II.

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En la mañana me levante, limpie mi rostro, pedí me vistieran con ropas elegantes, pero no pesadas, dado el calor del lugar, y que me peinaran con un moño sencillo. Baje para desayunar algo ligero y me decidí a explorar el resto del lugar.

No era un edifico como los típicos castillos que ves repartidos por Europa, pero la casona era grande, espaciosa y aún estaba en proyecto expandirla para hacerla parecer una propiedad acorde al lujo y estatus de sus residentes. podríamos decir que simplemente cumplía con su función.  Un mayordomo me invitó a pasear por los jardines, pero, el sol y calor sofocante me invitaron a permanecer dentro de la misma, a resguardo y fresco. 

Caminaba con calma por uno de los pasillos, con las manos en la espalda y la altivez en mi rostro, mirando al exterior por los altos ventanales, cuando de reojo note una pequeña figurita que se manifestó en un rincón y se ocultó apenas me vio.

Curioso y sin nada mejor que hacer, camine de puntitas hasta la esquina donde el niño se había escondido. Doble la esquina, pero no había rastro del infante, pensé que tal vez lo había imaginado hasta que escuché un pequeño murmullo que corría travieso por el pasillo. Todavía más intrigado, seguí el pequeño sonido hasta llegar a una habitación con una puerta vieja y descuidada.

¿Conoces el dicho de que la curiosidad mato al gato? Bueno, en mi caso, fue más como una corrida de toros, donde el animal espera ver algo detrás de la tela ondeante y termina con la espada en el costado.

En contra de toda mi buena educación, recargué mi oído en la madera, atento a los murmullos que se escuchaban del otro lado. Eran susurros de niños, pero estos sonaban atemorizados y hablaban rápido. No podía entender nada de lo que decían, y no por el volumen de su voz, sino porque parecían comunicarse en un idioma diferente.

Cansado de ser un chismoso, toque la puerta y los susurros cesaron de inmediato. Ahora, en esa época era un príncipe, nadie me dice a donde puedo o no entrar, por lo que después de mostrar un mínimo de educación al tocar esa puerta, la abrí con toda la libertad que mi estatus me otorgaba.

Cuando mis ojos se posaron en las banderas blancas con la Cruz de Borgoña pintadas en esas tiernas mejillas por fin entendí el enojo y dolor de mi madre. Sentí la espada enterrándose en mi corazón.

¿Qué hace cuando descubres la vileza de tu progenitor? ¿No enfurecerías? ¿O llorarías? Bueno, aparte del dolor por la traición, la realidad fue que al ver a esos niños y niñas no pude más que sentir pena y cariño. 

Pero ellos al mirarme se espantaron tanto que retrocedieron y las banderas desaparecieron de sus rostros. Eran territorios jóvenes, aún no tenían control de sus emociones y mucho menos de sus habilidades.

Sus rostros tiernos e infantiles se coloreaban de distintos tonos de café, unos con la piel más oscura y otros más clara. Pero todos, sin excepción, tenían ojos brillantes de tonos terrosos, sus miraditas eran marrones o anaranjadas. De hecho, solo uno había heredado al cien por ciento la mirada de sol de nuestro padre.

"Nuestro padre" la revelación me golpeo con la fuerza de un yunque en caída libre, terminando por destruir la imagen de familia feliz que aún creía conservar en mi espíritu. 

Pero bien dicen que no hay poder más grande que el de la negación.

-¿Quiénes sois?- como si intentara proteger mi frágil ego ante la inminente verdad que había frente a mí, les pregunte.

Los niños y niñas se miraron entre ellos, confundidos y asustados. Ninguno tenía a bien de querer responderme.

-Os he preguntado algo y demando una respuesta- como decía, nunca fui muy paciente. Pobres críos, el terror en sus caritas me hizo sentir en exceso culpable, como quien pisa un cachorro sin querer.

Con amor, EspañaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora