CAPUTULO XIII : Calvario

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El rey se dirigía de regreso a las barracas, toda la trayectoria del camino sus pensamientos desconcertaban su visión. Llevando las manos a sus ojos cansados para limpiarlos, se contenía para no perder la cordura.

-Salahadin, no tiene pruebas para acusar a los cruzados. – decía uno de los cruzados. – si contraataca, será considerado una falta al tratado. ¿Como es que permitamos que nos señalen de deshonor?

-Me encargaré de sacar la verdad a flote, y si resulta que están involucrados, no habrá quien tenga piedad de ustedes. – dijo Tiberías. ¡Esta situación a sido un gran retroceso! Ahora dependemos de la palabra de Salahadin. Si ellos optan por la guerra, nos encontraremos en desventaja.

-¿Muy claro quien esta a un paso adelante, Tiberias?

-No es muy difícil de deducir "Guido".

-Hablarán, si no es a las buenas, a la fuerza. – expresó Nathaniel. - No estamos en el mejor momento para un enfrentamiento.

-Y tu Guido…te aconsejo que cuides cada paso que das, la arena te puede arrastrar fácilmente. – le dijo Tiberías entre dientes.

-No te preocupes por mi alma, no tengo nada de que arrepentirme Tiberías. – respondió él con sarcasmo. - Si tienes algo que decir con respecto a tus dudas sobre mí, dilo.

-¡Majestad! – dijo Jareth al verlo entrar con preocupación y casi sin fuerzas. - ¿se siente bien?

-Majestad, ¿ocurrió algo? – preguntó Tiberías.

-Interróguenles…no dejen ni una sola piedra sin mover. - dijo como orden.

Todos preocupados se marcharon y los hombres fueron llevados hacia unas celas enormes donde se les interrogaría después. Estas eran llamadas “Átura”. Guido aun tenia un plan; identificó a la esposa y los hijos de uno de los soldados de alto rango, para al siguiente día entrar a las celdas y amenazarlo.

-Su nombre es Erina, tienes dos hermosos hijos.

-No te atrevas a tocar a mi familia, yo podría decir todo lo que sé, y te undirias conmigo.

- ¿de perder? Una esposa, ¿tu? ¿Acaso tus hijos no valen nada? ¿Quien cuidaría de tus hijos, sin su madre?

- Guido de Luigsian, debí suponerlo, traidor.

-No lo haré si cooperas, si nos delatas, hay hombres esperando en la puerta de tu casa a que tu mujer entre o salga y no dudarán en asesinarla.

-Eres un maldito…

-Nadie aquí es santo, ni siquiera el leproso. No tienes otras opciones...

Tres días después, no había noticias de Salahadin, lo que mantenía en guardia a Jerusalén, además, las correspondencias del rey hacia el sultán no habían sido respondidas.

EN EGIPTO

El sultán sentado en su trono improvisado, con él en la mano, un adorno, una libélula que pertenecía al vestido de Sayeste, aun lo mantenía con él.

-Mi lord, llegó otra carta desde Jerusalén…si quiere…¿Majestad?

Salahadin se encontraba ido, ignoró las palabras del mensajero, no oía más que las voces de su cabeza. Su mirada era irreconocible, como apagada, como si su alma se desprendiera de su cuerpo, nadie sabía lo que pensaba, lo que hizo al mensajero simplemente retroceder señal de respeto.

EN LA HABITACION DE SIBILA Y GUIDO

-¡Esa mujer, no puede dar a luz Guido¡ sería nuestro fin. – dijo con ojos de exalto. – tenemos que hacer algo.

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