Crepúsculo

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Podía oír los latidos de mi acelerado corazón martillear con fuerza en mis oídos luego de aquel reencuentro con Natalie. Otra vez notaba cuánto me afectaba su cercanía y el hecho de no poder resolver aún mi situación con ella; hasta ahora lo único que tenía en claro, además de mis sentimientos, era que estaba dispuesto a confesarlos, es sólo que no sabía cuándo.
¿Cómo encontrar el momento oportuno y adecuado en medio de una guerra?
Tal vez otros hombres encuentren esta circunstancia como propicia para abrir sus corazones e incluso los que carecen de escrúpulos, podrían verlo como una oportunidad para aprovecharse de la inocencia de las jovencitas; de esos casos había miles a lo largo de la historia. Pero yo no deseaba que las circunstancias que nos apremiaban se convirtieran en la razón por la cual le declarara mi amor a la joven médica. Realmente quería que ese instante fuera algo especial y mágico para ambos, lo suficiente para atesorar ese recuerdo en un rincón privilegiado de nuestras memorias.
Me encuentro pensando en ello mientras rememoro la manera en que culminó nuestro reencuentro, el cual tanto había esperado y me había brindado las fuerzas necesarias para hacer frente a todo lo que se interpusiera en mi camino de regreso a ella. Recuerdo el latir del corazón de Natalie, cuyo sonido podía oír desde mi proximidad, mientras tenía mis manos en su cintura para evitar que se dañara al caer sobre mi armadura. La cercanía de nuestros cuerpos la ha afectado tanto como a mí, al punto tal de acelerar su pulso y provocar que el calor subiera a sus mejillas. Al igual que yo, la muchacha está experimentando ciertas sensaciones que desconocía que existían. Para intentar sosegar un poco cierta tensión que estaba generándose entre ambos, decidí poner en práctica la sugerencia del Patriarca, e invité a Natalie a participar en mis meditaciones diarias con el objetivo de ayudarla a sanar su alma y a recuperar la fe y la confianza en sí misma, las cuales habían sido sumamente afectadas producto de las experiencias tan desagradables por las que había tenido que transcurrir. Conmovió mi alma el oír su voz responder afirmativamente a mi petición; era evidente que ella estaba llorando cuando le propuse comenzar mañana mismo con las sesiones. No quería dejar pasar más tiempo, la joven sanadora necesitaba de mi ayuda y yo estaba más que dispuesto a brindársela, no sólo porque la amaba, sino porque ella lo valía; valía todo el esfuerzo que tuviera que hacer para lograr desterrar la melancolía de su alma y que volviera a sentir ganas de vivir.
Mis labios se curvan en una sonrisa mientras estoy en mi sencilla habitación, parado junto a la ventana para sentir la frescura de la brisa nocturna acariciar mi piel. Estoy tan ansioso por nuestro encuentro de mañana, que no creo poder conciliar el sueño esta noche. Me muevo inquieto caminando de un lado a otro en mi habitación, pensando en si se presentará el momento adecuado que he estado esperando; quién sabe... Solo deseo poder ayudarla en todo lo que pueda.
No me he atrevido a leer sus pensamientos luego de ese pequeño instante en el que no pude evitarlo, pero la alteración de su cosmos y de sus constantes vitales cuando estamos cerca, me dicen que no le soy del todo indiferente, y eso alegra mi corazón, pues jamás me imaginé poder causar una reacción tal en el sexo opuesto. Otra vez sonrío, con la esperanza de que ella pueda corresponder a mis sentimientos... Eso me haría inmensamente...¿feliz? Es extraño, nunca experimenté la felicidad antes... Supongo que tendré que confiar en lo que los dioses tienen deparado y, si estoy en lo cierto, aprenderé ese nuevo sentimiento de la mano de la joven sanadora.
Con ese pensamiento en mente y una sonrisa en mis labios, me metí en mi lecho, esperando que los brazos de Morfeo vinieran por mí y me llevaran hasta el mundo de los sueños, el único lugar hasta ahora en donde podía hacer realidad los secretos anhelos de mi corazón.

*********
Hoy era el día en que comenzaría las sesiones de meditación con Natalie y, para variar, estaba sumamente nervioso. Como lo había predicho, no pude tener un sueño reparador debido a la ansiedad que me generaba nuestro encuentro de hoy. Suspiro profundamente mientras los tibios rayos del sol se cuelan por la ventana de mi cocina e iluminan mi rostro y mis manos, al mismo tiempo que disfruto de un té de hierbas, cuyo sabor exquisito estimula mis papilas gustativas y logra exactamente el efecto que buscaba al tomarlo: alejar la ansiedad de mi alma, al menos durante un rato, que esperaba que fuera lo bastante largo como para permitirme continuar con mis actividades hasta que la muchacha acudiera al horario pactado para la sesión.
El día recién comenzaba, y tendría que utilizar el tiempo para realizar lo que contribuiría finalmente a ayudar tanto a mis compañeros de armas como a la diosa Athena a ganar esta Guerra. Acumularía mi cosmos todo lo que pudiera, y así los frutos del Árbol Sagrado del Mokurenji serán las armas que necesitamos para sellar las almas de los espectros de Hades, impidiendo así su resurrección.
Llevaría a cabo esta tarea hasta que la joven sanadora llegue a mi Templo, y también se presente el momento en que deba hacer uso de ese cosmos; por supuesto mantendré los pormenores de la que sería mi misión principal y mi aporte personal a la Guerra Santa en el más absoluto silencio, ya que no deseo causarle más pesar con noticias tristes.

Las horas pasaron con lentitud para mi pesar, y durante las mismas debo admitir que me fue dificultoso alcanzar la concentración necesaria para llevar a cabo mi cometido. Era evidente cuánto me había afectado la joven, al punto de robarse no sólo mi corazón, sino también la tranquilidad de mi alma. Más no veía eso como algo malo, todo lo contrario; me alegraba saber que gracias a ella mi mundo ya había dejado de ser gris y monótono.
Me levanté del lecho de meditación y dí unos pasos en dirección al pasillo que llevaba a la entrada principal del Templo de Virgo; podía sentir el cosmos de la joven. Escuché unos pasos suaves y luego el sonido melodioso y femenino de su voz, solicitando permiso para ingresar. Ella se adentró en mi Casa y finalmente llegó ante mi presencia, con su característica alegría y cordialidad, capaz de ver lo bueno en todas las cosas. Aquello no pudo evitar que mis labios se curvaran en una sonrisa, que no podía disimular la felicidad que me producía el saberla aquí conmigo. Suspiré profundo e intenté serenar mi cosmos para así poder ocultar aquel gesto de mi rostro que delataba mis sentimientos; a pesar de mi amplia experiencia en meditación todavía me costaba controlar esas emociones que eran totalmente nuevas para mí.
Una vez que me hube serenado, caminé en dirección a la entrada de mi Templo donde había oído su voz; sabía que ella estaba esperando que le concediera permiso para ingresar.
Al llegar donde la muchacha, pude notar que su cosmos también se había alterado al igual que el mío, y que su pulso estaba acelerado, lo cual me indicaba que se encontraba notoriamente nerviosa. La saludé con la usual cordialidad y la invité a pasar a la sala de meditación, donde ella comprobó el buen estado de mis heridas y realizó la curación de las mismas. Concluido su trabajo como sanadora, le ofrecí tomar asiento junto a mí en uno de los lechos de meditación para poder comenzar con la sesión del día; tanto el Patriarca como yo pensábamos que sería bueno para Natalie y que la ayudarían a salir de la melancolía en la que se encuentra como consecuencia de las malas experiencias que le ha tocado vivir.
Me acomodé en mi lecho de meditación y luego pasé a explicarle a la joven en qué iban a consistir los encuentros: le pedí que primero relatara aquellos hechos dolorosos del pasado y las situaciones angustiosas que ha vivido, y luego mediante la meditación profunda y los mantras, esos sentimientos negativos serían purgados poco a poco, transformándose en meros recuerdos lejanos que ya no podrían lastimarla.
Fue así que comenzó la sesión del día. Mientras ella relataba todo lo malo que le había sucedido en su tiempo, pude notar que había momentos en los cuales su voz se quebraba, y eso me hizo saber que la muchacha se encontraba llorando, al rememorar tantos recuerdos dolorosos para ella. Aquello acongojaba mi alma de sobremanera; nunca me había afectado tanto el dolor de una persona como lo estaba haciendo el de ella, puesto que lo sentía como mío propio. Natalie y yo nos parecíamos en cierto modo, puesto que había una parte de nuestros pasados que nos causaba un dolor muy grande, y ambos habíamos intentado sobreponernos a ello.
A medida que la sesión iba avanzando, sentí crecer en mi interior la necesidad imperiosa de protegerla; el sentido del deber se encendió como una chispa aún más fuerte, acuciándome a concentrar todos mis esfuerzos para ayudarla.
Sólo esperaba permanecer en este mundo lo suficiente como para cumplir la promesa que me había autoimpuesto de devolverle la tranquilidad y la sonrisa a aquella muchacha cuya alma llevaba mucho tiempo sufriendo producto de la melancolía.

CONTINUARÁ...

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