Nuestra eternidad

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—Quiero saber el nombre de lo que siento por ti— Estaban sentados uno al lado del otro en el viejo embarcadero, ese que ya nadie utilizaba desde que habían construido el puerto.

—Un nombre como tal no hay, pero muchos dicen que es amor— el menor como siempre no podía voltear a ver al mayor mientras hablaban de sus sentimientos. —Aunque no sé que es lo que sientes.

—Triste —respondió mirando el perfil del menor— cuando me voy— prosiguió cuando el otro giró para mirarlo— Cuando me preparo para venir y alguien se acerca con más cosas por hacer quiero que desaparezcan, quiero llegar pronto y sentarme a tu lado para saber qué hiciste mientras no estuviste conmigo.

—¿Amigos? —titubeo— tal vez me quieres como amigo.

—Quiero que solo seas mi amigo para toda la vida

—¿Solo amigos?

una negativa lenta y firme fue lo que recibió—Solo mío— corrigió

El menor sabia de lo que el chico hablaba, pero no quería creer que alguien tan soso como él había encontrado el amor a sus veinte años, en los que solo había tenido un novio en la secundaria. Y luego estaba el echo del tiempo en el que se conocían, aquel chico pocas veces mencionó algo sobre él cosas vagas como

"Mi papá me envió a curar unos animales" tenía una granja

"Mi hermano Nam, está preparándose para cuando papá le dé su lugar" su padre se iba a retirar

"Jimin y yo le hicimos votos a Namjoon" Namjoon, el hermano mayor, se iba a casar.

Frases sueltas que el menor deducía, pero en realidad nunca hablaban de él.

Pero había otra cosa que al menor le preocupaba, la facilidad con la que podría aceptar ir al fin del mundo con él, estar con él se sentía bien y exactamente como el mayor le decía.

—Siento lo mismo que tú y sé muy bien que no quiero ser tu amigo para siempre.

—Creí que eso debíamos ser.

—Eso son las personas que no son correspondidas, que tienen miedo de confesarse o los que tienen mucho en común. Tu y yo no somos ninguno de esos.

— ¿Ah sí? — el mayor sonrió tiernamente, escondiendo las comisuras de sus labios, con sus ojos cerrándose casi completamente.

—Eres correspondido, no tienes miedo de confesarte y no tenemos nada en común, eres perfecto para que sea tuyo.

—Quiero que seas mío.

Nuevamente un millón de mariposas revolotearon en el estómago del menor mientras seguían sentados mirando el mar. Ninguno decía nada muy a menudo, eran una pareja tranquila, no que revoloteaban de aquí para allá, no de las que están hablando todo el tiempo, no de las apasionadas que se comían con la mirada, cuando ellos se veían, se contemplaban, se apreciaban, se guardaban en la memoria del otro porque no tenían que tener una tensión entre ellos cuando la paz y tranquilidad que los embargaba era tan exquisita como el aroma del menor, como la voz del mayor, como las mejillas del menor, como los ojos del mayor.

 Ninguno decía nada muy a menudo, eran una pareja tranquila, no que revoloteaban de aquí para allá, no de las que están hablando todo el tiempo, no de las apasionadas que se comían con la mirada, cuando ellos se veían, se contemplaban, se apreciab...

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Una hora antes del albaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora