• Izana Kurokawa •

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Capitulo 2.

— ¿Mañana? —

— O si prefieres, puedes hacerlo el día del enfrentamiento.—
Sugirió Mikey jugando con su mente. Quería torcerla por dentro hasta saber dónde llegaría su fidelidad por él.
— Lo que importa, es que lo hagas. A menos que deba pedírselo a Sanzu. . . o a Draken.—

— ¡No! —
Gritó.
— Yo lo haré.—
Respondió decidida. Ni muerta le regalaría una oportunidad así a Draken.

— Eso es. . . —
Mikey sonrió más que complacido y le dió un tierno beso en la mejilla al aprovechar de la cercanía.
— Estás haciendo muy bien tu trabajo, me haces feliz, (...). —
Posó una mano en su cabeza y le dió una caricia, desordenado su cabello.


Ella quedó complacida, como un cachorro.

Mikey se retiró del recinto sin decir más.

El retorno a casa fue extraño. Se sentía observada por todos los ángulos.
Colocó sus audífonos cubriendo sus orejas y se concentró en llegar rápido a casa, pero no podía evitar pensar en Izana.
No podía evitar en pensar sobre la ordenanza de Mikey.
Iba a volverse loca.
Preferiría el suicidio.
¿Cómo llegaría a un punto medio?
Antes de lo esperado, ya estaba dentro de su habitación limpiando su cama, y al momento de doblar su uniforme, el collar de Izana cayó al suelo.
— Ugh, Mitsuya. . . Que considerado.—
Bromeó para si misma pero aún así, no sé deshizo del collar. Lo dejó en su mesita de noche.
Era necesario enfriar su cabeza, pero tenía más que seguro que no podría matar a Izana.

Ya dentro del baño, el agua corría y el espejo empañado nublaba su vista.
Daba masajes a su cabello, repartiendo el acondicionador por las puntas y dando total atención a ello. (...) seguía inversa dentro de su mente, de su mundo, sin tener idea de lo que ocurría afuera.
El pestillo de la ventana se abrió y una ventisca se coló para refrescar la habitación.
La chica salió del baño, con el cabello mojado y el cuerpo envuelto en un toalla aunque confundida al ver la ventana abierta.
Le quitó importancia.
Se sentó frente al espejo y aprovechó de invertir tiempo en su rutina de cuidado.
Pero algo hacia falta . . .
¿No había dejado el collar roto encima de la mesita?
Buscó con la mirada, por la encimera y el suelo pero nada.

— ¿Buscabas esto? —
Cómo un fantasma, Izana había entrado a su habitación como el delincuente que era.
Jugaba con el famoso collar entre sus manos y admiraba el cuerpo de la chica desde la ventana.

— Dios. . . —
Pudo tragarse el susto y posó una mano sobre su corazón, estuvo a punto de tener un ataque cardíaco por aquella sorpresa.
Sujetó con fuerza la toalla y le dió la espalda al presidente de Tenjiku.
— No deberías estar aquí. —

— Y tú no deberías estar tentandome así.—
La devoraba con la mirada, cada detalle.
Su cabello mojado, la piel fresca y el aroma a jabón.
Podía jurar que sus lunares se veían más lindos bajo la luz de la luna.

— Vete de aquí. —

— Mírame a la cara y dímelo. Tu sabes que me gustan las cosas de frente.—

Con esa mentalidad, no iba a llegar muy lejos.
El impulso y las ganas de imponerse ante los jefes de pandillas.
(...) se levantó de su asiento y acortó la distancia entre ambos. Tomó a Izana desde las mejillas obligando a qué ambos se vieran directo a los ojos.
— Lee mis labios.
Vete de aquí.—

— ¿Por qué? Ya sé que tus padres no están hoy en casa.
Vengo a cuidarte. Desagradecida.—
No pudo evitar reirse ante el cambio de actitud.
— Solo pídeme un beso y terminemos con este tonto juego.—

— ¿Eres tonto? —
(...) iba a empujarlo pero el platinado se lo impidió. Justo la tomó de la cintura con fuerza, sujetando la toalla.

— No lo soy.—
Adoraba jugar con ella.
Fue bajando la toalla muy lentamente, podía ver su busto semi descubierto pero se detuvo ahí.
— No me has pedido que me detenga.—

— Izana. . . —
Sus mejillas ardían y le temblaban las piernas. Ella misma se preguntó porque no le había pedido que se detuviera.
¿HAY QUE SER EXPLÍCITA?
Le rogaba a Dios por este momento y se lo había dado.
Que estupidez.
Nuevamente se adueñó del rostro ajeno y lo besó directo en los labios.

Ya había pecado al traicionar a la Toman y él había pecado deseando parte del bando enemigo.

No perdieron el tiempo.

La toalla húmeda cayó al suelo.

(...) desabrochaba los botones de su chaqueta con desespero mientras buscaban una posición cómoda sobre la cama.

Se comían la boca, guiados por la lujuria y la culpa.

Ambos sabían que estarían arrepentidos de esto.

...

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