IX.

354 54 1
                                    

-Hijo mío- Imperio Español extendió sus brazos e ignoró todo protocolo al bajar de su trono para abrazarme.

Algunos sonrieron ante el acto que demostraba el amor incondicional de un padre hacia su hijo, un hermoso momento calcado al pie de la letra de la parábola del hijo prodigo. 

La diferencia entre ese hijo y yo radicaba en que yo no quería regresar.

Para los ojos externos, el reencuentro fue dulce y conmovedor, para mí, fue tenso y abrumador.

Mentiría si te dijera que odie abrazarlo. Por mucho que haya renegado de él, todo el tiempo fuera me había dicho que ese hombre ya no era merecedor de mi amor ni respeto, pero toda convicción se tambaleo cuando lo tuve frente mío. 

Su melena rojiza como la mía, y sus ojos dorados cuales monedas de oro me envolvían con calidez y añoranza. Él me había extrañado y yo... admito que también. 

Entiendo tu desconcierto, pero es la realidad. Imperio fue un hombre de familia y de su pueblo, se preocupaba por las cosechas, regañaba y se burlaba de los reyes, no sería el mejor estratega ni administrador pero participaba en las batallas.

En mis reflexiones más íntimas, que solo por confianza te relato, para mí fue un buen padre. 

Eso ultimo ha de ser resaltado y explicado.

Conmigo fue un buen padre, pero mis hermanos y hermanas solo conocieron su lado oscuro, el lado tiránico, el indiferente y abusivo. Yo tuve suerte de que me abrazara, me mimara y regañara con cariño, a ellos les toco la penitencia de sobrevivirlo.

¿Su infidelidad y maltrato a sus bastardos bastaban para odiarlo? Me encantaría decir que si, que eso era suficiente para que Dios lo condenara y ardiese en el infierno. Pero no para su confundido hijo.

La distancia me había dado la facilidad para odiar a ese hombre, más ese abrazo me recordó todo el amor que este me profesaba y saberlo casi me destruyó.

No le deseo a nadie pasar una situación similar, pero al igual que el padre cegado de amor que es incapaz de corregir el mal comportamiento de un hijo, lo mismo nos sucede a nosotros. Amamos a nuestros padres. 

¿Cómo se habrá sentido el hijo de aquel asesino serial cuando fue descubierto? ¿O la niña que se entera de que su madre le procurara ropas a cambio de quitarse las suyas frente a otros hombres? La decepción, el odio, la traición, todo es diluido bajo la justificación, el miedo a la verdad y los recuerdos de una infancia feliz.

Yo ya me había quitado la venda, pero apenas vi a mi padre, mis ojos quisieron cerrarse por si solos ante sus faltas.

Una vez más, la niebla de la memoria me impide recordar con detalle el día que regrese al territorio de mi padre, solo esta la vaga sensación de la tristeza, la culpa, la confusión y las ganas de acabar mi aliento echándole en cara las faltas cometidas.

El día termino conmigo de vuelta en mis aposentos, mirando el techo abovedado sobre mi cabeza. Mi estancia en el extranjero me había hecho olvidar lo antigua y alta que era mi habitación en el castillo. 

Sin embargo, uno no puede estar perdido entre el estupor y la niebla, por más que yo pareciera caminar con esos grilletes, la realidad me asechaba en las esquinas.

¿Así era como se sentía mi madre encerrada en su cuarto? ¿Ofuscada? ¿Perdida? No lo supe entonces ni lo sé ahora, pero si acaso la salvación mía llegó en una carta.

>> "Mi Señor, si me atrevo a dirigirle estas palabras es porque el joven Virreinato del Perú así me lo ha solicitado. Él chico, pese a su noble apariencia, es travieso y enérgico, como correspondería a un niño. Mi misión es expulsar a las personas que abusan de la benevolencia de nuestros reyes y se rebelan a su propio gobierno. Que mi mano sea firme y certera como la confianza que se me ha depositado. Me asegurare de que esta tierra sea digna joya en la corona, para que, cuando vuelva a la cuna de mi madre, pueda descansar sabiendo que he obrado adecuadamente...>>

Con amor, EspañaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora