I.

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«En todas estas islas, he observado el aspecto del pueblo y sus maneras de hablar, aunque ellos se entienden unos con otros, loque es importante, por lo que yo espero que Sus Altezas determinaránsobre su conversión a nuestra Santa Fe, hacia la cual se sienten inclinados».

Colón a los Reyes Católicos, 1493

-Mami, ¿hay alguna carta de papá? - pregunte con inocencia a la mujer de bellos cabellos rubios y mirada esmeralda. Ella me miró de soslayo y negó con la cabeza. Yo estaba jugando con unos solados de madera, pero al ver su sonrisa cansada, que escondía un corazón preocupado y afligido, no pude evitar pensar que había hecho una pregunta que no se debía hacer, más mi curiosidad y amor a mi padre me impedían de callar.

Casi a diario bombardeaba sin piedad a mi tierna madre con la misma pregunta o algún derivado. En esos días era poco paciente, bueno, creo que hasta la fecha es uno de mis rasgos personales.

Mi padre, Imperio Español, había zarpado hacía meses, junto con un hombre llamado Colón, y aún no teníamos respuestas de ellos. ¿Y si se había ahogado? No era posible, lo sabríamos. Pero, por alguna razón, el desconocimiento era mil veces peor que la certeza de la muerte.

Pasaron poco más de tres meses desde su partida cuando, por fin, recibimos una carta. Todavía recuerdo ese día. Yo vestía un traje holgado, algo parecido a un vestido, de color verde, unas medias amarillas y un fino listón blanco sujetaba mi cabello pelirrojo. A mi padre nunca le gusto que usará el cabello largo, pero aproveche su ausencia para evitar cortarlo.

Recuerdo como el mensajero irrumpió en el pequeño salón del castillo, donde nos gustaba desayunar, a mí y a mi madre. Ese saloncito recibía de buena gana una enorme cantidad de luz solar, iluminando todo a su alrededor. Yo adoraba ver como los cabellos rubios de mi madre parecían confundirse con los rayos del sol, brindándole una apariencia de un hada hermosa y cuando sonreía, ay sus sonrisas, era como si pusiera miel directamente en mi corazón.

Por ley, fue mi madre quien leyó primera la misiva y yo tuve que esperar impaciente a que me informará de su cometido.

Una sonrisa de alivio apareció en su rostro, una tan bonita que hizo que sus ojos esmeraldas, iguales a los míos, brillaran más que las joyas. Tal era el amor de mi madre hacía su esposo. Pero unos segundos después la sonrisa se perdió y un gesto confundido lo suplanto, sumándose uno que, después sabría, era el gesto de a quien se le rompe el corazón.

-¿Mami? ¿Todo bien con papi?- pregunte inocente y curioso. Reino de Castilla me miró, sus ojos parecían a punto de derretirse por el dolor- ¿le paso algo a papá?- ahora estaba asustado.

Mi madre negó con la cabeza y se obligó a sonreírme.

-Vuestro padre está bien- respondió con una voz quebrada, pero sin soltar su sonrisa adolorida-. Llego a salvo y ha reclamado varias tierras para nuestra casa.

-¡Eso es maravilloso!- comente impresionado. La corazonada de mi padre había sido acertada. ¡Había llegado a la India!

-Si, lo es- noté como mi madre dudaba en decirme algo más o callar. Al final, optó por lo segundo- Debo reunirme con sus majestades, cariño. Estoy segura de que recibieron la misma noticia, pero debemos plantear algunos detalles sobre vuestro padre y compañía-. Dicho eso, me apuró a terminar el desayuno y mandarme con mis tutores.

"Vuestro padre" y no "Mi marido". Mamá siempre lo llamaba "mi cariño", "mi cielo" o "mi amado esposo" pero esta vez fue "vuestro padre". Si lo analizó bien, esa debió ser la primera grieta, una que parecía tan insignificante como para ignorarla, pero que, al final, terminaría derrumbando mi mundo. Yo aún era pequeño e inconsciente, yo solo me podía sentir feliz de que mi padre estaba a salvo y pronto olvide el gesto de dolor el rostro de mi madre y su forma de expresarse.

Con amor, EspañaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora