jerusalén. Un lugar bendito en que nunca esperarías algo contrario a eso. Y allí estoy yo, en el suelo girando un rombo, junto a unos cuantos niños más al mi alrededor, entre ellos Sarille, a quien considero mi mejor amiga desde la infancia, debido a eso es la persona que más conozco desde que tengo memoria, ella es hija de uno de los nobles de la corte, caracterizados ambos por su cabello rojizo; es una niña muy tranquila, obediente según hablan de ella, dócil; solo jugábamos. Tiempo que parecía inquebrantable, no creo que algún momento pasara por mi mente alguna preocupación, cuando...

- ¡Me robaste! - dijo un hombre a la distancia; era un mercader. Había tomado de frente a un sarraceno por su ropa, se veía enfadado.

- Yo no robé nada lo juro, no tengo necesidad.

Todos los niños, tan solo duraron unos segundos sujetos a lo que estaba ocurriendo cuando efímeramente lo dejaron de hacer y siguieron jugando. ¿Esto es algo que ven a diario? Me pregunté. Volví a dirigir mi mirada a aquellos dos hombres. El mercader había lanzado bruscamente al suelo a ese señor quien asustado solo huyó del lugar. Yo no podía comprender lo que acababa de pasar o quien de los dos tuviese la razón, solo sabía que algo no estaba bien en esa situación, no podía dejar se sentir pena por aquel sarraceno, pero tampoco por aquel mercader que, al voltearse a su negocio, su aspecto cambio de odio a tristeza. Bueno no era para menos, quizá sí le habían robado. Aunque no estoy seguro, solo tengo siete años.

Olvidé decirles, soy un príncipe, así es, Baldwin, príncipe de Jerusalén, soy el segundo y nunca me he notado diferente a otros niños, pero en algún momento sabía que era privilegiado y podía negarlo.

Mi padre acaba de salir de la corte real y tras de él, otros hombres que no conocía a excepción de uno, Tiberio. Mi padre le tenía mucha confianza y por lo que veía, él también le tenía confianza a él.

- Ven, hoy me harás compañía en la frontera, quiero que veas y aprendas un par de cosas. - Dijo mientas colocaba su mano en mi mejilla.

Nunca me crié con mi madre, de hecho, mi hermana mayor Sybilla, es quien tuvo una relación más cercana a ella de los dos. Es más, ni siquiera tengo recuerdos de ella, no muchos. Desde que mi padre y mi madre anularan su matrimonio, no tengo contacto alguno, por lo que mi crianza fue más solitaria.

Mi hermana, mi padre Amalarico y yo habíamos llegado a la frontera con el golfo de Aqaba. Había mucha gente, sobre todos sarracenos, había cierto límite que dividía las dos regiones, tenía entendido que ellos por ser comerciantes podían cruzar, pero al contrario yo no.

Sybilla se había distraído con unas telas y mi padre conversaba asuntos del estado, cuando mi mirada a la deriva se centró en un punto que brillaba del otro lado. Ya sé, no debes cruzar... pero como dije, solo soy un niño.

Crucé y mientras lo hacía miraba hacia atrás, nadie se había dado cuenta que estaba de aquel lado, solo tomaría un tiempo en ver de qué trata, que es aquello que brilla. Así que corrí hacia ello, cuando me iba acercando me percaté que sobresalía de la arena lo que parecía una espada. Me agaché para sacarlo de allí, cuando inesperadamente escuché.

LIMERENCIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora