Atardecer

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Cada paso que daba y me acercaba al Santuario, sentía que me llevaba un poco más cerca de ella. Ya no me importaba el dolor de mis heridas, pues no las sentía, en mi mente había un claro objetivo, y ése era regresar hacia el sitio donde Natalie se encontraba. Si bien deseaba con todas mis fuerzas estar nuevamente frente a ella y dejar salir todos esos sentimientos que habían crecido y que guardaba dentro de mi corazón, era consciente de que primero debía cumplir con mi deber como caballero de Athena, por lo que tenía que presentarme ante el Patriarca para darle un informe detallado sobre mi misión en el Tíbet.
Así que continué mis pasos hasta llegar finalmente a la entrada del Santuario, donde los guardias que la custodiaban me abrieron las puertas de inmediato al notar mi presencia; los saludé con una leve inclinación de cabeza y continué camino con rumbo al Templo del líder del ejército de Athena. Pasaría muy cerca de la casa del Anciano Sanador, donde sabía que ella se encontraba, más percibí que aquel no era un buen momento para que dejara que la curiosidad por saber cómo se encontraba o si estaría demasiado atareada con su trabajo me ganara, ya que podía percibir la alteración en el cosmos de varios grupos de soldados y caballeros de plata y bronce que pululaban en los alrededores: algo había pasado, seguramente se trataba de algún enfrentamiento ocurrido con algunos sirvientes de Hades, que había dejado como saldo un par de heridos, lo cual era una de las cosas que se podía preveer en la Guerra Santa. Escuché los pasos de varios hombres que entraban y salían de la improvisada enfermería de la casa del Anciano Sanador, y gracias a mi percepción pude sentir el cosmos de Natalie, que daba cuenta de lo atareada que estaba con el afluente de pacientes que llegaban.
No era buena idea presentarme allí en ese momento, pues sólo la distraería y le quitaría tiempo para cumplir con sus obligaciones como sanadora, por lo que continué mi camino hacia el Templo del Patriarca; prefería terminar con las formalidades de mis deberes como caballero dorado cuanto antes, así podría liberarme de ellas y concentrarme en lo que durante las semanas que estuve lejos de Grecia, ocupó mis pensamientos casi por completo. Debía tomar una decisión; hablarle a Natalie acerca de mis sentimientos por ella, o callar y guardar todas esas emociones que han aflorado en mi corazón sólo para mí...

Jamás me había enfrentado a un predicamento como éste, y por lo tanto, no tenía idea cómo debía reaccionar; dejarme llevar por aquellos maravillosos sentimientos que ella inspiró en mi alma significaría traicionar mis votos hacia la diosa Athena. En eso voy pensando mientras subo los peldaños de las largas escaleras que conducen al Templo del antiguo caballero de Cáncer, ahora con la responsabilidad de liderar el ejército que debe de mantener la paz en el mundo y enfrentar las amenazas que supone el sucesivo devenir de las Guerras Santas que se repiten cada 243 años. Suspiro profundamente, y no puedo evitar pensar en lo injustas que son las circunstancias de la vida que nos ha tocado vivir a cada uno desde nuestro lugar en el mundo.
Cuando finalmente llegué a la puerta principal del Templo Papal, saludé con un asentimiento de cabeza a los guardias que custodiaban la entrada, y luego me dirigí a paso firme hacia el salón principal donde el Patriarca recibe a todo aquel que concurre ante su presencia. Percibí el cosmos de Sage cerca, por lo que deduje que ya se encontraba allí, esperándome, y en efecto, así era.

_Adelante, Ásmita, eres bienvenido..._, dijo el anciano líder con su característica voz impregnada en un aire paternal; luego hizo una pausa y prosiguió: _ Me alegro mucho que ya estés de regreso aquí con nosotros; cada vez que alguno de mis caballeros sale con rumbo a una misión el temor se encuentra acechando mi corazón en todo momento, puesto que a cada uno de ustedes los considero como si fueran mis hijos... _ , dijo el Patriarca con marcado sentimiento en su voz, que intentó disimular un poco, más no pudo lograr su cometido.

Mientras Sage pronunciaba esas palabras tan cálidas, yo realicé la habitual reverencia que todos los caballeros acostumbrábamos a hacer ante la persona de mayor rango en nuestra presencia.

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