Rayo de sol

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Estaba ansioso por regresar al Santuario y poder oír nuevamente el sonido de la voz de Natalie, al igual que su maravilloso aroma a rosas, los que me habían hechizado desde el primer momento en que me encontré con ella, y ahora se habían convertido en mi fascinación; así que una vez que me aseguré que el anciano monje se encontraba bien de salud, alisté mis cosas y emprendí el viaje de regreso a Grecia, no sin antes agradecerle a aquel hombre que me había ayudado cuando era niño, el haber pronunciado las palabras exactas que hicieron que me diera cuenta de la realidad de mis sentimientos.
Me marché con las escasas pertenencias que había traído conmigo, con la esperanza de volver a estar cerca de la joven que tan silenciosa e imperceptiblemente había conquistado mi corazón; si bien me sentía muy bien al haber despejado la duda que nublaba mi juicio, al mismo tiempo tenía una especie de conflicto interno, pues una parte de mí pensaba que no debía dar rienda suelta a ese nuevo sentimiento que llenaba mi alma, ya que estaría traicionando mis votos como caballero de Athena. Durante todo el camino hacia el Santuario, no hice más que pensar en qué debía hacer con lo que sentía, ¿tenía derecho a sentir de la manera tan intensa en que se ha manifestado este desconocido y nuevo sentimiento en mi corazón? ¿Qué debía hacer con él? ¿Debía esconderlo en lo más profundo de mi alma, por temor a no poder cumplir con mis deberes como caballero dorado si accedo a él, o debido a la incertidumbre que me provoca el sólo hecho de pensar en que la responsable de su aparición podría no corresponder a él? Mientras mis pies recorren los senderos pedregosos de las montañas del Himalaya, mi mente intenta dar con alguna solución para el predicamento en el que ahora me encontraba. Hacía tan poco tiempo que me sentía aliviado por haber dado con la verdad que estaba buscando, y ahora otra vez me encuentro cercado por la duda, aunque de una manera diferente a como lo estaba antes. De lo único de lo que estoy seguro es del amor que siento por Natalie.
Sé que no puedo ofrecerle nada debido al juramento de lealtad hacia la diosa Athena, y sería un egoísta si le hablara acerca de mis sentimientos y la condenara a estar atada a un invidente... Además ella es tan diferente a mí y a las demás personas, es un ser sumamente especial que emana una luz que hace que su cosmos sea tan cálido y bondadoso...
¿Cómo podría estar seguro de que ella me corresponde? Si bien sé que a través de mis habilidades podría obtener fácilmente la respuesta a esa pregunta, me había hecho la promesa de no leer la mente de la joven, y ¡por todos los dioses, cómo me estaba costando cumplirla! Infinidad de veces me siento tentado a hacerlo, más mi raciocinio me devuelve a la realidad, impidiéndome de esa manera invadir la privacidad de la muchacha. Sabía que el corazón de una mujer era un profundo mar de secretos, y no iba a quitarle eso a Natalie, aunque la curiosidad por saber qué pensaba ella de mí me carcomiera por dentro. Bueno, debo admitir que cuando ella llegó al Santuario, me tomé el atrevimiento de leer su pensamiento un par de veces, y me dí cuenta que yo no le era indiferente. Eso me da esperanzas de que si acaso llego a hablarle con mi corazón en las manos, no me rechazará. Más el deber como caballero de la orden más alta del ejército de Athena se encuentra allí, recordándome que no soy un hombre como los demás, y que una vida común y larga junto a una familia es algo que también nos está vedado, al igual que el amor.  Mi corazón se acelera mientras mi mente continúa debatiendo internamente sobre cómo debería actuar, y mis pies me llevan de regreso al lugar en el cual sé que ella se encuentra; no puedo evitar pensar en cuánto me gustaría que estuviera esperándome... Pero la joven también debe cumplir con sus tareas como sanadora, y quizás con el comienzo de la Guerra Santa ha tenido mucho trabajo, por lo cual no quiero importunarla con mi presencia...
Mientras los minutos, las horas y los días pasaban, continué haciendo el camino que me llevaba de nuevo a Grecia, de nuevo hacia ella. Durante ese tiempo en el que estuve a solas con mi soledad, pude darme cuenta de que había cambiado ya mi percepción del mundo; ya no se trataba sólo de dolor y sufrimiento lo que llegaba hasta mí, sino que ahora podía percibir también aquellos sentimientos tan buenos y sublimes que hacen que la humanidad todavía tenga la esperanza de poder cambiar este mundo cruel en el que nos encontramos para convertirlo en uno completamente nuevo, donde los conflictos entre las personas queden atrás, y la paz y la calma puedan aflorar. Ya no tenía una visión tan pesimista del mundo, y eso era debido a ella.
Estaba tan ansioso por nuestro reencuentro, que casi no podía descansar por las noches. ¿Será que me está esperando con tanta expectación, así como yo estoy sintiendo?, era la pregunta que aparecía en mi mente.
Suspiré profundo mientras me decía a mí mismo que, con todo lo que estaba ocurriendo debido a la Guerra Santa, era poco probable que ella tuviera tiempo de pensar en mí, pues sé que, ante todo, su trabajo es primero. Me sorprendo pensando que estos sentimientos que he desarrollado por la joven sanadora me han llevado a tener, por primera vez, una actitud egoísta, puesto que debo confesar que quería a Natalie para mí en todo momento, y que el tiempo mismo se detuviera cuando estábamos juntos.

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